30 de mayo de 2008

EL MERCADO DE LAS IDEAS (4)

[Aviso para navegantes: esto es droga dura, no apto para grumetes de tres al cuarto. Si a alguien le parece demasiado complicado, le recuerdo que en este barco nadie tiene ninguna obligación de leerse lo que escribo, y harán muy bien, aunque se perderán una bonita refutación del relativismo]
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UN ANÁLISIS ECONÓMICO DE LA CONSTRUCCIÓN DE LOS HECHOS CIENTÍFICOS.

En este último apartado de la serie sobre el mercado de las ideas describiré con algo más de detalle un sencillo modelo económico que puede aplicarse a otro de los procesos fundamentales de la ciencia: la decisión acerca de cómo interpretar los resultados de un experimento u observación; un análisis más elaborado se ofrece en el artículo “Rhetoric, induction, and the free speach dilema” (Zamora Bonilla (2006)). Este es un caso en el que podemos ver muy claramente la pertinencia del análisis económico en relación con problemas epistemológicos. En el fondo, de lo que se trata es del viejo problema de la “construcción social de los hechos científicos”. Uno de los pilares de los enfoques constructivistas (p.ej., Latour y Woolgar (1977), Latour (1986), Hacking (1999)) es la tesis de que la ciencia no “descubre” hechos y leyes que tuvieran una existencia previa e independiente de nuestra actividad de investigación, sino que los “construye” (lo que está peligrosamente muy cerca de significar que “se los inventa”, de modo que no habría diferencias ontológicas o epistemológicas fundamentales entre la investigación científica y la ficción literaria, por ejemplo). Como “base empírica” para sostener esta afirmación, los constructivistas presentan el hecho de que la interpretación de un experimento o de una observación siempre está abierta: diferentes investigadores interpretan los resultados de maneras distintas (en función de sus sesgos y de sus intereses), y la interpretación que finalmente acaba adoptando consensualmente la comunidad científica (si es que se llega a adoptar una) es el resultado de una negociación en la que las diferencias de opinión y de interés son un factor tan fundamental como ineliminable. Lo que voy a mostrar en este apartado es que, desde la perspectiva de un análisis económico (o sea, basado en la teoría de la elección racional y de los juegos), podemos concluir dos cosas: que esto es efectivamente así, y que no puede derivarse a partir de ahí la conclusión de que la interpretación adoptada por la comunidad científica tenga un valor epistémico reducido.

Naturalmente, como en todo análisis económico, tenemos que comenzar por la construcción de un modelo muy simplificado, pero que espero que capturará los aspectos esenciales del proceso de “construcción” de un hecho científico. Para empezar, si es cierto que los experimentos pueden interpretarse de muchas maneras, esto no implica que cualquier experimento pueda ser interpretado de cualquier manera. El conjunto de interpretaciones factibles, es decir, que de hecho sea capaz de proponer un científico para el experimento que ha hecho (nos centraremos en el caso de la realización de un experimento, peo el argumento es igual de válido para cualquier otro modo de obtener evidencias de algún hecho), este conjunto será limitado. Tal vez el límite sea la propia imaginación, pero ésta es de hecho limitada; si reducimos el significado de “factible” a “mínimamente razonable”, el conjunto se limitará todavía más.

En segundo lugar, el que haya muchas interpretaciones posibles no puede identificarse en ningún modo con la tesis de que todas las interpretaciones tienen el mismo valor. Habrá interpretaciones “mejores” y “peores”. Las manos del principio se han vuelto a levantar y ya están preguntando, “¿mejores y peores para qué, o para quién?”. Pues, obviamente, para cualquiera cuya opinión nos interese tener en cuenta en nuestro análisis. Por ejemplo, si el experimento ha sido realizado por un equipo, los diferentes miembros pueden tener distintas preferencias sobre cuál interpretación se debería adoptar. Aquí voy a centrarme en un caso algo más simple: supongamos un único autor del experimento y del artículo en el que va a dar cuenta de él (formulando su propia interpretación), y un único lector que representa la “audiencia” de ese artículo, y que tomaremos como un representante de la comunidad científica a la que pertenece el autor. La gracia del constructivismo está, naturalmente, en que el autor y el lector no coincidirán en sus ideas acerca de cuál es la mejor interpretación posible. Pero esto no nos debe cegar ante el hecho de que cada interpretación tiene un determinado valor (más pequeño o más grande) para cada uno de los agentes. Muchos filósofos cegados por el vicio del relativismo ven en la tesis de que cada interpretación puede ser valorada de manera distinta por cada individuo la conclusión (errónea) de que las interpretaciones son en sí mismas igual de buenas o de malas. Analizar la situación mediante la teoría económica nos muestra que, en realidad, importa un comino cómo de buenas sean esas interpretaciones “en sí mismas”, porque “bueno” siempre significa “bueno para alguien”: ¿a quién le puede importar cómo de bueno es un bocadillo de jamón en sí mismo?; lo único que tiene importancia para mí es cómo de bueno es para mí el que me lo coma yo (o cómo de bueno es para mi concepción moral de la vida, el que se lo dé a un pobre). Hay en economía un principio normativo básico que es el de que de gustibus non est disputandum: el economista no debe hacer una valoración “desde el punto de vista de Dios” de la situación económica o social, sino que debe valorarla desde el punto de vista de los valores de quienes le han encargado el análisis, y éstos tienen derecho a tener los valores que les parezca. Pues bien, en el caso que nos ocupa, todo nuestro análisis se basará en las preferencias de los personajillos que hemos llamado “el autor” y “el lector”.

Así que, ¿qué interpretación preferirá cada uno de estos agentes? Para que una interpretación sea mejor que otra, es necesario que sea mejor en algo, y por ello debemos hacer algún supuesto acerca de qué propiedades pueden tener las diversas interpretaciones, propiedades en cuya posesión en mayor o menor grado puedan ser distinguidas. De nuevo para simplificar, asumiré que cada interpretación o hipótesis (que llamaré H) se caracteriza por dos cualidades: lo “innovadora” que sería –caso de ser aceptada–, y lo “bien confirmada” que esté. Lo primero, a su vez, lo podemos representar como una medida de lo improbable que resulte a priori ese hecho (es decir, teniendo en cuenta el conocimiento previamente aceptado). Lo segundo, consiste en la fuerza con la que los resultados experimentales obtenidos por el autor apoyan la aceptabilidad de esa interpretación en particular. Llamaré a lo primero con la variable I (innovación) y a lo segundo con la C (confirmación). Me centraré en el análisis de estas dos variables, no porque suponga que no haya otras cualidades que pueden afectar al valor de cada H para un científico, sino porque tomaré esos otros valores como fijos, mostrando cómo la sola consideración de aquellos dos factores epistémicos ya nos permite observar el “proceso de construcción” del conocimiento científico.

La cuestión es que el autor ha obtenido ciertos resultados, ha sido capaz de vislumbrar varias interpretaciones interesantes, y está eligiendo una interpretación para presentarla como el “hecho” que su investigación ha descubierto. Ese conjunto de interpretaciones está representado en la figura 1 como la nube de pequeñas haches (cada una es una hipótesis). [Recomiendo que descarguéis la imagen y la ampliéis en otra ventana, para poder ir mirándola a la vez que el texto]. Insisto en que lo que se ha llamdo la “construcción del hecho científico” consiste en la elección de alguna de estas hipótesis, y lo que el análisis económico nos permite preguntarnos es: ¿de qué dependerá que la comunidad científica –en nuestro caso, el autor y el lector– elija precisamente una de estas hipótesis, en vez de cualquier otra?, y ¿cómo de buena será para ellos la elección que finalmente hagan? Pasemos a ver la situación desde el punto de vista nuestros dos protagonistas: como hemos dicho, la tesis de que “hay varias interpretaciones posibles” (como la llamada “tesis de Duhem”, según la cual que hay siempre muchas teorías compatibles con los datos), no debe confundirse con la idea de que “todas esas interpretaciones posibles son igual de buenas”. Lo que queremos ahora, precisamente, es ver cuál es la interpretación mejor para el autor y para el lector. Un punto importante a destacar tiene que ver con la frontera del conjunto de interpretaciones posibles (la línea gruesa que las rodea): es razonable suponer que esa frontera es decreciente y convexa por el lado superior derecho del gráfico, lo que quiere decir, simplemente, que encontrar interpretaciones mejor confirmadas es cada vez más difícil. Es decir, el autor se enfrenta ante un dilema (de ahí la pertinencia de la teoría de la elección): si está pensando en una hipótesis que se halla justo sobre la frontera del conjunto, entonces sólo podrá encontrar una hipótesis que sea mejor en una las cualidades (innovación o confirmación) a costa de que esa otra hipótesis sea peor en términos de la otra cualidad (eso es lo que quiere decir que la frontera sea descendente); y además, a medida que va renunciado al grado de innovación para encontrar hipótesis mejor confirmadas, tiene que renunciar a más innovación para un aumento igual de confirmación (y viceversa), o sea, mejorar en cualquier cualidad es cada vez más difícil (eso es lo que significa que la frontera sea convexa).

