3 de junio de 2013

Historia y leyenda en los orígenes del Islam (2)

Continúa aquí mi artículo sobre los orígenes del Islam, en Mapping Ignorance. Dentro de unas semanas, la tercera y última parte.
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En el primer artículo de esta serie vimos lo que los textos cristianos de Oriente Medio en el siglo VII decían acerca de los invasores árabes que habían tomado abruptamente aquellos ricos territorios (primero Palestina, Siria y Mesopotamia; poco después, Persia y Egipto) que en los siglos anteriores habían sido disputados por los romanos y los persas. Por resumir, en esos textos se describe a los invasores como guiados por un “profeta”, aunque durante las primeras décadas de la invasión los cristianos se referían a la fe de los árabes (en las poquísimas ocasiones que lo hacían) como algo vagamente cercano al judaísmo, y sólo cien años después de la fecha en que supuestamente murió Mahora hay alguna referencia en aquellos textos al contenido de algo similar al Corán. Tal vez podríamos pensar que las fuentes literarias árabes de esa época contendrían alguna información más explícita sobre las creencias religiosas de aquel pueblo, pero eso sería una vana esperanza, como veremos inmediatamente. Describiré sucintamente las evidencias documentales más importantes. Los datos están tomados sobre todo de Spencer (2012) y Hollan (2012).

1) La referencia más antigua que se conserva al uso del calendario islámico es seguramente el recibo de la expropiación de 65 ovejas en la ciudad greco-egipcia de Heracliópolis, escrito tanto en griego como en árabe, y con la fecha en los dos calendarios correspondientes (22 de la era musulmana, 632 DC). Según la tradición, los árabes habían empezado a contar los años a partir de la hégira (la huída de Mahoma desde la Meca a Medina,, en 610 DC) diecisiete años después del suceso, es decir, sólo cinco años antes del documento en cuestión. Aunque, por desgracia, nada de él permite averiguar a qué se refería su autor exactamente con esa cifra, está claro que, siendo una fecha tan próxima al año de comienzo de la cuenta, la memoria de aquel acontecimiento “inaugural” no se habría perdido por entonces, o distorsionado en exceso. Compárese, p.ej., con el caso del calendario cristiano, que se empezó a usar más de cinco siglos después de la supuesta fecha del nacimiento de Jesús. Por tanto, esta es una razón que apoya la historicidad de la hégira, aunque no en igual medida los detalles de la misma según la tradición islámica.
2) Otro texto recientemente descubierto, casi contemporáneo, es una inscripción en la roca, en el desierto al sur de Palestina, y que menciona que fue escrito “a la muerte de Omar, en el año 24”. Omar fue el segundo califa, y la fecha en la que según la tradición que fue asesinado coincide con la de la inscripción. Esto también constituye un importante documento a favor del carácter histórico de algunos personajes y acontecimientos mencionados por dicha tradición.
3) De unos 15 años más tarde data otra inscripción, aunque esta vez está escrita en griego, procedente de unos baños construidos en la ciudad siria de Gádara (sí, la misma Gádara que sale en Regalo de Reyes). La inscripción elogia a Muawiya (el primer califa Omeya) como “siervo de dios y jefe de los protectores”, y da la fecha “42 según los árabes”. La inscripción no hace ninguna referencia a la religión musulmana (salvo que, se supone, “protectores” quiere decir “protectores de la comunidad cristiano-biznatina a la que pertenecen estos baños”) ni al significado religioso de la fecha. Más significativo es que la inscripción no hace ninguna referencia a Mahoma, y además está precedida por una cruz.
4) Otra inscripción, esta vez de nuevo en árabe, y encontrada en Kerbala (Irak), procede del año 64 AH (683 DC), y aunque en este caso contiene la tradicional invocación musulmana “En el nombre de dios, el misericordioso, el compasivo”, también se refiere a Alá como “el Señor de Gabriel, Miguel y Arafil” (tres ángeles bíblicos), de nuevo sin ninguna mención a Mahoma. Otro dato curioso es que la inscripción menciona la oración en tres momentos del día (como hace el Corán, y no cinco, como se hizo tradicional años después). La falta de mención alguna al profeta del islam es lo normal en casi todas las inscripciones oficiales del mundo árabe procedentes del primer siglo de la era musulmana.
5) Igual de sorprendente es el hecho de que las monedas acuñadas por los primeros califas raramente incluyen la palabra “Mahoma” (y cuando lo hacen, no está claro si funciona como el nombre propio del profeta, o en el sentido de “el califa sea alabado en el nombre de dios”, pues recuérdese que “muhammad” significa en árabe “bendecido” o “alabado”). En cambio, contrariamente a la ley islámica posterior, estas monedas representan una figura humana (en general, el propio califa; tal vez en algunas el profeta)… ¡que lleva una cruz en la mano! No es hasta la época de Muawiya en la que se añade a la cruz una diminuta luna creciente.
6) Probablemente, el primer texto islámico aparte del Corán son las inscripciones de los mosaicos de la Cúpula de la Roca, en Jerusalén, terminada en 691 DC. Este texto incluye fragmentos del Corán (aunque no literalmente), y menciona expresamente a Mahoma (aunque, como veremos, aquí también vale la precisión del punto anterior). Lo más curioso es que la mayor parte del texto está dedicada a criticar la afirmación cristiana de que Jesús es el Hijo de Dios, aunque se le alaba como uno de los mayores profetas. De Mahoma propiamente dicho, el texto dice poco más que “Mahoma es el mensajero de dios”, lo que puede traducirse como una alabanza a Mahoma, o como una alabanza genérica: “bendito sea el mensajero de dios”, sea cual sea la identidad de ese mensajero (es decir, tal vez la expresión se refiera a Jesucristo, como el resto de la inscripción, o a cualquiera de los muchos profetas bíblicos o post-bíblicos que la religión islámica reconoció).

