30 de abril de 2013

El planeta de los años que se alargaban

Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia que estaba la hostia de lejos de algún sitio, los habitantes de un país llamado Castandalonia aprobaron una constitución que, entre otras de sus muy razonables medidas, fijaba la mayoría de edad de los castandalanes en 20 años. Fue una constitución con la que la gran mayoría de los habitantes estuvieron muy felices, pero un descubrimiento por parte de los astrónomos de aquel planeta vino a turbar aquella larga pax constitutionalis.
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El caso es que se averiguó que, por causas desconocidas, el planeta había empezado a girar en torno a su estrella cada vez más despacio, de manera que el tiempo que por entonces tardaba en cada giro había aumentado en un 10 % desde que se aprobó la constitución.
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Los castandolanes estaban poco acostumbrados a los debates políticos, pues en casi todas las cuestiones importantes solían estar de acuerdo, pero aquella vez se formaron dos corrientes de opinión contrapuestas. Los "reformistas" consideraban que la mayoría de edad debía fijarse en los 18,18 años, que era la edad biológica correspondiente a la que tenían quienes cumplían 20 años cuando se aprobó la constitución. Los "tradicionalistas" opinaban, en cambio, que eso supondría cambiar la constitución, y pensaban que la mayoría de edad tenía que seguir concediéndose a los 20 años.
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En estas, un partido de los "reformistas" llegó al poder tras unas elecciones, y el nuevo parlamento aprobó que la mayoría de edad se alcanzaría a los 18,18 años, aunque no pudieron hacerlo mediante un cambio de la constitución, pues no tenían mayoría suficiente para eso. Los partidos tradicionalistas recurrieron al Tribunal Constitucional de Castandalonia, argumentando que la nueva norma violaba la literalidad de la constitución. Tras un largo periodo de debates, el Tribunal Constitucional acabó interpretando que la reforma era conforme a la constitución y no hacía falta modificar su letra. Esta decisión causó dolorosas disputas entre unos castandalanes y otros, y cuentan las crónicas que, como resultado de la tensión vivida en aquellos tiempos, la sociedad de Castandalonia retrocedió grandemente en sus estándares cívicos, de modo que, unas décadas después, podían allí verse tales cosas como macrofiestas sin medidas de seguridad, sobresueldos en negro en los partidos políticos, altas tasas de paro, y programas de televisión con famosillos saltando a la piscina. Los "tradicionalistas" achacaban este deterioro al hecho de que ahora la gente pudiera votar y ser económicamente independiente más joven que antes, mientras que los "reformistas" lo atribuían a las malas artes que sus oponentes desarrollaron en el curso de los debates políticos a raíz del caso de la mayoría de edad.
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Naturalmente, los historiadores de Castandalonia no se ponen de acuerdo en cuál fue la auténtica razón.