El autor desea que el lector acepte la interpretación finalmente elegida, así que él mismo tiene que considerar las preferencias del lector; reflexionemos sobre ellas nosotros también, por tanto. Es obvio que el lector desea aceptar una hipótesis que sea lo más innovadora y lo mejor confirmada posible (sobre lo primero tal vez haya algunas dudas, pero no lo pongamos en cuestión en este modelo tan simplito; más adelante se podrá modificar el análisis si hace falta). A él le gustaría que la hipótesis que va a “comprarse” tuviera el grado de calidad de K, en la figura 2, pero el “vendedor”, digo el autor, no tiene una hipótesis así de buena, bonita y barata en su almacén, qué le vamos a hacer. Si el lector quiere alguna hipótesis, tiene que ser de las del conjunto. Para determinar cuál de estas es “la mejor”, debemos tener en cuenta lo que los economistas llaman “curvas de indiferencia”: las líneas que representan aquellos puntos del diagrama que al autor le parecen igual de valiosos entre sí. Estas líneas deben ser decrecientes y cóncavas: lo primero, porque para que una hipótesis h le parezca igual de buena que otra h’, cada una de ellas debe ser peor que la otra en alguna de las dos cualidades (si h fuera mejor que h’ en ambas cosas, entonces no le darían igual); y lo segundo, porque para renunciar a una misma cantidad de una de las cualidades, exige en compensación cada vez mayores cantidades de la otra. Naturalmente, entre dos curvas de indiferencia, el autor preferirá los puntos de aquella que está más alejada del origen del gráfico, a los puntos de la que está más próxima.

Teniendo esto en cuenta, hay dos curvas de especial importancia, representadas también en la figura 2. La curva de indiferencia R indica la “utilidad de reserva” del lector: si se le ofrece una hipótesis peor que las que caen encima de, o sobre esa curva, simplemente preferirá no aceptarla. Así que el autor tiene una cosa clara: debe ofrecer alguna hipótesis que esté por encima de, o sobre R. Por su parte, la curva de indiferencia M toca a la frontera del conjunto de hipótesis en un único punto, lo que quiere decir que ese punto (h*) representa la mejor hipótesis posible para el lector: cualquier otra hipótesis que pueda presentar el autor es peor desde el punto de vista del lector que h*. La pregunta es, ¿“ofrecerá” el autor esa hipótesis al lector –quien, en principio, ignora qué otras hipótesis contiene el conjunto H además de la que el autor publica? Esto depende de las preferencias del autor, las cuales pasamos a considerar a continuación. Un supuesto razonable es que el autor desea, por encima de todo, que su hipótesis sea aceptada, y que se considere una hipótesis lo más “importante” posible. No le importa, tal vez, que su hipótesis tenga un grado de confirmación mayor o menor, con tal de que sus colegas la acepten. Por tanto, si interpretamos que una hipótesis es tanto más “importante” cuanto más “innovadora” sea, entonces la elección para el autor está claro: él propondrá la hipótesis h’, pues ninguna otra de entre las que él puede proponer (y que serían aceptadas) le garantiza tanta “importancia”. Pero, desde el punto de vista del lector, h’ es una hipótesis bastante mala; de hecho, no sólo es mala, es que dentro de las hipótesis que estaría dispuesto a aceptar, ¡h’ es lo peor posible para él! (o sea, tan mala como cualquier otra hipótesis que esté en R, pero peor que cualquier hipótesis que esté por encima de R).

Este es el conflicto fundamental entre el autor y el lector, entre el investigador científico y sus colegas: al valorar los resultados de cada científico por su “importancia”, lo que se consigue es que los autores tiendan a proponer interpretaciones demasiado innovadoras y demasiado poco confirmadas, no desde el punto de vista de un filósofo-epistemólogo-observador-imparcial, ¡sino desde el punto de vista de los propios miembros de la comunidad científica!

Como conclusión de este argumento, podemos lanzar la hipótesis de que, al ser conscientes de este problema, los científicos inventarán (o habrán inventado) mecanismos institucionales para impedir que surja, o para mitigar sus consecuencias negativas. Por ejemplo, pueden insistir en que el proceso de interpretación de los datos sea lo más transparente posible, haciendo de este modo que el autor pueda hacerse una idea de la forma y el tamaño de H, por así decir, o sea, que su conocimiento de las interpretaciones factibles no dependa sólo de qué interpretación sea la que da el autor; un mecanismo que fomenta esta transparencia es, por supuesto, la competencia, la discusión por pares y el fomento de la replicación (que no debe ser “exacta”, desde luego: sólo lo suficientemente aproximada para iluminar un poco el territorio de H). Otro mecanismo es instituir un tipo de reconocimiento científico que valore no sólo la “innovación” de las ideas presentadas, sino la maestría técnica en desarrollar o aplicar procedimientos de contrastación lo más seguros posible (es decir, valorar a los “buenos experimentadores” y no sólo a los “buenos teóricos”), lo que contribuye a desplazar el conjunto H hacia la derecha de la figura. Finalmente, estarán aquellos mecanismos que permitan a la comunidad tener una “utilidad de reserva” mayor (desplazar la curva R hacia arriba), es decir, aquellas formas mediante las cuales los científicos puedan obtener, sin necesidad de aceptar ninguna hipótesis de las de H, aquello para lo que querían esa hipótesis (o algo que sirva más o menos igual): p.ej., si la hipótesis en cuestión (o sea, la solución del problema a la que el experimento orginal daba respuesta) se necesitaba como un argumento a favor o en contra de una cierta teoría, o como una forma de medir una determinada constante natural, entonces, si los científicos disponen de otras formas de contrastar la teoría o de medir el alor de la constante, no será tan importante para ellos considrar qué pasa con las hipótesis ofrecidas por el autor. En este caso, la curva R se desplaza un poco hacia arriba, forzando al autor a proponer alguna hipótesis más cercana a h*.

En conclusión, el análisis de la ciencia considerando a los investigadores como “vendedores” y como “compradores”, nos permite ver que construir un hecho científico es un proceso en el que intervienen las preferencias y los intereses de los agentes involucrados, pero esto no significa que los hechos científicos no son objetivos. En primer lugar, la “realidad” constriñe las interpretaciones que podemos hacer: sólo están disponibles las del conjunto H. ¡Ya quisieran los científicos poder tener por arte de magia una hipótesis como K para cada problema que se plantean! En segundo lugar, hay interpretaciones mejores y peores: lo que debemos mostrar es cómo de buenas son las interpretaciones dadas desde el punto de vista que nos interese, y cómo hacer para que la ciencia produzca interpretaciones que sean lo mejor posible desde ese punto de vista.

COSAS DE LA ENSEÑANZA DE IDIOMAS

Una frase muy buena de mi sobrina Alicia (4 años). Le pregunto qué hace en las clases de inglés de su colegio (1º de Infantil), y me dice:
"Pinto en inglés".
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^^

NO OS PERDÁIS HOY "LA VENTANA", EN LA SER

No hay que perderse esta tarde "La Ventana", el programa de Gemma Nierga en la Cadena Ser, pues se emite desde el Pamplonetario, oficiando como anfitrión uno de nuestros divulgadores más ilustres: Javier Armentia, el director de ese antro de vicio y perdición racionalista.

CÓMO INVESTIGAR EN ASTROLOGÍA (2)

