Anoche, leyendo el libro de Roberto Casati, El descubrimiento de la sombra, tuve la asombrosa experiencia de sentir que la Edad Media había acabado, como quien dice, ayer. Algo así como si, al volver de la calle, te enterases de que la persona con la que habías coincidido en el ascensor era el Cardenal Cisneros en persona.
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Tiene todo esto que ver con un refrán que, sistemáticamente, mi suegra recita todos los meses de diciembre, y que seguramente muchos habréis oído, en una versión u otra:
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"Para Santa Lucía, se acortan las noches y se alargan los días".
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Cada vez que la escuchaba, hasta ahora, me lo tomaba como un ejemplo de cultura popular poco preocupada por la exactitud científica (en este caso, astronómica), pues Santa Lucía es el 13 de diciembre, ocho días antes que el verdadero solsticio, el 21. Al fin y al cabo, con los medios de una sociedad rural como la que vivió mi suegra en su infancia y juventud, ni era fácil medir con precisión la duración de los días y las noches, ni la diferencia debida al error era tan importante como para vencer a las exigencias poéticas de la rima. Varias veces había intentado convencer a mi suegra de que, en realidad, las noches se empezaban a acortar el 21 de diciembre, pero la fuerza de la tradición era mucho más potente que mis argumentos, y, hasta la fecha, ella sigue convencida de que lo que dice "su" refrán es verdad.
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Lo que me extrañaba era que no fuera más popular algún refrán que asociara el fenómeno astronómico del solsticio con la Nochebuena , una fiesta más importante y bastante más cercana a la fecha "correcta" (sólo 3 días de diferencia). Una explicación psicológica me parecía más verosímil para esto último: adelantar mentalmente la fecha del solsticio podría responder nada más que a las comprensibles ganas de la gente de que hubiera más luz.
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Pero el libro de Casati me hizo ver que la explicación era otra muy distinta: lo que pasa realmente es que el refrán era correcto. Insisto en lo de "era": antes de la reforma gregoriana del calendario, los solsticios y equinocios REALES se adelantaba progresivamente con respecto a la fecha oficial, hasta llegar a una diferencia de 10 días en el siglo XVI, de modo que el solsticio de invierno cayó alrededor del 13 de diciembre a finales de la Edad Media (hacia los siglos XIII-XIV, sobre todo). El dicho en cuestión, por lo tanto, sería originario de esa época.
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Por lo tanto, el refrán que escucho en mi casa todos los meses de diciembre es un "meme" que lleva repitiéndose (con ligeras variaciones) al menos setecientos u ochocientos años, es "una larga conversación".
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Bueno por lo que tengo entendido, la razón para que el renacimiento solar se celebre 3 días después tiene que ver con que el alargamiento de los días no es inmediatamente evidente y hay una explicación muy extendida que dice que el Sol no "resucita" (comienza a estar más tiempo en el cielo) hasta 3 días después de su muerte. Me tomé hace tiempo la molestia de mirar las variaciones de tiempo y lo único significativo para esta espera de tres días es que, al cabo de los 3 días, hay en total un minuto más de luz. Algo difícilmente medible para una persona aunque una diferencia apreciable para los astrónomos de la antigüedad. Por eso este argumento no me parece descabellado pero no me convence. Seguramente tenga bastante que ver con la simbología religiosa de las religiones solares (que luego pasaría al cristianismo)
ResponderEliminarUna entrada extraordinaria, he disfrutado mucho leyéndola. Gracias y enhorabuena.
ResponderEliminarPaola
Me encanta el refrán de tu suegra, jejeje. Al menos tiene una base científica. Pero anda que ese de "a quien madruga, Dios le ayuda", mira que es viejo y, encima, basado en un tremendo error, jajaja.
ResponderEliminarTu suegra es sabia.
Saludos.
Mi primera suegra era un poco más fantasiosa. Su versión del meme decía:
ResponderEliminar"Para Santa Montoya, se acortan las faldas y se alargan las..."
Interesante. Y me ha tenido mosqueado hasta el final. Porque intuitivamente pienso que no debe ser nada difícil averiguar el día del solsticio en una latitud como la de España. Midiendo la sombra del campanario de la iglesia, por ejemplo. Solo lo supongo, porque no he cogido un almanaque solar para calcular la diferencia en la longitud de esa sombra, entre el día del solsticio, y uno antes o después. Pero seguro que equivocarse ocho días era imposible.
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