La ontología es una cosa muy seria: es el estudio "del ente en cuanto ente", o sea, de las cosas que existen, consideradas sólo como existentes. O sea, la ontología consiste en estudiar en qué consiste eso de existir, o como dicen los más finos, "ser". Además, supuestamente se trata de un estudio completamente apriorístico, es decir, en el que no deben utilizarse conocimientos obtenidos mediante la experiencia, sino que ha de sacarse todo del coco (como en la lógica y en las matemáticas, se supone).
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Como os podéis imaginar, tengo serias dudas de que tal investigación consiga averiguar cualquier cosa medianamente interesante, sobre todo porque los conceptos fundamentales que se manejan en la ontología (realidad, existencia, ser, entidad, propiedad, materia, forma, causa...) dependen inevitablemente de ciertos prejuicios que no tenemos otra manera de averiguar si son razonables o no, salvo comprobando mediante la experiencia que "la cosa funciona" cuando nos basamos en ellos. Veamos algunos ejemplos.
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Nada parece más claro que la diferencia entre una entidad (un objeto, un ente, una cosa) y una propiedad (cualidad, cantidad, relación). Las cosas son cosas (son cosas), como por ejemplo, un tornillo, una bellota, el agua que llena una piscina, tu madre, el arcángel Gabriel, el número 49, etc. Y las cosas tienen propiedades, tales como ser duro, ser comestible, hacer olas, cocinar la paella que te cagas, atontolinar caravaneros, o ser múltiplo de 7. Pero las propiedades no son cosas (más que como una forma de hablar), ni las cosas son propiedades de otras cosas. Sobre todo, no puede haber propiedades SIN cosas, sin ser la propiedad DE alguna cosa (al contrario de lo que Lewis Carroll decía de la sonrisa del gato de Chesire). Este argumento ontológico (las propiedades no pueden existir sin una cosa DE la que sean su propiedad) fue utilizado en el siglo XIX para afirmar "como el conocimiento científico más indudable que poseemos" la existencia del éter electromagnético: una vez que se aceptó que la luz y otras radiaciones eran fenómenos vibratorios, se concluyó de modo totalmente natural (a partir de aquella premisa ontológica), que si las ondas electromagnéticas eran ondas, o sea, vibraciones, debían ser vibraciones DE ALGO, y ese algo (esa sustancia, esa entidad física) es a lo que se llamó éter.
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Como bien sabéis, la hipótesis de que la radiación electromagnética es la vibración DE una sustancia llevó a enormes dificultades, y fue abandonada finalmente gracias a la teoría de la relatividad, que no daba explicaciones sobre "de qué" era una vibración la vibración que llamamos "luz", pero que ofrecía un modelo matemático que encajaba perfectamente con las observaciones, y que no presuponía la existencia de ningún "éter". El propio Einstein propuso también la teoría de que las vibraciones electromagnéticas pueden estar ¡localizadas en un punto determinado!, sin dejar por ello de poseer las propiedades que hacen de ellas unas vibraciones (básicamente, la frecuencia, la polaridad, etc.).
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Más adelante, la teoría cuántica generalizó este contubernio conceptual y mostró que todo, y no sólo la radiación electromagnética, se comporta como una onda y también como una partícula. Estamos tan familiarizados con esta dualidad que no solemos percatarnos de lo absurda que resulta cuando no nos hemos desembarazado de las tesis ontológicas de las que estoy hablando. "¿Cómo que algo puede ser a la vez -o en momentos distintos, que para el caso es igual de ridículo- una partícula y una onda? Una partícula es una COSA, una entidad, un objeto, como un balón o como el agua de una piscina; una onda, una vibración, en cambio, NO ES UN OBJETO, sino que es más bien ALGO QUE LE PASA a un objeto (p.ej., al agua de la piscina). ¡¡¡Decir que algo puede ser una partícula y también una onda es exactamente tan carente de sentido como afirmar que algo puede ser un mamífero y también una temperatura!!! Eso es una mera confusión de categorías. Aquí hay algún error, y muuuuy gordo"
Esa sería la queja del ontólogo tradicional al enterarse de qué va en serio la dualidad onda-partícula. Y tiene razón en quejarse... al decir que hay algún error. Claro. El error es (a la luz del tremendo éxito empírico de la teoría cuántica) el suponer que la distinción entre entidades y propiedades refleja algo así como "la naturaleza última de las cosas". Lo que nos muestra la teoría cuántica es, entonces, que esa distinción tan "evidente" entre cosas y propiedades ("¡no confundamos a los castores con la temperatura... o el culo con las témporas!") es probablemente una herramienta cognitiva que resulta útil para formular hipótesis y teorías con las que movernos en la vida cotidiana, y seguramente en muchos más ámbitos (desde las células hasta las galaxias), pero no necesariamente una "imagen especular de la estructura última de la realidad", por así decir.
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O sea, que cuando estamos utilizando los conceptos de la ontología, en realidad estamos asumiendo inadvertidamente ciertas tesis que son empíricamente válidas en ciertos ámbitos, pero no necesariamente en la realidad "en su conjunto" (expresión esta que, por cierto, también utiliza términos cuya aplicabilidad "universal" -ídem- no podemos tomar con seguridad). Así que la ontología no sólo no es a priori (¿cómo van a ser a priori unos principios que hemos descubierto empíricamente que son falsos?; ¿y cómo podríamos haber descubierto a priori que a partir de cierto grado de diminuteidad no hay diferencia entre objetos y propiedades?), sino que en realidad es la leche de empírica (pues sus afirmaciones son generalizaciones, extrapolaciones, del comportamiento normal de las cosas que observamos en nuestra experiencia cotidiana, y la propia experiencia -en este caso, no la cotidiana, sino la científica- puede poner a prueba dichas afirmaciones de formas inesperadas). El trabajo intelectual realmente interesante, para los que quieran dedicarse en serio a la ontología, es un trabajo a la vez teórico y empírico (pero nada apriorístico): intentar explicar cómo se las apaña la naturaleza para hacer compatible un nivel en el que los castores son algunas veces temperaturas, las témporas se convierten en culos cuando les da la gana, y la velocidad se hace tocino, con otros niveles "superiores" en los que estas cosas no sólo no suceden sino que parecen un contrasentido. Da igual que a esa investigación se le llame ciencia o filosofía; en cualquier caso será la hostia de interesante (mucho más que las obras completas de Millán Puelles).
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