[Tras la discusión a que dio pie la entrada anterior, éstas son mis conclusiones más importantes]
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Óscar:
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¡POR FAVOR, no insistas más con lo de que "no me quieren dar los datos"! Hay MILLONES de personas en el mundo (y cientos de miles en España) que estarían ENCANTADAS de daros todos los datos que queráis a los astrólogos (de hecho, los dan todos los días, en las "consultas" privadas).
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El problema, o los problemas, son:
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1) no existe un control serio de que es
os datos sean correctos
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(SOLUCIÓN: la asociación "seria" que propongo garantizaría que los datos son "fiables"; lo importante es que ofrezcáis como garantía el estar dispuestos a VERIFICAR ANTE NOTARIO, p.ej.,los datos dudosos)
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2) los mismos astrólogos no facilitan esos datos a sus colegas
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(SOLUCIÓN: con la asociación "seria", los datos pasarían automáticamente a un banco regulado por ella)
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3) la interpretación que haga un astrólogo de esos datos no se sabe si coincide con la que harían otros
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(SOLUCIÓN: la asociación se encargaría de que los datos de una persona, ciudad, etc., fueran estudiados por VARIOS astrólogos de manera TOTALMENTE INDEPENDIENTE, y de que se pusieran PÚBLICAMENTE de manifiesto las diferencias y coincidencias en las interpretaciones de cada uno. [Por cierto, tengo curiosidad por ver cómo puede hacerse una interpretación astrológica de una CIUDAD; ¿hace falta su fecha de nacimiento, o qué? ¿Y es distinta para cada barrio?])
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De hecho, LLEVÁIS TRES MIL AÑOS (lo menos) recopilando datos. Aplica tu lucidez mental, por favor: ¿es que no te levanta la más mínima sospecha el que ESOS datos (los datos que han ido recopilando los astrólogos) no estén disponibles EN NINGÚN LADO público y manifiesto?
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¿No te hace sospechar ni un poquito el hecho de que, mientras en un libro de historia de la ciencia te muestran MEDIANTE QUÉ EXPERIMENTOS Y RAZONAMIENTOS SE LLEGÓ A DESCUBRIR TAL COSA (y, por supuesto, también te muestran los debates que hubo acerca de ello, y, si llega el caso, cómo se abandonó tal teoría), en cambio los libros de astrología no dediquen ni una línea a DESCRIBIR CÓMO SE LLEGÓ A AVERIGUAR QUE TAL COMBINACIÓN DE PLANETAS AFECTA DE TAL Y CUAL MANERA A UNA PERSONA QUE TENGA TALES Y CUALES CARACTERÍSTICAS?
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ESA es la razón por la que nosotros no creemos en la astrología, porque el COLECTIVO de la "profesión astrológica" se comporta de manera ABSOLUTAMENTE OSCURANTISTA. Así que no te quejes de lo malos que son los gerentes de los hospitales por no quererle dar a un pobre astrólogo discriminado esos inocentes datos.
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La solución la tienes (la tenéis) en esta entrada y los comentarios a la anterior: CREAR UNA ASOCIACIÓN SERIA Y TRANSPARENTE, en la que pongáis vuestro propio dinero (y que, si vuestro saber fuera realmente válido, tendría que permitir recuperar vuestra inversión en poco tiempo, sólo a base de vender cartas astrales; los medios de comunicación se os rifarían, también).
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Si no os sale de las narices hacerlo, la interpretación más razonable para mí es PORQUE EN EL FONDO TENÉIS LA CONVICCIÓN DE QUE HACERLO ASÍ MOSTRARÁ QUE LA ASTROLOGÍA ES UNA GILIPOLLEZ.
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(Claro, que otra hipótesis razonable es que hayas hecho la carta astral de esa asociación, y hayas llegado a la conclusión de que no funcionaría; por cierto, ¿cómo se puede hacer la carta astral, o un diagnóstico astrológico, de una POSIBLE asociación, que no está todavía ni siquiera fundada, y que no sabemos quién la fundará, si es que se va a fundar?)
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NO HAGAN OLAS (SI'S PLAU)

TRES, EL MAIKELYASON.

TRES, EL MAIKELYASON.



29 de mayo de 2008

LAS PREGUNTAS DEL CHE (IBARRE-TXE)




Por cierto, Juan José: se te olvidó poner en la pregunta el decidir sobre qué. Al menos Joan Manuel lo pone bien clarito: un hermoso futuro de amor y paz. Pero a lo mejor tú hablas del derecho a decidir a dónde vamos de vacaciones, no sé. Es que yo soy muy bruto y me cuesta entender las cosas.

26 de mayo de 2008

LA FILOSOFÍA CONTADA A LOS IMBÉCILES (TEXTO COMPLETO)

Como decía en la última entrega de "La filosofía contada a los imbéciles", los que hayáis ido pegando todos los cupones en la cartilla, podéis ya descargaros el texto completo, pinchando aquí. Además, lo acompaña, de regalo, una segunda parte mucho más entretenida.
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Para que luego os quejéis de las "promociones Otto Neurath".
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25 de mayo de 2008

ESTOS SON MIS PRINCIPIOS

Me escribe José Luis Calbarro, miembro de UPD, en la reciente entrada sobre el posible interés del PP en un cambio de la ley electoral, para recordarme que UPD no es un partido de derechas. Me lo apunto y tomo disculpas.
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Acicateado por él, he entrado a mirar el programa electoral del partido, ¡y qué sensación proustiana de té y magdalena, mon dieu! Haría fácilmente quince años o más que no echaba un vistazo a un programa electoral, y en mi memoria eran algo más rollo que lo que he visto ahora. Supongo que también habrá infuido el poderlo mirar por internet.
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Pero la sensación que ha triunfado en mí ha sido la de la certeza de lo pésima que es esta literatura como instrumento político (por lo que no es extraño que lo lea tan poco la gente, además de por su inevitable (?) carácter aburrido). El problema es que, sobre todo en el caso de un partido pequeño como UPD, uno ve claramente que lo que se pide en el programa no se va a aprobar, y en muchos casos ni siquiera proponer en el parlamento. Son, si acaso, los "principios" del partido, pero no un verdadero PROGRAMA en el sentido de algo que tenga la menor posibilidad de INTENTAR ser puesto en práctica.
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Lo que yo, como votante, querría saber de un partido antes de las elecciones es, no sólo "lo que haría si tuviera mayoría asboluta" (que es, en definitiva, lo que dice el programa), sino también "lo que haré si pacto con tal partido, lo que haré si pacto con tal otro, lo que haré si me alío con X e Y". O sea, los "otros principios" de la famosa frase de Groucho Marx.
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Todo sea por mejorar la capacidad de representación de la voluntad popular que pueda llegar a tener el parlamento, como fui defendiendo en la serie de entradas "Yo vendo unos votos negros".

24 de mayo de 2008

"EL CONCEPTO DE PROPIEDAD ES UN INVENTO MUY ASENTADO"

"El concepto de propiedad es un invento muy asentado". Eso dice Miguel de Icaza en una entrevista que sale hoy en Público.
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El desodorante y la pasta de dientes también son "inventos muy asentados", y es una suerte que lo sean, al menos cuando vas en el metro por las mañanas.
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Para cada tipo de tecnología existe un tipo de reglas de propiedad que favorecen de la mejor manera posible el interés social, y estas reglas no tienen por qué ser uniformes. El tipo de reglas de propiedad que favorecen la producción y el consumo de ropa no tienen por qué ser las mismas que las que hacen lo propio con los aeropuertos o con los antibióticos. Como estas reglas "óptimas" tampoco pueden ser descubiertas por el puro razonamiento lógico, es bueno que se experimente con reglas alternativas en casos, en períodos y en territorios distintos. Así que el desarrollo del software libre y de todas las formas alternativas de copyright están muy bien, naturalmente, pero no tomando cada una de ellas como un dogma que vaya a sustituir al dogma de la propiedad inalienable, sino como experimentos alternativos y complementarios cuando sea posible.
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Por otro lado, el software libre ha crecido tanto porque es una actividad que pueden hacer personas en su tiempo libre, con necesidad de relativamente pocos medios -salvo tiempo, talento y un equipo informático- (o a la que se puede sacar rendimiento económico a través de otras vías). Pero, por lo que sé, aunque hay "visionarios del software libre", no hay "visionarios de la fabricación del automóvil libre" (o sea, que lo fabriques y lo regales). La explicación es obvia.
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¡¡¡YA BASTA DE OPRESIÓN DEL ESTADO ESPAÑOL (JOLÍN)!!!


(Gracias, David).

PATÉTICA

23 de mayo de 2008

CÓMO INVESTIGAR EN ASTROLOGÍA

El astrólogo Oscar Ortega me ha pedido comentar un texto de su blog, sobre la investigación en astrología. Dado su interés, lo copio en esta entrada, con mis comentarios en rojo (es un poco primitivo, pero es mi forma habitual de corregir los trabajos de mis alumnos).