24 de abril de 2013

Los antiabortistas no creen en realidad que el aborto sea un asesinato


Reposición de una entrada de hace 4 años, pero más necesaria hoy que entonces.
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Imaginemos que el Sr. Zapatero, esa bestia sedienta de sangre, se reúne con sus ministras de economía, sanidad y defensa, y los ministros de trabajo e interior, para proponer, a partir de mañana, una ley por la que las oficinas del paro incluirán unas bonitas cámaras de gas, en las que se dará una ducha de esas que les gustaban a los nazis (para los judíos, se entiende, no para ellos mismos) a medio millón de parados al año.
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Cámbiese el ejemplo, si se quiere, pensando en una reivindicación herodiana en la que el gobierno decide matar cada año a medio millón de niños de tres años.
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Es de imaginar que la reacción social ante esta medida no sería la de sacar lacitos color de moco en las procesiones de semana santa, ni la de unos cuantos mensajes publicitarios tipo "¿a mí quién me protege?", ni otras mariconadas por el estilo. No, la reacción de la inmensa mayoría de la gente (supongo que los de la CEP los primeros... bueno, no sé, ellos van los primeros a pocos sitios; en general mandan a alguien) sería la de levantarse en armas contra esa medida. ¡Santo Dios!, ¡estamos hablando de MEDIO MILLÓN de personas asesinadas al año mediante una acción orquestada desde el gobierno, y con los medios que las administraciones ponen a su disposición! Y el que no se levantara en armas, seguramente se refugiaría en algún país más civilizado.
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Pues bien, el hecho de que a la inmensa mayoría de los antiabortistas (es decir, a casi todos los antiabortistas que, además de serlo, son personas razonables e inteligentes) no se les pase por la cabeza reaccionar así ante el supuesto 'asesinato masivo de niños' que se comete en España cada año por culpa del aborto, el hecho de que no reaccionen igual es prueba más que suficiente de que no les parece igual.
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Esto no prueba, por supuesto, que el aborto les parezca "bien", ni mucho menos. Sólo prueba que les parece tan malo (o sea, tan poco malo) como las otras cosas para las que reaccionan de una forma igual de tibia.
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Ahora bien, si para los antiabortistas el aborto masivo es un problema mucho menor que un auténtico asesinato masivo orquestado desde el gobierno, tiene que ser por alguna razón. La razón, sospecho, es que, en el fondo de su corazoncito, están convencidos de que, aunque el embrión y el feto pueden tener cierta 'dignidad', NO TIENEN REALMENTE tanta dignidad como una persona ya nacida.
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Ellos sabrán por qué.
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[Eso sí, no me empecéis a decir lo de "no des idea"... las malas ideas no hace falta que nadie las dé].
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Otras entradas:
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22 de abril de 2013

La gran falacia sobre el matrimonio homosexual

Como la mayor parte de la gente con la que suelo hablar de este asunto, me parece que los argumentos de quienes se oponen a la regulación del matrimonio homosexual son falacias que ocultan (o más bien enfocan) los prejuicios de quienes los sostienen. No voy a hablar largo y tendido sobre el tema en esta entrada, sino que me limitaré a mostrar una de estas falacias.
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Los anti-gays suelen afirmar, por una parte, que ellos no están en contra de privar a nadie del derecho a unirse como pareja a quien le dé la gana, sólo se oponen a que esa unión se equipare legalmente con el matrimonio "como dios manda", y aprueban la opción que se da en algunos países de formalizar algo así como una "unión civil", con derechos y obligaciones prácticamente iguales a las del matrimonio entre macho y hembra.
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Por otra parte, esos mismos anti-gays repiten hasta el aburrimiento la tesis de que el matrimonio homosexual es contra natura porque va contra la reproducción de la especie.
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Pues bien, estos dos argumentos no se pueden sostener a la vez: si el matrimonio homosexual es contra natura, la "unión civil" lo es exactamente igual, de modo que si el primero supone un peligro para la especie humana y debe ser criticado por ello, en la misma medida debería hacerse con el segundo.
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18 de abril de 2013

¿Heredarían tus copias tus culpas?

Sigue el debate sobre la identidad personal.
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Si mañana fuera posible crear esas copias perfectas de nosotros que nos sobrevivieran, dudo mucho que los juristas no discutieran si esas copias deberían cumplir las condenas de sus originales, o terminar de pagar sus hipotecas.
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Justo en ese ejemplo estaba pensando yo los últimos días. Y la conclusión que me parece obvia es que, ciertamente lo discutirían, pero que llegarían a la conclusión de que las "copias" NO ESTÁN OBLIGADAS a pagar por las deudas o delitos de los "originales". Al fin y al cabo, supongamos que fuera posible crear esas copias y que SÍ que estuvieran obligadas: en ese caso, yo podría crear MILES de esas copias ahora, mientras yo sigo vivo; ¿tendríamos que llevarlas a todas a la cárcel si yo hubiera cometido un asesinato antes de crearlas? ¿Valdría con llevar a la cárcel a una cualquiera de ellas, y así no tener que ir yo (el original)?
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16 de abril de 2013

Déjale que lo descargue, que no hay en la vida nada, como la pena de ser pobre en una librería

Copio un comentario mío en el estupendo blog del escritor Teo Palacios:

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Estoy de acuerdo en que, como principio moral y económico, el autor tiene derecho a recibir una compensación por su obra. Lo que ocurre es que cualquier legislación sólo tiene sentido cuando el beneficio que la sociedad obtiene por aplicarla es suficientemente mayor que el coste de aplicarla. Prohibir algo que la gente se las va a terminar apañando para hacer si le da la gana, y de formas que va a ser más costoso detectar que el beneficio que se obtenga por detectarlo, no tienen sentido y terminan llevando a la pobreza a la sociedad que las intenta aplicar. Ocurre un poco como con el caso del consumo de droga: las mismas razones que llevan a prohibir la producción y venta de drogas podrían llevarnos a prohibir su compra y consumo, pero la mayoría pensamos que tener un cuerpo de policía mucho más numeroso y dedicado exclusivamente a controlar si cada ciudadano se fuma o se deja de fumar un porro tiene muchos más inconvenientes que las ventajas que podría traernos. Creo que en ambos casos son mejores unas políticas de restricción dirigidas más a controlar a los que se lucran con la venta de drogas o las descargas ilegales, que políticas pensalizadoras del consumo; y esto, acompañado, claro está, de políticas de concienciación ciudadana. Si la gente se convence de que, pese a que se le dé libertad para bajarse archivos, está bien que las obras que le han gustado le lleven a compensar DE ALGUNA MANERA a los autores (comprando alguno de sus libros de vez en cuando, yendo a un concierto si se trata de música, etc.), lo que tendremos será una combinación de descargas "alegales" y compras legales que, en último término, beneficiará a los autores de las obras que más gusten a la gente. Pero si empezamos acusándoles de ladrones, perderemos enseguida la poca autoridad moral que intentamos tener sobre ellos.
Por otro lado, teniendo en cuenta la crisis, y el 50 % de paro juvenil que sufrimos, no deja de consolarme el hecho de que muchos de esos jóvenes sigan despertando y alimentando su afición a la lectura aunque sea masivamente a través de desacargas "alegales"; si algunos autores han conseguido enamorarles, y la "industria cultural" no se empeña en mostrarles su odio como a criminales desalmados, habrá alguna esperanza de que, cuando la situación mejore y encuentren trabajos bien pagados, compensen con agradecimiento a aquellos autores (y a otros), decidiendo gastarse unos eurillos de vez en cuando en un libro para ellos mismos o para regalar, o dando un donativo a una biblioteca (que supongo que será la principal fuente de ingresos de estas instituciones dentro de unos años).
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Ya fuera del comentario, no he podido evitar acordarme del escritor Josep Pla, quien, muchas décadas antes de que existieran las fotocopiadoras y no digamos internet con sus epubs y pdfs, era asiduo de las librerías barcelonesas, en donde se pasaba largas horas leyendo directamente los libros que le apetecía, y con tal caradura que incluso dejaba un billete de metro en la página donde lo dejaba para volver a leerlo al día siguiente. Y no parece que los libreros lo denunciasen en los juzgados.

9 de abril de 2013

¿Puede la ciencia explicarlo todo?

Ya que ha pasado un tiempo desde la publicación de este artículo en Investigación y Ciencia, lo cuelgo en la cubierta del Otto Neurath. Espero que os guste.



