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Para ello, voy a ir colgando aquí, en las bodegas del Otto Neurath, lo que vaya escribiendo del artículo (de momento, en esta entrada, lo introducción provisional), y espero vuestros comentarios (supongo que mucho más incisivos y variados que los que uno suele tener en una presentación académica) para entre todos ir gestando los siguientes apartados.
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Supongo que los editores de la Revista verán esta iniciativa con una mezcla de terror y curiosidad: terror por el retraso que la experiencia puede suponer (pero, ¡tranquilos!, me comprometo a cortar por lo sano si la cosa no sale como espero en un breve plazo... aunque el trabajo quedará colgado para seguir creciendo, aun después de la publicación), pero curiosidad también porque, al fin y al cabo, este tipo de cosas son las que dan vida al tema de la revista propiamente dicha, ¿no?
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Así que, aquí va la introducción. Muchas gracias a todos por adelantado.
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¿ES LA CIENCIA UN MERCADO DE IDEAS?
Jesús Zamora Bonilla
UNED
1. INTRODUCCIÓN.
Naturalmente, la respuesta es “no”. La ciencia no es un mercado: si consideramos que el mercado es un sistema de interacción social cuyos elementos mínimos (sus “átomos”) son cada una de las acciones de compraventa de bienes o servicios, resulta obvio que los “átomos” principales del sistema de interacción social en el que consiste la ciencia no consisten en “comprar” o “vender” nada. Desde luego, hay que comprar muchas cosas para llegar a hacer buena ciencia: hay que equipar laboratorios, contratar investigadores, pagar el recibo del teléfono, satisfacer los royalties empleados, etcétera, etcétera; de la misma manera, antes de poner un producto en el mercado a disposición de los clientes, la empresa que lo produce ha tenido que comprar materias primas, pagar salarios, instalar fábricas, transportar bienes de un lado para otro, pagar impuestos, y mil cosas así. Pero la diferencia esencial entre lo que hace una empresa con los bienes y servicios que ha producido gracias a todos esos recursos, y lo que hace un “agente científico” con lo que ha producido con los suyos, es que la empresa pone en el mercado su producción, es decir, el producto final, un bien o un servicio, está destinado a ser vendido, mientras que el “productor científico” suele regalar sus productos finales: no los vende, sino que los publica –en general sin recibir ninguna compensación monetaria a cambio– en alguna revista especializada, o en un congreso, para que otros “productores” lo conozcan y lo puedan utilizar libremente.
Ya veo delante de mí las numerosas manos que empiezan a protestar, burlándose en muchos casos de la supuesta ingenuidad que transpira el párrafo anterior. “¡Pero si la ciencia de hoy en día está dirigida básicamente a conseguir resultados comercializables, o sea, a conseguir patentes!”, se me dirá, y soy del todo consciente de que ello es así. Cualquiera que haya echado un vistazo a la biografía de la recién nombrada ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmedia, tendrá esto en la cabeza a estas alturas. Pero no hay que olvidar que, por cada patente que se solicita (unos dos millones al año en todo el mundo) hay muchos más artículos que se publican gratis et amore. Además, en la mayoría de las disciplinas científicas, es rarísimo el que se produzcan resultados patentables, lo que no quiere decir que algunos productos de esas disciplinas no se puedan comercializar con provecho, aunque no el “producto científico final” propiamente dicho, es decir, el artículo (“paper”) y las ideas y datos nuevos que contiene. Otras manos insistirán en que también los artículos, o las revistas que los incluyen, o (no digamos) los libros, son mercancías que se compran y venden, y este mercado editorial es, con toda seguridad, un auténtico mercado. Pero el producto como tal de la investigación científica no es tanto la revista o el libro (estos son más bien “envoltorios”), sino la información que hay en ellos: en el caso de una patente, hay que pagar por utilizar la información revelada por la patente, no por acceder a ella (o no necesariamente), mientras que en el caso de una revista, una vez que uno (o su biblioteca) ha pagado la suscripción, no hay límites para el uso que puedas hacer del “contenido epistémico” de sus artículos.