Investigación

Llevo casi 20 años investigando en Astrología y, por tanto, obligado a aceptar dos cuestiones previas: el desprestigio y la soledad. El desprestigio se refiere a la falsa creencia generalizada en calificar de pseudo-ciencia a una disciplina por el mero hecho de que la comunidad científica, debido a su profunda masificación, se ha visto obligada a aceptar criterios epistemológicos basados en la falsación, [no veo el vínculo causal entre la “masificación” y la necesidad de aceptar la falsación como criterio metodológico] cuando tras Popper y Lakatos surgió Feyerabend, quien demostró la no validez de dichos criterios [no creo que Feyerabend “demostrase” nada; lo que hizo fue un argumento publicitario en contra de las reglas metodológicas –muy fruto de la época, por otra parte–, pero sus argumentos han sido contestados suficientemente desde entonces] sino únicamente como modelo operativo capaz de acoger la nueva situación de exceso de cupo, y a quien, evidentemente, se ha reducido a un simple objeto de estudio más como curiosidad que como influencia en el pensamiento [y por buenas razones; Feyerabend argumenta la dudosa conclusión de que “ninguna regla metodológica es objetivamente válida” (o “todo vale”) a partir de la premisa de que todas las reglas son violadas algunas veces; pero de aquí sólo se sigue que qué reglas son válidas, o más eficaces, depende de las circunstancias]

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Por otro lado, la soledad se refiere a que dicha disciplina en el mundo occidental no cuenta con centros de enseñanza reconocidos, titulaciones, programas ni dinero para investigación, [este argumento es falaz: dada la enorme cantidad de gente a lo largo del mundo que está dispuesta a pagar por las predicciones astrológicas, y por el “saber” astrológico en general, no sería difícil convencer a una cantidad suficiente de inversores para montar un centro de investigación astrológica privado, mucho mejor dotado que muchos centros de investigación públicos de otras disciplinas; mira el ejemplo de la Templeton Foundation, y eso que la religión tiene aún menos base científica que la astrología. La razón por la que no hay “centros de enseñanza reconocidos” es, más bien, que los propios “especialistas” en astrología no creen que haya por ahí astrólogos identificables de los que aprender algo contrastable] lo que obliga a que los que pretendemos trabajar en este campo tengamos que hacerlo de forma casi por entero autodidacta, sin ninguna financiación y de forma completamente autónoma. [Hoy en día, gracias a internet, es sencillísimo y baratísimo crear una comunidad o “red” de conocimiento; además, los datos astronómicos son gratis]

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Ante esta situación, un investigador en Astrología tiene solamente dos opciones, una casi imposible y la otra extraordinariamente compleja. La primera exige demostrar la no validez del método imperante en la ciencia actual, lo cual supone cuestionar lo establecido en un mundo donde 50 millones de científicos luchan por hacerse un hueco mediante el único camino posible: unirse a grupos, publicar, convertirse en un verdadero animal de laboratorio que trabaja casi sobre cualquier tema posible, desde el calamar excitado, las langostas contemplando La guerra de las galaxias o las ratas escuchando el idioma japones reproducido en sentido contrario hasta las variaciones de intensidad de una estrella cualquiera entre los 70 trillones que conocemos hasta la fecha en el firmamento. En una palabra, cuestionar el peer review. [La tectónica de placas, o la genética molecular, demostraron ser válidas a pesar de una fuerte oposición por parte del “establishment” científico de la época, en un primer momento, pero no necesitaron “demostrar la no validez del método imperante” para conseguirlo; más bien, utilizaron ese método para mostrar su validez. Pero, claro, el hecho de que las placas tectónicas se movían realmente, y de que los genes están formados realmente por moléculas de ADN, ayudó algo –aunque eso sólo se ha podido saber ex post, naturalmente].

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[Por otro lado, no veo qué necesidad hay de “demostrar la invalidez del método científico” para llevar a cabo investigaciones en lo que sea. ¿Por qué preocuparse en absoluto de los científicos? Hay más trabajadores y dueños de restaurantes en el mundo que científicos. Si lo que hacen los científicos está mal hecho, simplemente, ignóralos. ¿Por qué va a ser mejor convencerles a ellos que a los de los restaurantes?]

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La segunda opción, el crear una estructura con un núcleo metafísico no falsable y una colección de hipótesis auxiliares falsables [esto es una manera muy rimbombante -lakatosiana- de decirlo; se entiende mucho mejor si dices sencillamente “inventar un conjunto de hipótesis que puedan ser contrastadas”] es mucho más asequible al investigador, pero nada garantiza que el status quo permita el éxito del intento, precisamente por el citado peer review [de nuevo el problema es tu fijación con “los científicos”; déjales a lo suyo, y tú a lo tuyo] los encargados de validar o no, como así lo avalan cientos de artículos y hechos comprobables, no siempre se guían por la objetividad supuestamente requerida a la investigación científica. [Claro que no siempre, pero el método produce resultados correctos en al menos un miserable diez por ciento de los casos... varios órdenes de magnitud por encima de cualquier otro método que haya probado la humanidad]

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Así, la primera opción se vuelve imposible de llevar a cabo, porque cuestionar lo establecido conduce casi invariablemente a no llegar a ninguna parte: no sólo se trata de lo ocurrido con Feyerabend y otros autores, sino que la prueba evidente del fracaso, el nulo avance científico en los últimos 75 años (los 40 transcurridos desde que el químico Varsavsky ya expusiera claramente la situación, más los 35 de los que hablaba él), [¿nulo avance científico? No me hagas reír. Por una parte, estamos explorando el vastísimo territorio que descubrieron los científicos que menciona el artículo que citas, y eso requiere muchíiiiiiisimo esfuerzo colaborativo. Por otra parte, decir que no ha habido grandes revoluciones científicas en ese período es simple ignorancia: además de los ejemplos citados antes –tectónica de placas y genética molecular–, podemos citar el desarrollo de la informática, de la teoría de juegos, de la cromodinámica cuántica, la teoría del caos, y miles de cosas más] no han provocado el más mínimo progreso en la eliminación de la dictadura que dicho método impone a los investigadores. [¿Y no será que no hay tal “dictadura”, sino que cualquier otro “método” funcionará mucho peor?]

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Por otro lado, la segunda opción exige al estudioso en Astrología una extraordinaria base científica y epistemológica, base de la que casi siempre carece por completo, debido a que quienes previamente la poseen proceden de un sistema educativo que ya se ha encargado de exponerles de forma taxativa la aceptación de lo establecido como única vía de progreso personal en el campo de la investigación científica.

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[La segunda opción sólo requiere talento para diseñar modelos matemáticos y una base de datos. Es terreno abonado para los aficionados –en el buen sentido del término–].

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Pero los citados desprestigio y soledad no sólo acompañan al investigador en Astrología, sino a cualquiera que pretenda trabajar de forma independiente, sin atenerse a la rigidez del método, sea en el campo que sea. Por ejemplo, el químico chino Zhonghao Shou lleva 14 años trabajando en la predicción de terremotos mediante una señal previa en forma de nube, imagen que puede contamplarse desde fotografías de satélite, y con un porcentaje de acierto en torno al 70%. [El ejemplo de Shou es comparable –si acaso– al de Wegener y la tectónica de placas: ciertamente no creo que lo que haga sea “pseudociencia”, pues lo que él afirma es la existencia de una cierta regularidad estadística, que se puede contrastar. Lo que ocurre (y esta es la gran verdad sobre el método científico, y no se puede hacer nada por eliminarla) es que en general existen varios miles de veces más hipótesis propuestas, que hipótesis para las que hay recursos para someterlas a contrastación, y es lógico que los científicos “establecidos” prefieran dedicar los recursos que ellos controlan a contrastar las hipótesis que ellos proponen. Pero si la regularidad que afirma Shou tiene realmente visos de ser válida, no debería ser muy difícil encontrar fuentes de financiación alternativas para someterla a contrastación]

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A pesar de sus esfuerzos, la comunidad sismológica mundial se niega reiteradamente a aceptar su hipótesis, a pesar de algunos grandes éxitos que le llevaron a ser invitado como ponente a diversos congresos [a Irán], e incluso sabiendo que dicho porcentaje documentado de éxito supone una demostración estadística de su validez. [Sobre esto, hay que echar los números; no basta con que él lo diga] El resultado es el mismo: su página en la Wikipedia está incluida en la categoría de pseudociencia.

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Y es que investigar ya no es lo que era hace 100 años: la comunidad científica exige ahora un inmenso trabajo burocrático al investigador [al profesional sí, al amateur no tanto], como si Newton o Galileo hubieran tenido que crear núcleos no falsables e hipótesis auxiliares [PUES CLARO QUE ES ESTO LO QUE HICIERON, MECACHIS –SI ES QUE HAS ENTENDIDO AL MENOS UN POQUITÍN QUÉ ES ESO DE LOS “NÚCLEOS” Y LAS “HIPÓTESIS AUXILIARES”. DESDE LUEGO, NO TIENE ABSOLUTAMENTE NADA QUE VER CON “TRABAJO BUROCRÁTICO”] en lugar de dedicarse a mirar el firmamento y leer libros de ciencia, y además nada garantiza que esos esfuerzos tan lejanos a su verdadera labor vayan a conducir a parte alguna.

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Yo también dediqué un tiempo a la investigación de terremotos en relación con la Astrología, porque las pruebas de campo me demostraron que había ciertas posibilidades de validez [¿Qué son exactamente “posibilidades de validez”?] en dicho trabajo. Pero, si un químico con una larga trayectoria como Shou no ha conseguido no sólo ver aceptado y reconocido su trabajo, sino siquiera salir del apartado pseudociencia, el término oficial que se usa para definir al marginado por el status quo, podemos imaginar lo que le espera a alguien que pretende trabajar usando como punto de partida la Astrología.

