Estos dos sonetos los compuse (si no recuerdo mal), cuando hacía segundo de Filosofía en la UAM, con dieciocho o diecinueve años, en una época en la que aún pensaba que podía llegar a ser un escritor importante. Por algún lado debo tener un montoncillo de hojas con otras poesías, pero éstas son las únicas que recuerdo de memoria (y es curioso, cómo he vuelto a recordarlas el otro día después de muchos años sin volver a pensar en ellas). Era un tiempo en el que mi vocación literaria me llevó a integrarme en la redacción de Solemne, el gordo (la revista literaria que hacían los alumnos de la UAM), un puesto que dejé tras ser copada esa redacción por miembros del grupo Juventud Idente, que compruebo en internet con cierta nostalgia que aún existe (un grupo, digámoslo también para dejar constancia de mi perspicacia, con el que me relacioné durante un año o así, aunque tardé unos tres meses en enterarme de que eran una organización religiosa)..
En fin, a la vista de estos sonetos, supongo que se confirmará el optimismo cosmológico leibniziano, por la armonía preestablecida que me hizo abandonar aquella vocación (o que la vocación me abandonase a mí).
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Ahí quedan:
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SIN TÍTULO
Entenderé los trinos del jilguero
sólo al desentenderme en su poesía,
y cuando la esbeltez de su armonía
se cierre en mi habitáculo postrero.
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Saborearé las hojas del romero
únicamente cuando al alma mía
expulse tras la etérea celosía
que me limite al fin, fugaz y entero.
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Sermonearán mis ojos apagados
la plática infantil de la incongruencia,
para parecer doctos de alejados;
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Y no tendrá mi anhelo más vivencia
que el hoyo inmóvil de los fieles prados
en los que anatemice mi existencia.
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BEETHOVEN
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Paciendo las esperas deshonradas
por el sin fin mugir de la cadencia
de una cítara virgen, de una ausencia
musical y profunda. Están trabadas
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(o, tal se oyen, tal vez desesperadas)
en una juvenil melancolía:
hay ya sólo desdicha sobre el día
que soporta sus horas acabadas.
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Vendré una vez rompiendo todo esto
para imponer en dios mi sexo enhiesto,
y entonces será solamente oído
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el silencio fatal de mi palabra,
Getsemaní de música y de ruido:
po-po-po-pom. ¿Quién va? ¡Beethoven; abra!
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Yo también poeticé hasta los 16, pero lo mío da un pelín de vergüenza ajena (sólo un pelín, que si no no lo pondría).
ResponderEliminarTodo lo que se haga para mayor gloria del sordo genial me parece poco. Cuando oigo a Beethoven no me cuesta identificarme con su música, me parece entender todo lo que compone. En menor medida me ocurre con algún otro compositor. Con el tan venerado Mozart, apenas.
ResponderEliminarIrichc:
ResponderEliminarEste uso de la vergüenza lo entiendo más que el que nos proponías en los comentarios de otra entrada.
Esto es lo que yo llamo un post con "ángel" (una ventana de aire fresco en la red).
ResponderEliminarJesús, me ha gustado. Además, me ha recordado el, dicen, mejor soneto en castellano: Cerrar podrá mis ojos la postrera...