La investigación científica comienza siempre con algunas preguntas. A menudo nos preguntamos cosas del tipo “¿cómo evitar la recesión?”, o tal vez “¿qué utilidad podríamos darle a esta propiedad que acabamos de descubrir en los superconductores?”. También intentamos responder preguntas como “¿cuál era la disposición de los continentes hace 1000 millones de años?”, o “¿hay algún elemento estable con un número atómico mayor que 120?”. Pero la mayor parte de las principales preguntas que han guiado y guían la investigación científica son diferentes; en ellas preguntamos por qué: “¿por qué las manzanas maduras caen de los árboles, pero la luna no cae del cielo?”, “¿por qué las cenizas pesan más que la madera que hemos quemado?”, “¿por qué heredan los nietos algunos rasgos de sus abuelos, cuando esos rasgos no estaban presentes en los padres?”, “¿por qué un chorro de electrones genera un patrón de interferencias al pasar a través de una doble rendija, si cada electrón sólo pasa por una de las rendijas?”.
Respondiendo al primer tipo de preguntas procuramos mejorar nuestra capacidad de adaptación al entorno, ampliar nuestras posibilidades de acción o de elección. Respondiendo al segundo tipo de preguntas intentamos averiguar cómo es el mundo que nos rodea, describirlo. Con las de la tercera clase buscamos más bien explicar los hechos, es decir, entenderlos. Por desgracia, no parece que esté demasiado claro en qué consiste eso de “explicar”, qué hacemos exactamente con las cosas al entenderlas, y sobre todo, por qué son tan importantes para nosotros los porqués, qué ganamos con ellos que no pudiéramos obtener tan sólo con respuestas a las dos primeras clases de preguntas (las prácticas y las descriptivas).
En la noción de explicación se mezclan de manera intrigante aspectos objetivos y subjetivos. Al fin y al cabo, comprender algo es un suceso psicológico, algo que ocurre en la mente de alguien; pero, en cambio, cuando intentamos dar una explicación de un hecho, solemos acudir a diversas propiedades del hecho en cuestión. ¿Por qué algunas de esas propiedades tendrían que ser más relevantes que otras a la hora de conducirnos al estado mental que llamamos “comprender”? Las principales teorías que ofrece la filosofía de la ciencia sobre la naturaleza de las explicaciones se centran, precisamente, en los aspectos objetivos: por ejemplo, se considera que un hecho ha sido explicado cuando ha sido deducido a partir de leyes científicas (Carl Hempel), o cuando se ha ofrecido una descripción apropiada de su historia causal (Wesley Salmon), o cuando se muestra como un caso particular de leyes más generales, que abarcan muchos otros casos aparentemente distintos (Philip Kitcher). También se considera que algunos hechos -sobre todo en biología- son explicados cuando se pone de manifiesto su función, o cuando -en este caso en las ciencias humanas- se ponen en conexión con las intenciones o los valores de los agentes involucrados. Hablamos en estos dos casos de “explicación funcional” y “explicación teleológica”, respectivamente. Estas concepciones de la explicación ya no son tan populares como en otras épocas, pero, en mi opinión, ambas serían ejemplos de “explicación causal”.
Pues bien, la cuestión es, ¿por qué pensamos que entendemos un fenómeno precisamente al conocer sus causas, o al conocer su relación con otros fenómenos aparentemente distintos, más bien que al conocer su duración, su localización, sus posibles usos, o cualquiera otra de sus propiedades? Una posible respuesta, tradicionalmente asociada al pensamiento de Aristóteles, sería la que identifica el significado de “comprender” con “conocer las causas”; pero esto da la impresión de ser poco más que un juego de palabras. Otra posibilidad, tal vez más coherente con las intuiciones de viejo filósofo griego, consistiría en concebir nuestros conocimientos no como una mera enciclopedia, o una simple pirámide, en la que cada pieza se va acumulando a las demás, sino como una red de inferencias, en la que el valor de cada ítem depende sobre todo de lo útil que sea para llevarnos a más conocimientos cuando se lo combina con otros ítems. A veces conseguimos añadir una pieza a nuestros conocimientos que produce un resultado especialmente feliz: los enlaces inferenciales se multiplican gracias a ella, y a la vez se simplifican, haciéndonos más fácil el manejo de la red. Es decir, entendemos algo tanto mejor cuanto más capaces somos de razonar sobre ello de manera sencilla y fructífera.