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[Repito: en este campo, lo único que hace falta son modelos matemáticos, ordenadores que permitan hacer simulaciones, y una base de datos lo bastante potente, de terremotos y de movimientos planetarios. Lo que tenéis que hacer los astrólogos para ser científicos no es –como muchos que os critican piensan– proporcionar una explicación de cómo influyen los astros en X, sino sencillamente mostrar fuera de cualquier duda razonable que existe una correlación estadística entre los movimientos planetarios y X. Y para eso hace falta, sobre todo... saber estadística. O sea: desarrolla un modelo, haz predicciones con él, y veamos si se cumplen o no. Además, en el caso de los terremotos, no es imposible que los astros desempeñen alguna influencia; al fin y al cabo, la corteza terrestre también sufre mareas, con lo que no habría nada de “misterioso” o “místico” por detrás, o no necesariamente]

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Al final, sin embargo, siempre queda un pequeño consuelo. En este caso, se trata del Brihat Samhita, un texto en sánscrito escrito por Barahamihira en el siglo VI de nuestra era que supone un inmenso compendio de la sabiduría de la época. En él, al referirse a la predicción de terremotos, el autor cita 4 posibles caminos: la observación del comportamiento extraño o inusual de los animales, la observación de los movimientos de aguas subterráneas, la observación de las influencias astrológicas y, por último, la de extrañas nubes que ocurren o aparecen una semana antes del terremoto. [Ya, pero, ¿qué pruebas aporta ese texto de que lo que dice es verdad?] Es decir, hace casi 1.500 años que se creó un núcleo no falsable (la validez de la predicción de terremotos [el “núcleo” de un programa de investigación no consiste en el “objetivo” del programa, sino en la hipótesis que se decide aceptar de momento, sin abandonar a pesar de algún que otro fracaso empírico; no es que el núcleo SEA infalsable, sino que tomamos la decisión de seguir trabajando con él a pesar de las dificultades... hasta que éstas son demasiadas]) y al menos 4 líneas de investigación de hipótesis auxiliares: [un “núcleo” con sus “hipótesis auxiliares”, o sea, un “programa de investigación” según Lakatos, puede ser fantástico, y llevar de hecho a numerosas predicciones correctas, o puede ser una porquería, y fracasar estrepitosamente, bien por su incapacidad de generar predicciones, o bien porque, aunque las genera, son refutadas clamorosamente por la experiencia; o bien porque surge otro programa más exitoso todavía] un amplio campo al que nadie puede negar su importancia para el género humano. [¡Hombre, claro! Pero no hay que confundir la importancia que tiene la predicción de los terremotos, con la confianza en que el método de predicción basado en la astrología vaya a ser correcto. Por otro lado, a quien Shou tiene que intentar convencer no es tanto a los sismólogos, como a los meteorólogos, que, si Shou tiene razón, pueden salir ganando muchísimo].

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Claro de Baharamihira no contaba con lo que el status quo iba a extraer de Popper y Lakatos. [Lo que el statu quo ha extraído y puede extraer de estos autores es nada más que un criterio de honestidad intelectual. La ciencia se basa en dos imperativos: primero, “haz predicciones; cuantas más sean y más variadas, mejor”; y segundo, “declara de antemano con cuáles de esas predicciones te juegas la aceptabilidad de tu teoría: es decir, qué fracasos predictivos te forzarán a reconocer que tu teoría iba desencaminada”].

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[La conclusión de la jugosa discusión, aquí].

LA FILOSOFÍA CONTADA A LOS IMBÉCILES (18)

La primera y más injusta afirmación es la de que el “sistema” filosófico de Salamanca (siempre pone Guzmán aquella palabra entre comillas, lo que no es descabellado en modo alguno, aunque por motivos bien diferentes de los que él aduce) es el resultado de un “mero eclecticismo”, es decir, de la mezcla o yuxtaposición de teorías populares o llamativas sin darse cuenta de que muchas veces estas teorías están en mutua contradicción. Es cierto que Salamanca recoje ideas, argumentos y metáforas de fuentes variadísimas, pero siempre las somete al escrutinio lógico y conceptual más rotundo posible, siempre las contempla y nos las hace contemplar desde puntos de vista novísimos, fruto de la más vigorosa imaginación poseída por filósofo español conocido, y, de igual modo, siempre las ilumina con sus conocimientos enciclopédicos de la historia, de las ciencias, de las artes, y, por supuesto, del propio desarrollo de la filosofía. El resultado de ese escrutinio, de esa potente reflexión, consiste ni más ni menos que en transformar las tesis examinadas hasta convertirlas en parte de un “sistema” completamente original. Todo esto sin contar con que, al contrario de los malos filósofos eclécticos, Salamanca dedica una parte sustancial de sus esfuerzos a argumentar en contra de muchas de las tesis que examina con tanto detalle. Recordemos que suya es la sentencia que afirma que “los filósofos, como los políticos, casi siempre aciertan cuando critican a sus enemigos”; y sigue: “por lo tanto, si nuestra meta como filósofos fuera sencillamente la de decir la verdad más a menudo que equivocarnos, tendríamos que dedicar más tiempo a criticar a otros autores que a desarrollar nuestras propias ideas. ¡Lo que sucede es que tampoco es buen filósofo el que sólo quiere decir la verdad! También queremos ir uno, diez o mil pasos más adelante de nuestra época, y eso no lo podremos hacer nunca sin cometer muchos errores, errores insignificantes y errores grandiosos, que sólo otros colegas ayudarán, con suerte, a señalar y a remover” (Para una historia de la filosofía menor, “Introducción”).

Dicho esto, la grandeza de Salamanca contrasta con la ruindad de su crítico sobre todo en el hecho de que, mientras éste se niega a reconocer casi ningún valor en las grandes contribuciones de la historia de la filosofía, el primero rastrea en ellas afanosamente cualquier pepita que, fundida y moldeada como es debido, pueda servirnos como una llave para mejorar la comprensión de nuestros problemas, y sobre todo, para estimular nuestra imaginación cuando llega el momento de plantear soluciones. Así, por ejemplo, Salamanca jamás niega la validez de los conocimientos científicos, e incluso justifica (de forma más sutil que el propio Guzmán) por qué dichos conocimientos, en los asuntos en que los hay, son mucho más fiables que otros dogmas; pero tampoco niega por ello la pertinencia de otros tipos de reflexión y de actitud hacia nuestra experiencia. En particular, Salamanca nos hace ver sin asomo de duda que no puede existir una “respuesta científica” a la pregunta de cómo usar la ciencia, pues eso depende sobre todo de la concepción que tengamos de la propia naturaleza humana y de nuestros valores, de los fines que pretendemos alcanzar, de las riquezas que pretendemos conservar, y la discusión y el diálogo sobre tales cuestiones no pueden nunca basarse sólo en “datos”, sino, sobre todo, en lo que Salamanca llama “la sintonización moral”, el ir probando (¡y descartando!) cuantas perspectivas seamos capaces de imaginar, hasta que demos con aquellas desde las que nuestros problemas prácticos se iluminen de la manera más nítida y permitan un diálogo más rico y apacible con quienes tienen perspectivas, hipótesis, valores o intereses diferentes a los nuestros. Es como entrenamiento para esta “sintonización” para lo que la historia de la filosofía (o en general, de las cosmovisiones) puede sernos de la máxima utilidad, pues, por un lado, nos permite descubrir nuevas perspectivas y nuevos argumentos, y por otro, nos ayuda a comprender los resortes argumentales, los objetivos y los límites que pueden estar conformando las intervenciones de los otros participantes en el diálogo. ¡Claro que a casi todos los argumentos de los grandes filósofos se les puede encontrar algún vicio! ¡Claro que los filósofos discuten entre sí sin llegar a ponerse jamás de acuerdo! Pero ello se debe, antes que nada, a que su tarea no es, como la de los científicos, la de encontrar la solución “correcta” a un problema determinado, sino la de inventar sin pausa nuevos puntos de vista, nuevas formas de razonar, ayudándose unos a otros, con sus eternas críticas, a pulir y a enderezar los toboganes por los que, luego, nuestras propias disquisiciones han de poder ir deslizándose como por la tersura de un muslo adolescente.