Decíamos que sería de esperar en este artículo alguna referencia a lo que decían sobre Mahoma y el origen el islam los cronistas árabes del siglo VII. Por desgracia, la verdad es que esos cronistas sencillamente no existieron, al menos como autores de obras escritas. Los primeros historiadores musulmanes escribieron más de un siglo después de la muerte de Mahoma, e incluso los libros de esos historiadores no han llegado directamente a nosotros, sino sólo a través de citas y menciones hechas por otros autores que escribieron a partir del siglo II de la era islámica. El propio Corán es la única fuente literaria árabe que data del siglo VII, y presentaremos algunos resultados de la investigación filológica sobre él en la próxima entrada de la serie.
El hecho es, por tanto, que prácticamente todos nuestros datos de procedencia islámica sobre la época de Mahoma e inmediatamente posterior dependen de la tradición oral. Los primeros historiadores árabes hicieron un arte de la “certificación” de los isnads, esto es, las cadenas de transmisores que supuestamente habían ido pasando de unos a otros un hadiz (un dicho o hecho del Profeta o de alguien cercano a él). Por supuesto, no existía por entonces ningún procedimiento fiable para llevar a cabo esa certificación sin ningún error, y en cambio, sí que existían ocasiones y motivaciones para corromper, o incluso inventar, tanto los hadizs como las isnads, en una época (más de un siglo) en la que la ortodoxia e instituciones islámicas, y los núcleos de poder en el mundo árabe, estaban precisamente tomando forma. Se dice que Bukari, un ode los primeros recolectores de hadizs en el siglo IX, compiló nada menos que 300.000 de estas historias, de las cuales decidió publicar sólo unas 7.500 como relativamente “fiables”, y de ellas sólo un tercio como “auténticas” (es decir, ¡menos de una de cada mil!).
Terminaremos indicando un poderoso argumento propuesto por Jansen (2008) que permite sembrar la duda sobre la credibilidad de la mayor parte de los hadizs. Se trata del hecho de que la primera biografía (sira) de Mahoma, escrita por Ibn Ishaq a mediados del siglo VIII (es decir, aproximadamente siglo y medio después de la muerte del Profeta), recoge meticulosamente la fecha en la que cada acontecimiento sucedió. Esto ha dado gran credibilidad al relato de Ibn Ishaq entre los historiadores posteriores, incluidos los estudiosos occidentales. Pero hay un grave problema con esas fechas; veamos.
El calendario islámico sustituyó a uno pre-islámico (ambos lunares) el año 629 DC, aún en vida de Mahoma. La principal diferencia entre ambos calendarios es que en el pre-islámico se incluía un “mes bisiesto” cada tres años, para mantener el compás con el año solar (pues doce meses lunares equivalen a unos 354 días). Se dice que Mahoma prohibió la práctica de incluir ese mes bisiesto por considerarla “pagana”, y por lo tanto, el calendario islámico es unos 11 días más corto que el solar, lo que hace que 34 años musulmanes equivalgan a sólo 33 años solares. Pero, curiosamente, ¡ninguno de los acontecimientos de antes de 629 DC relatados por Ibn Ishaq tiene una fecha situada en un mes bisiesto! ¿Es que no le ocurrió nada relevante a Mahoma o a sus compañeros en un mes de cada 37? Según Jansen, la única explicación razonable es que esos acontecimientos fueron inventados o reelaborados en una época en la que la mayoría de la gente sencillamente había olvidado que los meses bisiestos habían existido.


                REFERENCIAS

                Holland, Th., (2012), In the Shadow of the Sword. The Battle for Global Empire and the End of the Ancient World, Little, Brown.
Jansen, H., Mohammed: Eine biographie, München, Beck.

Spencer, R., (2012), Did Muhammad Exist? An Inqury into Islam’s Obsucre Origins, Washington, ISI Books.


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Más:
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Historia y leyenda en los orígenes del Islam (1).
Historia y leyenda en los orígenes del Islam (3)

3 comentarios:

  1. Creo que hay un error en esta frase:

    "...escrita por Ibn Ishaq a mediados del siglo VII (es decir, aproximadamente siglo y medio después de la muerte del Profeta)"

    O el siglo está mal o no escribió 150 años después de la muerte de Mahoma.

    Muy buenos los artículos, por otra parte. Espero el siguiente con expectación.

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  2. La serie muy interesante. A ver la tercera parte (y si hubiera más, todavía mejor)

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