La última frase contiene un matiz importante sobre las nociones de explicación y comprensión: no son éstos conceptos absolutos, pues siempre cabe la posibilidad de que algo que ya hemos explicado lo expliquemos aún más profundamente o de manera más satisfactoria. Esto resulta obvio cuando nos fijamos en que, para explicar por qué ciertas cosas son como son, tenemos que utilizar como premisa en nuestro razonamiento alguna otra descripción. Por ejemplo, si queremos explicar por qué las órbitas de los planetas obedecen las leyes de Kepler, utilizaremos como premisa la ley newtoniana que describe cómo se atraen los cuerpos. Esto implica que para explicar algo, siempre necesitamos alguna descripción que funcione como “explicadora”, y esta descripción, a su vez, será susceptible de ser explicada por otra. Así, la teoría general de la relatividad explica por qué los cuerpos obedecen con gran aproximación la ley de la gravedad. Una consecuencia inmediata de este hecho trivial es que nunca será posible explicarlo todo.
Insistamos en ello: para explicar científicamente cualquier fenómeno o cualquier peculiaridad del universo recurrimos a leyes, modelos, principios, que son, al fin y al cabo, afirmaciones que dicen que el mundo es así o asá, en vez de ser de otra manera. Imaginemos que ya hubiéramos descubierto todas las leyes, modelos o principios científicamente relevantes que haya por descubrir (si es que esta suposición tiene siquiera algún sentido), llamemos T a la combinación de esa totalidad ideal de nuestro conocimiento sobre el mundo, y preguntémonos “¿por qué el mundo es como dice T, en lugar de ser de cualquier otra manera lógicamente posible?”. Obviamente, la respuesta no puede estar contenida en T, pues ninguna descripción se explica a sí misma. Por lo tanto, o bien deberíamos hallar alguna nueva ley, modelo o principio, X, que explicase por qué el mundo es como dice T, o bien hemos de reconocer que no es posible para nosotros hallar una explicación de T. Pero lo primero contradice nuestra hipótesis de que T contenía todas las leyes, principios, etc., relevantes para explicar el universo; así que debemos concluir que explicar T (digamos, la totalidad de las leyes de la naturaleza) está necesariamente fuera de nuestro alcance.
Dos reacciones frecuentes a esta situación son pensar que el universo es, en el fondo, inexplicable, o bien que la explicación última del cosmos no puede ser una explicación científica. Lo primero es trivial si se entiende en el sentido del párrafo anterior (no puede haber una teoría científica que lo explique todo, incluido por qué el universo es como dice precisamente esa misma teoría en vez de ser de cualquier otra manera), pero es también banal en cuanto recordamos que explicar no es cuestión de todo o nada, sino de más o menos. Digamos que la inteligibilidad se parece más a la longitud que a la redondez. Esta segunda propiedad tiene un límite, el de un círculo o una esfera perfectos, pero no existe un límite de longitud. De modo análogo, lo importante es en qué medida hemos conseguido comprender el universo o sus diversas peculiaridades, no si lo hemos comprendido “totalmente”. Es decir, la pregunta adecuada es en qué grado hemos conseguido simplificar e interconectar un conjunto cada vez más amplio y variado de conocimientos, no si los hemos reducido a la más absoluta simplicidad.
Por último, pienso que la idea de una explicación extracientífica es meramente un sueño. Para que algo constituya una explicación debe permitirnos deducir aquello que queremos explicar: las leyes de Newton explican las de Kepler porque éstas pueden ser calculadas a partir aquéllas. Como ha aclarado suficientemente Richard Dawkins, la información que queremos explicar debe estar contenida en la teoría con que lo explicamos, y por lo tanto, una teoría que explique muchas cosas debe contener muchísima información, debe ser en realidad una descripción muy detallada (aunque a la vez muy abstracta) del funcionamiento del universo. Por ejemplo, los defensores de la llamada “teoría el diseño inteligente” cometen justo este tipo de error al introducir la hipótesis de un designio divino, pues a partir de esa hipótesis es sencillamente imposible derivar los detalles de aquello que queremos explicar, ni siquiera sus aspectos más generales. Dicho de otra manera, los “porqués” no son en realidad una categoría separada de los “cómos”, son más bien una clase de “cómos”: aquellos que nos ayudan a simplificar y ampliar nuestros conocimientos. Por tanto, ninguna hipótesis merece ser llamada explicación si no permite responder, al menos en algún aspecto relevante, a la pregunta “¿cómo ha ocurrido esto?”. En resumen, nadie sabe si existen realidades que la ciencia no podrá nunca conocer; lo que sí sabemos es que esas realidades, en caso de que existan, nunca nos permitirán explicar nada.