[CONTINUARÁ]

GALILEO, EL TELESCOPIO, Y SU MUJER

22 de mayo de 2008

AL PP LE INTERESA AHORA CAMBIAR LA LEY ELECTORAL

No está fuera de lo posible, e incluso de lo probable, a la vista de cómo bajan las aguas desde las fuentes de Génova, el que en las próximas elecciones generales españolas participaran dos o tres "grandes" partidos de derechas: lo que quede del PP de Rajoy, el chiringuito que monten los que se vayan con María San Gil, y algún apaño que se formase con el partido de Rosa Díez.
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En esas circunstancias, un eventual triunfo de la derecha en las elecciones pasaría por la formación de una coalición de gobierno entre algunos o todos estos partidos. Pero, para que tal cosa sea factible, les convendría que se aboliera la ley de d'Hont y se cambiara por una representación proporcional, evidentemente.
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¿Lo harán? ¿Se aliarán con IU para estos menesteres? ¿Y abrirá la boca el PSOE en esta polémica, o seguirá con el "no toca"?
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21 de mayo de 2008

EDUCACIÓN PARA LA ciu-DADÁ-nía

Efectivamente, es muy dadá. Conste que a mí el título de la asignatura me parece una chorrada como la copa de un pino, tanto como lo de llamar "Filosofía y Ciudadanía" (como "Física y Química") a la filosofía de 1º.
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Es una chorrada, sobre todo, porque el gobierno (si hubiera habido un poco más de materia gris circulando por la mesa del consejo de ministros) podía haberse complicado menos la vida y haber introducido los "temas polémicos" sencillamente como nuevos epígrafes dentro de los currículos de la Etica y la Filosofía ya existentes, lo que habría causado menos revuelo, y habría dado menos excusas para la rebelión. El haber puesto por delante la "cosa ciuDADAnía", con letras gordas y bajo palio, supone dos errores de concepto: primero, el dar la impresión de que el peso de los temas nuevos en el conjunto del temario va a ser muy significativo, cuando son más bien marginales (darán para poquitas clases). Segundo, porque no había absolutamente ninguna necesidad de plantear la asignatura como un asunto con el que dar puyazos a la oposición y dar vueltas al ruedo de la progresía. Pero ya sabemos cómo ha sido la primera legislatura zapateril con estas cosas (que, además, no costaban un duro); esperamos que haya un poco más de sesera (y monedero) en la siguiente.
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Pero aceptada la ridiculez de la "Educación para la ciuDADAnía" y de la "Filosofía y la ídem", en cuanto a sus denominaciones y a la concepción propagandística de su programa (como toda ley de educación, lamentablemente), la reacción histriónica de los núcleos duros genoveses suma desEsperanza a la irrisión. Además de la delictiva propuesta valenciana de impartir aquella asignatura en inglés, y de las revueltas inquisitoriales andalusíes, que ya he comentado otras veces, la reciente jugada tramposa de la Comunidad de Madrid es también cómica a su modo: ¡poner a los archienemigos de la asignatura a enseñar a los profes cómo deben impartirla!. Vamos, como poner a Octavio Aceves a explicar "Ciencias para el Mundo Contemporáneo" (¡Dios! ¿Qué he dicho? Seguro que Lucía Figar toma nota...).
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Estas "medidas" ponen de manifiesto, por otra parte, por qué no tienen absolutamente ninguna razón para protestar por la asignatura las buenas gentes de la derecha (las malas gentes, de cualquier lado, siempre tendrán razones): como se comprueba, el programa de la asignatura se puede desarrollar perfectamente desde un punto de vista opusino.
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En fin, las cosas que hay que ver. Supongo que en el cursito éste del González Quirós (uno de los filósofos españoles que menos gordo me hace sentir) y compañía, explicarán, entre otras cosas, que los buenos ciudadanos no tienen que considerar que el desnudo de las niñas es más punible que el de los niños, como bien saben (o ignoran) los maristas.

LA FILOSOFÍA CONTADA A LOS IMBÉCILES (16)

Reconozco que muchas de las contribuciones de la filosofía post-moderna me parecen tan inaceptables como a nuestro autor, y que ello es debido, en parte, a razones análogas a las suyas: la insistencia de muchos filósofos e intelectuales de las últimas generaciones en que no es posible distinguir entre la “realidad” y el “simulacro”, y en que, más bien, todo son “simulacros”, “espectros”, y no hay en parte alguna nada que tenga las cualidades de lo que antaño se llamó “realidad”: la presencia, el Ser de las cosas, la certidumbre de nuestra comprensión de ellas. No hay Verdad con mayúscula, sino sólo opiniones con más o menos fuerza y capacidad de convicción; no hay razonamiento ni diálogo, sino publicidad explícita o subliminal; no hay una estructura social lo suficientemente estable como para que su conocimiento nos sirva para mejorarla, sino que todo lo sólido se desvanece enseguida en el aire; y por supuesto, no hay Bien, y mucho menos Mal... salvo si el mismo Mal es todo lo que somos y lo que nos rodea. Estas imágenes (que a sí mismas se niegan la categoría de discursos racionales) son peligrosas en grado sumo, ya que nos dejan desarmados por completo ante los graves problemas sociales, políticos y económicos en que andamos inmersos un día sí y al otro también. Si la crítica de los fundamentos (esto es, de la idea misma de fundamento) va a servirnos únicamente para decir, ¡para justificar!, que todo vale, que todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor, que diría el tango, entonces deberemos usar todas nuestras armas intelectuales para combatir a estos nuevos relativistas. ¡Y no porque critiquen la validez de las teorías científicas (que parece lo único que preocupa a Guzmán), sino porque atentan gravemente contra la dignidad de los seres humanos! La cuestión es que, por fortuna, no todos los filósofos post-modernos, y ni siquiera los que han gozado de más renombre, han llegado a esas conclusiones. Su punto de vista es más bien el de que la búsqueda de un Fundamento absoluto para el conocimiento científico, para la moral, y para el orden de las sociedades, ha sido demasiadas veces, a lo largo de la historia, una mera excusa para justificar un tipo determinado de moral, de régimen social y económico, y en esta época en la que el mayor reto de la Humanidad es el de construir un mundo único en el que encuentren su acomodo formas de vida tan diferentes entre sí como las existentes y como las que puedan surgir de sus entrecruzamientos, en esta época en la que la apertura a otras cosmovisiones es nuestro imperativo principal, es mucho más útil una filosofía que renuncie a monopolizar la posesión de la Verdad y el Bien, que una que intente lo contrario. Los “nadadores a braza”, tan ridiculizados por Guzmán, son tal vez quienes más fácilmente pueden ayudar a que Occidente recoja a los náufragos que llegan a sus costas desfallecidos, y los acoja hospitalariamente suavizando los filos, suyos y nuestros, con los que tan peligroso les resulta y nos resulta chocar. En cambio, el positivismo de autores como Silvestre Guzmán, con su dogmática visión de la ciencia como la única imagen racional del mundo, no puede proponer ningún remedio a estos problemas; no puede siquiera dar cuenta de su gravedad.

[CONTINUARÁ]

20 de mayo de 2008

LA FILOSOFÍA CONTADA A LOS IMBÉCILES (15)

Sí que podemos reconocerle a Guzmán la afirmación de que este tercer método (el de “desvariar a mariposa”) vendría a ser, en el fondo, el mismo que el anterior (el de
“desvariar a espalda”), pues en ambos casos se reconoce que los “fundamentos” de aquello que se quiere explicar están puestos por nosotros, más bien que dados en la naturaleza misma de las cosas, sólo que los continuadores de Kant percibirían dichos principios como algo básicamente positivo (la certeza del conocimiento, la validez de nuestros deberes morales...), mientras que los seguidores de Marx, Nietzsche o Freud nos mostrarían la naturaleza “sucia”, carnal, impulsiva, envidiosa, de tales fundamentos, y estarían mucho más dispuestos a reconocer, como efectivamente lo han hecho muchos marxistas, nitzscheanos y freudianos de los últimos cien años, que es nuestra propia naturaleza biológica (sólo un poco elevada sobre la de los animales que nos precedieron en la evolución) la responsable última de que seamos así. Al fin y al cabo, parece que a un marxista, por ejemplo, le resultará mucho más fácil que a un kantiano responder la pregunta que insistentemente plantea Guzmán a modo de imbatible fustigador: ¿cómo puede apañárselas nuestro cerebro para hacer lo que dices que la naturaleza humana hace (ya sea reconocer el mandato absoluto del deber moral, o poseer una tendencia al enriquecimiento aunque sea a costa de los demás)? (pregunta que, como veremos enseguida, no es en el fondo tan peligrosa como Guzmán supone). De todas formas, la similitud de los dos métodos queda más patente cuando comprobamos que, en general, los filósofos que “desvarían a mariposa” tienen a fin de cuentas la esperanza, no sólo de aniquilar los fundamentos “corrompidos” de la sociedad en la que les ha tocado vivir, sino, sobre todo, la de cambiarlos por otros “mejores”: una sociedad sin explotación, o un mundo de “espíritus libres”. Habría, por tanto, en el tercer estilo filosófico analizado por Guzmán, el mismo viejo sueño de hallar algún criterio absoluto que nos permitiese asegurar cuáles son los fundamentos “adecuados” para cargar con nuestras vidas.