No es inimaginable un futuro en el que toda la nueva información científico-tecnológica que se produjera fuese “de pago”, es decir, patentables: lo único que haría falta sería un sistema de control lo bastante efectivo como para averiguar quién ha empleado cada “descubrimiento” en su propia actividad investigadora o industrial. De hecho, a mí me han caído buenas broncas por imaginarme (¡que no proponer!) un sistema así (en mi libro Ciencia pública – ciencia privada). Pero el caso es que la ciencia actual, y no digamos la del pasado, aún está dominada cuantitativamente por la práctica de los descubrimientos regalados, si bien es cierto que la financiación de la investigación científica procede, en cada vez mayor medida, de los ingresos que las propias instituciones investigadoras (públicas o privadas) obtienen gracias a las patentes de aquellos descubrimientos que no regalan.
Pero, dicho esto (que la ciencia no es un mercado, aunque está relacionada intensa e intrínseca mente con muchos de ellos), hay que decir también que, por supuesto, la ciencia sí que es un mercado. La paradoja es posible porque, como todo economista sabe bien, la verdad es que el propio mercado tampoco es un mercado. Me explico: el conjunto de realidades sociales a las que nos referimos con la expresión “el mercado” están muy lejos de formar un conjunto homogéneo, pues los procesos de intercambio concretos son muy diferentes unos de otros. Además, lo que tenemos en la cabeza (nuestro “concepto” de mercado) son realmente diferentes modelos específicos de mercado (el mercado de competencia perfecta, el monopolio, y todos aquellos modelos abstractos que los economistas se dedican a desarrollar), ninguno de los cuales suele encajar exactamente con ninguno de los mercados “reales”. Es decir, para entender los mercados (reales) como mercados (modelos abstractos), es necesario “forzar” en cierta medida los primeros para que encajen en las categorías que definen a los segundos. O sea, que la interpretación de una realidad social como “un mercado” es siempre hastsa cierto punto metafórica. Entender la ciencia como un mercado no implica tal vez, por lo tanto, nada más que extender el alcance de la metáfora un poquito más: “vamos a ver qué cosas interesantes podemos decir sobre la investigación científica si la intentamos entender como si fuera un mercado”. Para ello, lo que tendremos que hacer es lo que hacemos con el resto de los mercados (desde el mercado de letras del tesoro, al mercado negro de armamentos, pasando por el mercado de abastos de mi barrio): ajustar nuestras categorías mentales para que encajen con los hechos que deseamos analizar.
Este análisis nos permitirá hacer fundamentalmente dos cosas: por una parte, arrojará alguna luz (o barro) sobre las interacciones en las que en el fondo consiste la actividad social que llamamos “investigación científica” (sección 2), y por otra parte, nos ayudará a enfrentarnos con armas conceptuales más poderosas a la creciente realidad social de la “mercantilización” de la ciencia (sección 3).
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Voy a abrir el fuego, sin pretensiones de nada:
ResponderEliminarLo primero que yo diría es que, si vamos a buscar las motivaciones utilitaristas de los científicos, en la más rancia tradición de la economía neoclásica, diríamos que la "utilidad" que le reporta al científico investigar y publicar es mantener y cultivar su propia carrera científica: todo lo que publica, y las citas que consiga, son puntos para la cartillita del curriculum. Quien le paga o le pagará esos puntos son los financiadores de proyectos y los empleadores de cientificos (la universidad, los institutos de investigación y las empresas privadas interesadas). En este sentido, sería algo como el "efecto espejo", que aquí mantiene y aumenta el valor del científico en el mercado laboral de científicos. Se trataría de un mercado peculiar, porque los empleadores de científicos unas veces quieren sacar pasta (o sea, poner un piso al científico y retirarlo de la calle y de publicar casi nada) y otras veces son insituciones públicas, que se financian con nuestro dinero y no tienen afán de lucro. En este caso, nosotros metemos dinero por un extremo del tubo y salen publicaciones por el otro, y en medio hay dos mercados, el de científicos y el de revistas, pero el funcionamiento total del tubo es no-mercantil.
