En las últimas entradas de esta
serie sobre los orígenes del Islam exploraremos parte de la información
contenida en, o directamente conectada con, el propio Corán. Tal como expliqué
en el último artículo, el Sagrado Corán es el único documento árabe importante
que poseemos escrito en el siglo VII. Incluso la mayoría de las inscripciones
en piedra escritas en árabe más antiguas no lo son mucho más. Algunas (que aún
no usan el alfabeto árabe, sino una forma de alfabeto nabateo-arameo) proceden
del siglo IV. El propio alfabeto árabe tuvo que esperar aún uno o dos siglos
para empezar a desarrollarse, sobre todo en lo que hoy son Jordania y el sur de
Siria, y fue al principio utilizado principalmente en inscripciones
indudablemente cristianas. Tal como veremos, el hecho de que la escritura árabe
aún no se hubiera desarrollado totalmente en el siglo VII origina un montón de
problemas para la correcta interpretación del Corán y para la investigación
sobre sus orígenes.
El Corán no fue escrito
originalmente como un libro completo. De hecho, según la tradición musulmana,
al principio no fue ni siquiera escrito, sino recitado oralmente (“corán”
significa “recitación”) por el propio Mahoma (o, primero, por el arcángel
Gabriel al Profeta), y por sus discípulos, y sólo después comenzaron algunos de
éstos a preocuparse de transcribirlo, con el fin de preservar su recuerdo con
tanta precisión como fuera posible. Las recitaciones de Mahoma no tenían ningún
orden “lógico” o “temático”, sino que parecían responder a hechos o situaciones
particulares, sobre las cuales el Corán resulta profundamente oscuro. La
edición tradicional del “Libro” recoge las “revelaciones” individuales (o
“versos”, i.e., “ayas”, o “señales”) en 114 “capítulos” (“suras”) con cierta
unidad temática cada uno, pero esos “capítulos” no están a su vez recogidos en
ningún orden cronológico, temático o sistemático, sino sencillamente ordenados
de mayor o menor longitud. La tradición islámica clasifica también las suras
según si (se cree) fueron “reveladas” antes o después de la hégira (622 DC), es
decir, según si proceden de la época de Mahoma en la Meca o en Medina. Esta
división entre suras mequíes y mediníes se hizo en parte por razones
estilísticas (las primeras tienden a usar versos cortos y emplean un
vocabulario ligeramente distinto –p.ej., el nombre al-Rahmán-, “el
misericordioso”, para Dios), pero también por razones de exégesis: según la
doctrina de la “abrogación”, las revelaciones posteriores pueden “abrogar” (“revocar”
o “corregir”) el mensaje de las anteriores, de tal modo que, en caso de
contradicción entre dos suras o versos, los exégetas musulmanes pueden
argumentar que una de ellas fue revelada después, y por lo tanto es la que debe
ser preferida como interpretación de la voluntad de Dios.
De todas formas, a falta de casi
cualquier evidencia sobre la validez de la tradición islámica sobre la historia
del Corán, los estudiosos contemporáneos han intentado escudriñar el libro en
búsqueda de algunas pistas sobre sus posibles orígenes, influencias y
circunstancias de su edición. Esta búsqueda ha llevado a proponer varias
teorías que, por desgracia, permanecen aún en un estado muy especulativo. Presentaremos
en estas dos últimas entradas los principales hechos en los que se basan estas
teorías.
1) Siendo la priemra y la más
importante obra compuesta en árabe, es comprensible que, quien quiera que haya
sido el autor (o autores) del Corán, estuviese orgulloso de su uso de la lengua
árabe. De este modo, el Corán menciona muchas veces que ha sido transmitido “en
árabe claro y puro”… de hecho, la sensación que da es que lo dice demasiadas veces. Esta insistencia es
extraña si pensamos sobre todo que el Corán era, supuestamente, una recitación
oral: “Pues claro que estoy oyendo que me estás hablando en árabe; ¿por qué
insistes tan a menudo en ese hecho tan obvio?”, podríamos pensar que sería la
reacción de algunos “oyentes”. Según Spencer, “cuando el Corán insiste
repetidamente en que está escrito en árabe, no es irrazonable concluir que tal
vez alguien, en algún lugar, estaba afirmando que el Corán no estaba en árabe
en absoluto. Se necesita enfatizar un punto sólo cuando es controvertido… Puede
ser, por tanto, que el Corán insista tan a menudo sobre su esencia árabe porque
éste era un aspecto que alguien estaba poniendo en duda”. Volveremos a este
tema en la próxima entrada.
2) Aunque obviamente el Corán
está en árabe, lo que no resulta nada obvio es que esté en árabe claro, como repetidamente se afirma en
el libro. Como el filólogo Gerd Puin ha dicho, “si uno lee el Corán, se dará
cuenta de que más o menos una frase de cada cinco no tiene el menor sentido… El
hecho es que una quinta parte del texto coránico es simple y llanamente incomprensible”. Esto se debe a muchos tipos de
problemas lingüísticos: términos que sólo aparecen en el Corán y que es difícil
saber qué pueden significar, inconsistencias semánticas y sintácticas, elipsis,
anacolutos, etc. A causa de esto, la traducción del Corán es particularmente
problemática, y es tal vez una de las razones por las que los musulmanes
rechazan con tanta intensidad que se traduzca su libro sagrado. Los exégetas
islámicos han sido profundamente conscientes de esta situación desde el
principio, pues su trabajo ha consistido precisamente en intentar explicar qué es lo que dice el Corán. De
hecho, prácticamente ningún musulmán puede entender directamente lo que dice el
Corán, salvo gracias al trabajo de los exégetas. Naturalmente, la exégesis de libros
sagrados no es exclusiva del Islám, pero en el caso de la Biblia, por ejemplo,
lo que intenta la exégesis es generalmente explorar el “significado oculto” de
un texto (p.ej., un mensaje moral o profético), que a menudo se piensa que es
muy diferente del “significado aparente” de ese mismo texto. En el caso del
Corán, el problema es, en cambio, que a menudo no hay nada como el “significado
aparente”. Esto no significa, por supuesto, que esas partes difíciles de entender
carezcan de una gran fuerza retórica o no puedan ser poéticamente sublimes.