Este sueño es el que, en la larga historia de la filosofía, se abandona (no me atrevo a asegurar que definitivamente) nada más que con el cuarto estilo, el de “braza”. Los movimientos un tanto más finos, lentos y delicados de los nadadores al usar dicho estilo, que Guzmán califica groseramente como “afeminado” en comparación con los otros tres, le sirven para pergeñar una burda metáfora, según la cual las últimas corrientes filosóficas (y, por supuesto, no me refiero a los rescoldos o a los vástagos actuales de los “estilos” cuyo origen es más antiguo, sino que hablamos de las formas de pensamiento realmente novedosas, surgidas en las últimas cinco o seis décadas) pecarían también de un cierto grado de afeminamiento. Lo cual, digámoslo enseguida, le deja al lector completamente turulato, porque ¿no estaban desencaminados los “aguerridos” estilos antiguos precisamente por su pretensión de buscar los fundamentos últimos de las cosas? Y entonces, ¿qué demonios puede tener de malo el que muchos filósofos contemporáneos reconozcan (como hacen a coro todos los que, según Guzmán, “desvarían a braza”) que la propia noción de “fundamento” es un error, el error capital de la filosofía, y que debemos aprender a vivir y a pensar sin ella (sin la noción, no digo sin la filosofía, aunque vete a saber)? Pero, ¡ah!, Silvestre Guzmán nos enseña rápidamente por qué este pensamiento “débil”, “post-moderno”, “post-ilustrado” o “evanescente”, tampoco puede ser de su agrado: porque, con el agua de la bañera de los “principios últimos”, estos autores han tirado al desagüe el niño querido de Guzmán, la validez de los conocimientos científicos, y en eso sí que no puede transigir nuestro autor, faltaría más.

[CONTINUARÁ]

19 de mayo de 2008

MÁS SOBRE BOLONIA Y ANTI-BOLONIA

(Copio mi réplica a una respuesta de Jon Igelmo sobre mi entrada boloñesa)

Estimado Jon:

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Muchas gracias por tu mensaje. Como imagino que supondrás, no estoy de acuerdo con casi ninguna de las cosas que dices. Iré punto por punto mostrando mis argumentos.
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En primer lugar, no creo que haya nada en mi texto que sugiera que siento "reticencia a ser convertido en masa"; me considero parte de "la masa", pero no todos los que estamos "en un mismo lodo manoseaos" pensamos necesariamente igual. Lo que reconozco que no me gusta es el juntarme con más de dos personas (¿o una?) para manifestar mis ideas (prefiero manifestarlas solo), pero los gustos son libres, supongo, y no creo que haya nada criticable en eso.
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En segundo lugar, dudo mucho de la descripción que das del movimiento anti-Bolonia ("una organización... de la suma libre de individualidades"). ¡Toma ya, como todos los movimientos que en el mundo han sido! (al menos, los que yo recuerdo).
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En tercer lugar, claro que me felicito de que haya un movimiento de alumnos que reivindiquen una universidad pública y de calidad (lo de gratuita, ya no lo comparto tanto; no sé por qué el hijo de un millonario tiene que ir gratis a la universidad). En donde pongo mis dudas es en las creencias de esos reivindicadores sobre los MEDIOS para conseguir una universidad así. Al fin y al cabo, el Plan de Bolonia pretende PRECISAMENTE ESO (universidades públicas de calidad, y se supone que accesibles para todo el mundo). ¿Cuál es la diferencia, entonces? Yo creo que los redactores del Plan no saben muy bien qué hacer para conseguir esos fines, y que los manifestantes tampoco lo saben. (Yo tampoco lo tengo nada claro, pero propondré algunas ideas más abajo).
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En cuarto lugar, no veo por ningún lado en el diseño y la implementación del Plan de Bolonia que el objetivo consista en hacer que el Estado gaste MENOS dinero en la Universidad. En el caso de España, en particular, es totalmente improbable que la aplicación de éste o cualquier otro plan verosímil vaya a conducir a una reducción del gasto universitario. Tampoco se pone en duda (salvo tal vez Sinesperanza Aguirre y algunos otros de su calaña) que el gasto universitario sea y vaya a ser fundamentalmente del Estado (además de las carreteras y aeropuertos).
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En quinto lugar, quedan las propuestas alternativas. Dices que tú tiendes a "creer que hay muchas opciones para transformar la universidad". Estupendo: lo que necesitamos es una lista de esas opciones, pero tú no indicas ninguna. Aquí van algunas mías:
- que no entre en la universidad ningún alumno que cometa más de tres faltas de ortografía en una redacción de una página (y ningún profesor que cometa más de una); esta mera simpleza mejoraría la calidad de la universidad en un 50 %;
- que las universidades puedan competir por los alumnos (ofreciéndoles enseñanzas mejores que en otros sitios, o mejores instalaciones, o estudios más especializados) y por los profesores (ofreciéndoles salarios correspondientes a su calidad);
- que el Estado facilite a los estudiantes el irse a estudiar a la universidad que prefieran, en cualquier parte del mundo;
- que aquellos centros universitarios que ahora funcionan como meros centros de FP un poco maquillados, se reconviertan en verdaderos centros de FP, que es lo que desesperadamente necesitamos en este jodido país (abundantes cuadros medios sólidamente formados, y no abundantes licenciados con un barniz de aprendizaje). Demos a esos centros de FP de calidad una relación lo más fluída posible con las empresas, y dejemos el residuo de universidad de altísima calidad (que quede) con toda la vocación humanística, investigadora y anticrematística que se nos antoje.
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Por último, si los movimientos anti-Bolonia se limitan a criticar que "los creadores del Plan no saben lo que hacen", entonces de acuerdo. Pero nada de lo que he visto hasta ahora apoya esa interpretación.
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Mi crítica al plan de Bolonia es que ni por asomo va a conseguir una mejora en la calidad universitaria comparable a la que tendrían medidas tan tontas como éstas. Todo lo más, facilitará las convalidaciones (o lo que las sustituya), pero en el fondo, lo que se hará en las universidades seguirá más o menos igual.

Un cordial saludo

LA FILOSOFÍA CONTADA A LOS IMBÉCILES (14)

Ahora bien, no se vaya a pensar que la utilización de Nietzsche como una autoridad contra el “desvariar a espalda” le libra a este filósofo de ser considerado por Guzmán como uno de los más destacados exponentes de otro tipo de desvarío, quizás más peligroso: el del estilo “mariposa”. La peculiaridad de este tercer estilo es la de que, en vez de buscar los fundamentos últimos (ya sea en las cosas mismas, ya en nuestras propias facultades) para comprobar la solidez de las construcciones edificadas sobre ellos, lo que hace más bien es intentar destruirlos, sacarlos a la luz para poder así superarlos, con un gesto que (digámoslo ya: sólo muy vagamente) recordaría al de los nadadores de mariposa, “quienes parecen querer abarcar toda el agua de la piscina con sus brazos abiertos, para saltar por encima de ella”. Marx, Nietzsche y Freud serían los creadores de ese estilo filosófico (tal vez con un antecedente en Hegel y los otros filósofos románticos): el primero habría pretendido encontrar los fundamentos de nuestras creencias en la estructura socioeconómica, basada, según él, en la dominación de una clase social por otra; el segundo habría buscado aquellos mismos fundamentos (sobre todo los de las creencias morales) en el resentimiento de los débiles hacia los fuertes; y el tercero habría intentado explicar nuestra vida consciente como el subproducto de la violenta lucha entre las partes inconscientes de nuestra personalidad. Por supuesto, lo que Guzmán les reprocha a estos autores y a sus numerosísimos secuaces (entre los cuales se ceba con especial deleite en los estructuralistas franceses de la segunda mitad del siglo XX, y con Miguel Foucault muy en particular) es que lleguen a sus conclusiones mediante argumentos que carecen de “base científica”. Efectivamente, si la única manera de estar legitimado para afirmar una tesis es la de poderla someter a una rigurosa contrastación mediante datos fidedignos y experimentos cuidadosos, entonces nunca podremos asegurar que el monoteísmo se inventó como una estrategia defensiva de los “esclavos” frente a los “señores”, ni que los cambios sociales son siempre el resultado de la “lucha de clases”, ni que el “yo” está sometido al “super-yo” y al “ello”, ni que “el hombre” es una invención de los tres o cuatro últimos siglos. Estas afirmaciones, y las teorías elaboradas en torno a ellas, son, para Guzmán, únicamente narraciones más o menos conmovoderas y sugerentes, tan sugerentes que de hecho han sido utilizadas muchas veces para inspirar movimientos sociales y políticos (demasiado a menudo con consecuencias desastrosas cuando la aplicación de esas teorías se ha pretendido llevar a cabo de forma sistemática), pero cuya validez científica no sería ni un ápice mayor que, por ejemplo, la de los mitos con los que los pueblos primitivos pretendían explicar el origen del mundo y de la sociedad.

[CONTINUARÁ]

18 de mayo de 2008

ISRAEL 2020

Güenísima entrada en el fantástico blog "Mi mesa cojea".