En segundo lugar, no sólo de salarios vive el hombre, sino de prestigio y reconocimiento, y la ciencia es una fuente de ellos, no como ser estrella de la televisión o el fútbol, pero también, y para muchas personas, más valioso.
En tercer lugar, algo hay que hacer en la vida para sentir que vale la pena, porque no nos podemos estar quietos, y esa tarea, para el que le va a su carácter, es satisfactoria por sí misma, una de las que pueden serlo verdaderamente, lo que no tiene nada de misterioso, y ya Aristóteles observó algo parecido (creo que en el Nicómaco, pero no lo juraría).
Estos dos motivos también son fuente de "utilidad", aunque no lo sean en sí mismos de pasta.
Pero dejando a un lado el mercado de científicos y las motivaciones de estos, y hablando de la ciencia como tal, a mi el enfoque me chirría un tanto.
A pesar de los esfuerzos beneméritos de los neoliberales que tratan el mercado como si fuera una ley natural universal, algo como la gravedad, eso no es así.
Lo que puede ser "natural" o universal en la naturaleza humana y las sociedades humanas es el intercambio como tal, el toma y daca universal, a muchos niveles (no siempre deliberados) y de muchas maneras. Pero el mercado es un caso particular de intercambio, y el mercado como se entiende en las economías tan mercantiles como la nuestra es un fenómeno más particular todavía. La característica más característica del mercado como tal es su despersonalización: el dinero de uno es tan bueno como el dinero de otro, y tener el dinero es lo único que importa para participar. Un mercado puro es el que no tiene "rozamiento" (costes de transacción) y el que solo intercambia dinero anónimo por otra cosa, sin que las personas importen.
Eso es auténticamente extraño, porque los intercambios hablando en general solían (suelen) tener en cuenta cosas como el parentesco, el status, la confianza, las expectativas, los privilegios, los vínculos y cualidades personales de toda clase. Y en la medida en que existen estas cosas, el mercado va dejando de ser un mercado.
¿Puede la ciencia aproximarse mucho a un mercado puro en este sentido? Lo veo difícil.
La otra cosa superimportante a tener en consideración es la particularidad que tienen los productos culturales como tales (la información, el conocimiento) de no degradarse ni repartirse ni inutilizarse por su difusión. Puedes multiplicar el soporte de una información cien millones de veces sin más coste que el propio soporte (eso es más cierto hoy en día, pero se entiende) y sin que el primer poseedor deje de poseerla. Por eso se ha inventado un artefacto ortopédico como la patente o el copyright, que procura artificialmente limitar la natural difusión de cualquier conocimiento útil.
Y esa difusión es la cultura humana en su totalidad. Si tenemos lenguaje, podemos criar niños, hacer tortilla de patatas, escribir estos parrafos, navegar a vela, pegar tiros, jugar al fútbol o tocar a la guitarra lamentables baladas es porque compartimos millones de informaciones y conocimientos, y esa es la única sustancia de la vida humana.
La mercantilizamos evidentemente de muchas maneras, pero buscando siempre el nicho que nos permita aprovechar lo que otros transmitieron y cobrar por nuestro trabajo resultante que lo incorpora. (Dejando aparte la explotación directa de patentes y copyright, que lo que hacen es convertir en objeto, análogo a una manufactura, algo que en sí mismo no lo es).
Ya lleva como treinta años de moda extender los modelos microeconómicos tradicionales del mercado a todo intercambio humano (la educación, el matrimonio, la política, el trabajo doméstico o cualquier cosa que se nos ocurra), pero yo creo que ese enfoque es de doble filo: por una parte ha puesto en el foco gran parte de la economía "de verdad", que estaba fuera de los focos en la teoría económica tradicional. Eso es una encomiable ampliación de un punto de vista muy estrechito. Por ootra parte, si hacemos esta ampliación con las mismas herramientas que se usaban para estudiar el mercado de automóviles o de chocolatinas, pues estamos haciendo un pan como unas tortas.
