12 de octubre de 2008
VIVA EL RELATIVISMO
El 23 de junio de 1967, Francisco López Martos, vicepresidente de la sociedad astronómica de Granada, y practicante de profesión, inició su campaña de observaciones veraniegas desde la terraza de su casita en Cáñar, cerca de Lanjarón. Tras desempolvar su viejo telescopio y preparar el equipo necesario para poder medir las posiciones, tomar sus notas, y pasar una noche al raso lo más cómodamente posible, ajustó su trasero al taburete y el ojo al ocular, y dirigió el objetivo hacia la constelación de Capricornio, que aquella noche clara se veía majestuosa, arriba en el cielo, en dirección al mar. Le gustaba empezar cada campaña por aquella zona del zodíaco, tal vez por la superstición de recordar que allí había sido, junto a la estrella Delta Capricorni, el lugar en donde en 1846 se había descubierto el planeta Neptuno. Como todo buen astrónomo aficionado, Paco "el Jeringas" tenía la callada esperanza de ser el primero en encontrar algún raro fenómeno, o al menos, algo que pudiera quedar asociado a su recuerdo.
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No llevaba ni media hora intentando identificar la nebulosa de Saturno (una nebulosa planetaria, a casi 4000 años luz de distancia, y que no tiene nada que ver con el planeta del mismo nombre, salvo un curioso parecido en su forma anillada), cuando percibió una especie de fogonazo, debilísimo, como el encendido de una linterna a dos kilómetros de distancia en una noche oscura y limpia. Creyó, en un principio, que se podía tratar de un bólido, o del reflejo de un avión, pero la pequeña mancha luminosa permanecía impertérrita en el mismo lugar durante aquellos primeros segundos de duda, y si hubiera sido algún fenómeno ocurrido en la atmósfera, debería moverse mucho más rápido, incluso aunque fuera lejano. El mismo razonamiento le llevó a descartar que se hubiera tratado de la explosión de algún satélite artificial, o de la caída de un módulo de las naves rusas o americanas que competían por conquistar la órbita terrestre. Tampoco sabía del lanzamiento de ninguna de ellas en los últimos días, aunque en esas cosas sospechaba que había también mucho secreto, y la información que llegaba a España era poca y a viajaba despacio.
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Así que, al cabo de unos minutos, decidió que lo que estaba viendo era un fenómeno astronómico con todas sus letras. La pequeña mancha, además, parecía crecer y cambiar de color: de un blanco azulado al principio, a un poco más amarillento, o eso le pareció. Podía tratarse de una supernova. Visiblemente nervioso, se levantó para avisar por teléfono a su amigo Fernando Losada, el secretario de la asociación, y decirle las coordenadas para que apuntara él también su telescopio, pero cuando pasó a la oscuridad del salón y se dio cuenta de que ya era más de la una de la madrugada, se imaginó el seguro sobresalto de la mujer y los niños de su amigo al despertarse con el timbre del teléfono a aquellas horas, y desistió del plan.
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Volvió al telescopio. La mancha era ahora más anaranjada, y también algo más débil, pero seguía exactamente en el mismo punto. Dudó de que una supernova pudiera cambiar tan rápidamente de color. Además, su luminosidad era tan poca que debería de estar enormemente lejos, sin discusión alguna fuera de nuestra galaxia. Pero entonces su tamaño tenía que ser descomunal, porque el destello no era un simple punto, sino una verdadera mancha que, echándole tal vez un poquitito de imaginación, crecía y crecía. Paco se dio cuenta de que la distancia a la eclíptica era sólo de algunos grados, de modo que también podía tratarse de un acontecimiento dentro del sistema solar. En ese caso, no podía ser ningún planeta, porque sus posiciones las conocía de memoria, y en aquellas semanas no había ninguno que pasara cerca de Capricornio. ¿Y si aquello fuese un asteroide? Pero no se le ocurría qué podía hacer brillar a un asteroide tan de repente... Bueno, tal vez los rusos o los americanos estuviesen probando un arma nuclear en aquella zona alejada de la Tierra. Ya habían conseguido enviar naves a la altura de Marte, de Venus y de Mercurio, así que no era una distancia inmanejable. Si aquello era verdad, era para echarse a temblar, y de hecho Paco notó un escalofrío repentino, y se ajustó la chaqueta de algodón con la que aguantaba el fresco serrano.
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Tomó su cuaderno y un lápiz, y anotó las coordenadas del espectáculo. Dudó qué descripción darle, mordiendo el lápiz con energía entre los colmillos y los premolares. "Lumbrera en Capricornio", escribió por fin. Dejó el cuaderno en su mesita, ajustó el ocular... pero allí arriba ya no había nada, nada que él pudiera distinguir con su telescopio. Lo movió unos segunos arriba y abajo, a oriente y a occidente, pero no encontró rastro de su mancha, de su lumbrera. Había desaparecido tan rápido como se iluminó.
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Se cansó de buscar al cabo de una hora, y no se sintió con ganas de observar el cielo por el resto de la noche. En realidad, pasaron varios días hasta que volvió a hacerlo, para preocupación de Anita, su mujer. Asustado por la posibilidad de que lo que había visto tuviera algo que ver con la Guerra Fría, y sabedor también del escepticismo con que en su gremio se recibían las observaciones irrepetibles, prefirió no mencionárselo a nadie, ni siquiera a su compañero Fernando, quien seguro que nunca se lo tomaría a chufla. Lo cierto es que al final del verano él mismo había olvidado aquella anécdota, distraído por nuevas experiencias. Sólo de tarde en tarde, al hojear sus cuadernos y ver la palabra "Lumbrera" sobre el sencillo dibujo a lápiz de una bola incandescente, y sobre todo, al pasar los años y ver que la guerra nuclear no estallaba ni en la tierra ni en el cielo, se permitía pensar en su descubrimiento con una desconfiada sonrisa.
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Ocho años después, Paco murió de un infarto mientras disfrutaba de su otra gran afición, la pesca de cangrejos en los ríos de la zona. Abandonó la vida regado por las gélidas aguas de Sierra Nevada, y sin saber que había sido el primero en contemplar el fin del mundo.
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Hola,
ResponderEliminarSimplemente quería felicitar al Profesor Zamora Bonilla por conseguir unir conocimientos, amenidad y buen humor en este magnífico blog.
Lo he conocido casualmente hace pocos días y me ha enganchado desde el principio. Para personas como yo, interesados en la filosofía pero sin excesivos conocimientos previos, a veces es desalentador buscar blogs de este tipo por ser demasiado técnicos y enrevesados para nuestro nivel;sin embargo, el "Otto Neurath" sabe ser divulgativo (palabra odiosa para los puristas de cualquier campo) y ameno al mismo tiempo.
Y gracias a usted, he redescubierto (ya le conocía en los libros de Historia por el papel que jugó durante la malograda República Socialista de Baviera en 1919) al filósofo Otto Neurath. Estoy deseando leer algo suyo, y familiarizarme un poco más con los presupuestos básicos del positivismo lógico que él defendía.
Felicidades también por los tres prometedores alumnos de doctorado a los que asesora. Y por exponer su visión de la vida y el universo (alejado de cualquier sectarismo y remanente mágico/religioso que tanto abunda en nuestro país) con tanta coherencia y simpatía.
Es una suerte saber que aún quedan personas como usted y sus lectores.
Un cordial saludo,
Apeiron'99
Supongo que hay un continuará, ¿no? Me tienes con el alma en vilo.
ResponderEliminarHabrá continuación, pero cuando vuelva a tener internet en casa.
ResponderEliminarMe quedo más tranquilo.
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