LA FILOSOFÍA CONTADA A LOS IMBÉCILES (13)

Pero, en realidad, la crítica de Guzmán a los argumentos transcendentales tiene tan poco de original como de convincente: lo que viene a decirnos es que, puesto que nuestras formas de pensar dependen en último término de la estructura física de nuestro cerebro, la cual responde a su vez a las casualidades de la evolución de las especies, no existe ninguna garantía de que esas formas de pensar sean “correctas”, y ni siquiera de que sean las únicas posibles. Tal vez sea cierto que estemos programados genéticamente para creer que todo lo que ocurre tiene una explicación, o para ver el mundo en tres dimensiones, o, como dije más arriba, para usar un lenguaje en el que se distingue entre sujeto y predicado, o para creer que hay cosas que son mejores que otras y que debemos intentar siempre hacer lo mejor y evitar lo peor...; mas, continúa Guzmán, el que nosotros nos sintamos “forzados” a creer estas cosas no significa que dichas creencias sean necesariamente verdaderas. Otras especies inteligentes, que pudieran poblar nuestro planeta dentro de varios millones de años, o que puedan vivir en otras partes del universo, quizás no tengan esas mismas creencias, sino otras, contrarias, que a ellos se les impongan con tanta certidumbre como las nuestras a nosotros; es incluso posible que dicha certidumbre sea nada más que un accidente histórico, y puede que a nosotros mismos nos dejen de parecer inevitables ciertos principios que antes eran considerados como absolutamente válidos. De hecho, afirma, todas las tesis formuladas por Kant con ayuda del método transcendental han sido refutadas posteriormente: la ciencia no presupone que todos los fenómenos obedezcan leyes absolutamente regulares (como sí suponía la ciencia Newtoniana vigente en la época de Kant; el principio de indeterminación de la física cuántica echó por tierra este supuesto), ni que el espacio y el tiempo reales posean la estructura matemática que entonces se les suponía (según la teoría de la relatividad, la distinción entre coordenadas espaciales y temporales no es absoluta, y además estas coordenadas pueden no ser rectilíneas), y no todos los filósofos morales admiten que todo el mundo experimente en su fuero interno el mandato del “imperativo categórico” kantiano: trata a todos los seres racionales como un fin, y nunca sólo como un medio; algunos autores, con Nietzsche a la cabeza, hasta sostienen que este mandato es un corsé con el que la religión monoteísta ha pretendido coartar la libre manifestación de nuestra verdadera voluntad, que es, principalmente, voluntad de dominar a todo y a todos, pese a quien pese, caiga quien caiga.

[CONTINUARÁ]

EL MERCADO DE LAS IDEAS (3)

Estoy leyendo en estos días (aunque no tan asiduamente como debería) el libro La lógica oculta de la vida, de Tim Harford (bueno, el título original es simplemente The logic of life; me revientan estos cambios sin ton ni son). Tras la apariencia de un mero best-seller de aeropuerto (que también lo es), se esconde un interesantísimo recorrido por el programa de explicación de fenómenos sociales basada en la teoría de la elección racional y de los juegos (bueno, el traductor -como ocurre demasiado a menudo- no se ha molestado en documentarse, y escribe siempre "la teoría del juego"). Ya lo iré comentando otros días. Ahora quiero tomar un ejemplito.
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El proyecto filosófico al que se refieren las entradas de esta serie consiste precisamente en utilizar la teoría de la elección racional y de los juegos (o sea, la teoría económica "estándar") para comprender aspectos "filosóficos" de la ciencia... y no hay ningún otra cuestión más "filosófica" en relación a la ciencia que la pregunta de si los conocimientos científicos son fiables, cómo son de fiables, y por qué. La hipótesis subyacente al proyecto, como decía en la primera entrada, es la de "vamos a analizar la ciencia como si fuera un mercado".
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Pues bien, el libro de Harford ofrece numerosos ejemplos de realidades sociales que NO son un mercado, pero que resulta interesante e iluminador considerar como si lo fueran. El capítulo en el que ando enfrascado ahora trata sobre el sexo y el matrimonio. Naturalmente, no se refiere a la compra de novias, literalmente hablando (como en el cuadro), sino que pretende mostrar cómo la ciertas condiciones producen ciertos efectos determinados en la conducta de la gente en relación a la búsqueda de pareja, no como consecuencia de "factores culturales", sino como consecuencia del intento racional de satisfacer de la manera más eficaz posible nuestros deseos teniendo en cuenta la "oferta" y la "demanda" de parejas potenciales en el entorno en el que nos movemos.
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El ejemplo consiste en un experimento muy simple: se reúne en una sala a 10 hombres y 10 mujeres, y se les promete 100 euros a cada pareja que acuda al experimentador, con la única condición de que lleven un acuerdo firmado por ambos miembros de la pareja acerca de cómo repartirse ese dinero (y sin ningún "compromiso" más para después...; os preguntaréis, ¿y esto qué tiene que ver con el sexo? Esperad y ved). El resultado, bastante predecible, es que las parejas se forman rápidamente y el reparto es muy equitativo.
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Lo interesante viene cuando se cambian ligeramente las condiciones del experimento. Por ejemplo, eliminando a un hombre (quiero decir, haciendo el experimento con sólo nueve hombres). ¿Qué pensáis que pasará? Pues que, tal como predice la teoría de juegos, las parejas se forman más despacio (indicando que hay un proceso de negociación mucho más largo), y, sobre todo, que el reparto del dinero se hace extraordinariamente favorable a los hombres.
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¿Por qué? La razón es que la mujer que constituye el "exceso de oferta" de mujeres puede ofrecer a un hombre "irse con ella" con un reparto de 70/30 a favor de él, digamos. Esto lo anticipan todas las mujeres, y automáticamente rebajan sus propias demandas en la negociación, lo que aprovechan los hombres para pedir una parte mayor. Harford muestra cómo el mismo mecanismo funciona cuando en una sociedad hay un exceso, aunque sea leve, de los miembros de un sexo: las condiciones del "toma y daca" (y aquí cada uno que recurra a su imaginación, o que se lea el libro) mejoran muchísimo para los del sexo que escasea. En cambio, ninguna explicación "sociológica" o "antropológica" (¿o "filosófica"?) habría podido predecir que la mejora fuese tan poco proporcional a la magnitud del exceso de oferta (de hecho, ese otro tipo de explicaciones difícilmente pueden hacer ninguna predicción sobre la magnitud del efecto). La moraleja del autor es que los motivos psicológicos (e incluso "culturales", tal vez) ciertamente pueden constituir las razones por las que ciertas relaciones se "demandan" más o menos, pero el mecanismo que lleva desde estos deseos hasta ciertas consecuencias sociales (tal vez muy alejadas, y a veces incluso contrarias a esos deseos) pasa sobre todo por la reacción racional de los individuos ante los cambios en las circunstancias.
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Desde el punto de vista filosófico (y mediático), dos situaciones son especialmente interesantes: aquellas en las que los engranajes de las decisiones racionales interconectadas llevan a consecuencias nefastas a pesar de los "buenos deseos", y aquellas en las que dichos mecanismos consiguen alcanzar consecuencias fantásticas a pesar de la "perversidad" de los individuos participantes. En particular, estos análisis son una especie de antídoto contra las "teorías conspirativas" de todo tipo, que pretenden explicar lo malo que hay en el mundo como efecto directo de la maldad de algunos, y también son un antídoto contra las "teorías bienintencionadas", que pretenden instaurar la solución definitiva de algún mal simplemente por decreto.
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¿Y en el caso de la ciencia? Un argumento muy habitual entre los relativistas es el de que el "conocimiento científico" no es "objetivo" porque los científicos no "buscan la verdad" sino "su propio interés", y lo que les interesa por encima de todo es "la fama" y "el control de los recursos disponibles para la investigación". Pues bien, puede mostrarse que un grupo de investigadores motivados de esa manera pueden ponerse de acuerdo (y realidad estarán mejor si lo hacen) en admitir como "ganador de una carrera por un descubrimiento" sólo a aquellos colegas que consigan proponer hipótesis que superen un número de pruebas más alto, y más duras, que aquellas con las que se daría por satisfecho alguien que "deseara encontrar la verdad". Es decir, la competencia entre los científicos por obtener la fama y el control de los recursos hace que se esfuercen más en "encontrar la verdad" que un grupo de "soñadores" que estuvieran "meramente" interesados por un "puro afán por el conocimiento desinteresado". (Ver, para los detalles, los dos últimos textos enlazados, además de éste).
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17 de mayo de 2008

BEYOND


El Centro Beyond (en español suena a "más allá", pero no va de eso) parece un sitio de lo más interesante. Es el garito de Paul Davies. Merece una visita.
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El caso es que Davies me recuerda a alguien, y no caigo a quién... Ah, sí: a Emilio Ontiveros.









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En fin, puestos a recomendar enlaces, aquí va el de Blue Brain, megaproyecto para comprender la arquitectura del cerebro, al que se ha sumado España con un pastón (25 millones de euros).
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