3) Otra característica del Corán muy
frustrante (sobre todo para los lectores occidentales) es el hecho de que no básicamente
contiene ninguna referencia a la realidad social, histórica o política en la
que fue redactado. La mayor parte de las referencias a personajes
específicamente identificables es, de hecho, a nombres bíblicos, desde Adán a Jesús. Moisés, en particular, es el nombre
más citado en el Corán, tal vez como paradigma del tipo de
profeta/hombre-de-estado que Mahoma reclamaba para sí mismo. En cambio, el
propio Mahoma es citado sólo un puñado de veces, y en muchas ocasiones el texto
se refiere al “Mensajero” (Rasul)
como la persona a quien se está dirigiendo quien habla, o la persona de cuyas acciones
se trata, aunque, como vimos, muhammad
significa en árabe “bendito”, de modo que no es en absoluto claro si la palabra
se estaba usando originalmente como un nombre propio, o como una alabanza al “mensajero
de Dios”, quienquiera que éste pudiera
ser. Esta falta de referencias a acontecimientos contemporáneos que
pudieran ser contrastados mediante fuentes independientes hace prácticamente
imposible la datación de las suras, así como determinar el lugar o lugares de
su composición. El hallazgo afortunado de un texto siríaco titulado Leyenda de Alejandro a finales del siglo
XIX ha proporcioando una de las pocas oportunidades (si no la única) para datar
una sura en particular. Existe un paralelo muy estricto entre algunas partes de
ese texto y la sura 18:83-102 (sura de La
Caverna); el texto parece ser un resumen de las “profecías” que el texto
siríaco atribuye a Alejandro Magno (en el Corán se denomina a ese personaje “el
de los Dos Cuernos”, de forma muy parecida a cómo Alejandro era representado en
algunas monedas, con dos cuernos de carnero que probablemente indicaban el
poder del sol). La Leyenda de Alejandro
fue muy probablemente compuesta en el norte de Siria para conmemorar la
victoria del emperador bizantino Heraclio sobre los persas y la recuperación de
Jerusalén, hacia el año 630. Se trata de un texto apocalíptico que se hizo muy
popular en las décadas siguientes, y que mezcla algunas hazañas de Alejandro
con varias profecías cristianas, con la intención de demostrar que el choque
enre los imperios bizantino y persa, los ataques de las tribus nómadas de Asia
central en Oriente Medio, así como otros “signos”, estaba todo ello anunciado
el fin de los tiempos. El resumen del texto que ofrece el Corán comparte esta
intención apocalíptica, aunque eliminando de ella todas las referencias o
interpretaciones específicamente cristianas. No puede ponerse en duda que la
versión del Corán se deriva (con alta probabilidad directamente, debido al
estrecho paralelismo entre las frases de ambos textos) de la obra siria. Esto no
hace imposible que la sura de La Caverna
haya sido compuesta por Mahoma en sus últimos años (recordemos que se dice que
murió en 632 DC), aunque dos años parecen muy poco tiempo para que la Leyenda de Alejandro haya podido
circular desde Edesa (ahora en el sur de Turquía) hasta la Meca de una forma
tan detallada como para explicar los enormes paralelismos entre ambos textos.
Otras posibilidades son, p.ej,. que Mahoma hubiese vivido más tiempo (recordar
que el libro Doctrina Jacobi
mencionaba hacia 635-640 a un profeta todavía vivo, que comandaba a los árabes en
la invasión de Palestina), o que la sura haya sido escrita por alguna otra
persona más adelante. Cualquiera que sea la verdadera explicación, de todos
modos, el hecho es que la cronología de la Leyenda de Alejandro es incompatible
con la adscripción de la sura de La
Caverna al período mequí (tal como hace la tradición exegética musulmana),
un período que supuestamente finalizó en el año 622, mucho antes de la toma de
Jerusalén por los bizantinos.
Muy interesante. Gracias por la traducción. Yo con este calor creo que para leer en inglés me faltan fuerzas o líquido refrigerante...
ResponderEliminarEspero la cuarta entrega con mucho interés. Parece mentira que nunca oigamos hablar de los primeros tiempos del Islam ni de la escritura e historia del Corán. Pero también entiendo que ha debido ser siempre un tema poco agradecido: entre la oscuridad reinante sobre el asunto, y el poco sentido del humor que deben tener los clérigos islámicos...
habría que insistir más en el idioma en que está escrito el corán. Así es muy posible que no se entiendan muchos de los conceptos básicos del islam. No pone en el islam que deba ponerse un velo en el pelo ni tampoco que tengas vírgenes en el cielo a la espera de los mártires.
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