(perdón por la extensión, y saludos)
Salud:
ResponderEliminarNi en la más heterodoxa definición de ciencia en la epistemología actual se les ocurriría incluir la proposición es un mercado de ideas bajo sus presupuestos. Y ello es debido a que es un fenómeno distinto a la ciencia en sí (asociado a ella, pero de una naturaleza totalmente diferente).
Mario Bunge, en su obra Ser, saber, hacer, señala la rivalidad y la cooperación como pivotes del avance científico. En tal sentido, la rivalidad, se puede entender como 'competencia' y 'supervivencia' (en un sentido darwinista social), pudiendo ser trasladados a un potencial "mercado de valores" economicista. No obstante, el autor argentino siempre parte de una base cooperativa también.
Donde se ve muy bien la distinción es en la conceptualización del software y su modelo de negocio (véase, por ejemplo, http://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%B3digo_libre , donde modestamente, me acabo de dar cuenta que, la 5ª referencia que usa la entrada es de mi autoría). Dicho de otro modo: una ciencia tiene una naturaleza distinta al modelo de negocio que se emplee para interaccionar vitalmente con ella.
Tanto la 'rivalidad' como la 'cooperación' entran dentro del contexto revisionista de los protocolos científicos: estamos obligados a la continua observación y a la comunicación de resultados y procedimientos. Sin embargo, el modelo de negocio, es ajeno a la ciencia (lo mismo que lo es una central nuclear y una bomba atómica); porque sus usos técnicos los disponen objetivos e intereses humanos (que pueden ser buenos o no tan buenos).
Otra cosa es si la sociedad es un gran mercado (de ideas, de cosas, de tierras, de aguas, de personas...). Los científicos, como entes sociales, se moverían en semejante mercado (o 'antimercado'). Las ideas científicas entrarían en competencia/cooperación con las de la moda, la música, el cine, los libros del Pérez Reverte, los programas de T.V., etc. Y lo que habría que mostrar sería la dinámica de tales movimientos y sus patrones, así como su influencia en los mercados financieros. Sin embargo, una idea científica no lleva intrínsecamente un mercado o un negocio asociado.
Bueno, yo me voy a meter un poco con el orden de exposición de la introducción. Te cuento mi sensación como lector:
ResponderEliminarLeo el tículo "¿es la ciencia un mercado de ideas?" Ummm... Sugerente, me surge inquietud. Paro un momento a pensar un poco sobre ello y me hago unas espectativas acerca de lo que va a venir. El interés crece considerablemente y comienzo a leer: "Introducción. Naturalmente, la respuesta es no"........ Me paro un tiempo indefinido en ese punto. En una sola frase se me ha roto todo el encanto que me había sugerido el título.
Yo empezaría a alimentar poco a poco al lector, hilándole la "película" poco a poco, que ya habrá tiempo de dar respuestas contundentes y de decir que sí o que no y por qué.
En resumen, que yo no empezaría tan tajante. Es una apreciación personal, no sé. En mi opinión las introducciones necesitan de un poco más de literatura.
Yo creo que sí es un mercado de ideas.
ResponderEliminarLa economía tiene una gran virtud: puedes decir lo que quieras y no pasa nada ya que tus ideas se introducen en la bolsa titulada "nadie acierta"; hasta los metereologos son capaces de predecir con mayor precisión. Y nunca se acierta porque siempre se trabaja con muy pocas variables y, muchas veces, las menos influyentes.
Con los mercados pasa lo mismo. Un ejemplo: ¿Es la familia un mercado? Si metemos dos variables como dinero y comida, no tiene sentido la familia como mercado. Pero si ampliamos el espectro de variables, yo creo que sí es un mercado. Un mercado donde se intercambian unos intereses (sentimientos, trabajos, objetos, comodidades...) por otros hasta llegar a una posición de equilibrio.
De la misma manera la ciencia es un mercado de ideas... y de otras muchas cosas que se han señalado en los anteriores comentarios
increible Cs y UPyd revueltos:
ResponderEliminarhttp://ciudadanosenlared.blogspot.com/2008/04/campana-electoral-upyd.html
También estamos siguiendo la discusión sobre este tema en:
ResponderEliminarhttp://www.comunidadsmart.es/foro/index.php
(es necesario registrarse).