3 de abril de 2013

Pensando con el estómago

Fragmento de una interesante discusión sobre la identidad personal y la posibilidad de perpetuarla en un ordenador (o lo que fuere).

Mi intención era poner un ejemplo perfectamente trasladable a nuestra vida real para mostrar que, en contra de lo que usted sostenía, la inmortalidad del alma (así entendida) no sería en absoluto una estafa, sino una genuina prolongación de nuestra vida espiritual, tan genuina como la que está ocurriendo ahora mismo desde este instante de su cerebro al siguiente.

Imagínate que en el momento de tu muerte hacen (dios o quien sea) esa copia de la que estás hablando, pero resulta que se han equivocado y no estabas a punto de morirte, y te recuperas tan ricamente. ¿Pensarás EN ESE CASO que esa otra cosa que dios (o quien sea) ha puesto a funcionar con tu programa eres tú? Naturalmente, la copia sí que tendría la sensación de ser tú (porque tiene tus recuerdos), pero su sensación sería falsa, porque tú sigues existiendo y es obvio que no eres él.
La cuestión de la "genuinidad" no tiene que ver con qué entidad es "realmente" cada uno (porque no somos "entidades" en el sentido de sustancias permanentes, sino meros sistemas abiertos con ciertos procesos que los hacen ser más o menos estables aunque cambiantes), sino con cómo de adaptada (en sentido evolutivo) están esas "sensaciones de identidad" al tipo de procesos a los que normalmente tienen que enfrentarse nuestros organismos. Como te decía más arriba, si la tecnología (o el ingenio de dios en el más allá) crean sistemas que pueden compartir de modo sistemático estados mentales, entonces esa "sensación de identidad" dejará de tener sentido.
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Creo que toda la confusión se debe a que te empeñas en pensar en los "estados mentales" (o "el espíritu") como la FORMA ABSTRACTA de los procesos cerebrales, cuando la manera correcta de verlo (a mi modo de ver, claro) es que los estados mentales SON ESOS PROCESOS CEREBRALES, igual que nuestra digestión no es la ESTRUCTURA de la digestión, sino unos procesos concretos realizados por unas células concretas en un lugar y tiempo concreto. Plantéate qué ocurriría si dios no estuviese tan preocupado por la mente (que tal vez sea un invento de Satanás), y sí lo estuviera por la digestión, y cuando mueres lo que hace es implementar en un ordenador el programa que ha seguido a lo largo de tu vida tu sistema digestivo. ¿Hay algún sentido interesante en el que dirías que lo que está pasando en ese ordenador ERES REALMENTE TÚ (o sea, es realmente TU digestión en vez de, simplemente, una réplica de la información contenida en tu sistema digestivo)? Creo que es obvio que no.
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Un instante después, cuando el ordenador empezara a recibir estímulos distintos a los que estoy recibiendo yo, nuestras experiencias mentales comenzarían a diferir.
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Eso quiere decir que, además de tu "programa", el ordenador tiene otro programa que le va introduciendo "estímulos" al primero. Eso haría las delicias de los católicos: dios podría programar el ordenador para que pusiera a tu copia estímulos que le hicieran sentir que está en el cielo (p.ej., proporcionándole estímulos análogos al efecto de los opiáceos o del LSD), o estímulos que le hicieran sentir un dolor inmensísimo sin perder nunca la conciencia ni mitigarse la sensación de dolor, dependiendo de lo "bueno" o lo "malo" que hubieras sido. Es más, podría hacer DOS copias, y una tenerla en ese paraíso virtual, y otra en ese infierno virtual.
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Pero desde mi punto de vista, si hiciera cualquiera de esas cosas sería bastante criticable desde el punto de vista moral, porque le estaría haciendo sufrir lo indecible a alguien que no tiene más culpa que la de haber sido programado con los recuerdos de un pecador, o dándole un premio a alguien que no tiene más mérito que haber recibido la información contenida en el cerebro de una buena persona.


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Sigue a bordo:
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¿Por qué las especies son conjuntos arbitrarios?
La intencionalidad, lo mental, y el naturalismo
¿Es reducible la conciencia a la materia?
Una cosa es una cosa es una cosa
¿De qué están hechos los hechos?
¿Qué quiere decir la noción de causa?