Comentario sobre el libro de Richard Dawkins, El Espejismo de Dios, Madrid, Espasa, 2006.
Bien conocido por sus obras de divulgación científica en el campo de la biología, y más especialmente en la teoría de la evolución (El gen egoísta, Destejiendo el arco iris...), el catedrático de “Comprensión Pública de la Ciencia” en la Universidad de Oxford, Richard Dawkins, ha tomado una decisión arriesgada al escribir su última obra. El espejismo de Dios no es un libro ciencia, aunque el conocimiento científico desempeña un papel importante en buena parte de sus argumentos, y por supuesto en la visión general sobre la realidad que subyace en toda la obra. En cierta medida, este menor protagonismo de la ciencia hace que el libro sea más accesible para el lector medio que otros títulos de Dawkins (quien, por otro lado, es un maestro consumado de la comunicación científica, tal vez, tras la muerte de Stephen Gould, el mayor divulgador vivo de la biología), pero también ha tenido la consecuencia no tan favorable de que su virtuosismo argumental “marca de la casa” se echa bastantes veces de menos en el nuevo libro. Ocurre un poco como cuando un gran intérprete de un instrumento musical se mete a director de orquesta: el resultado puede ser agradable, pero resulta un tanto desigual, pues el artista acusa la faltan familiaridad con algunos matices y dominio de ciertas técnicas. Con todo (y con algunos otros problemillas de los que hablaré pronto), El espejismo de Dios es simplemente una de esas obras que se necesitaban, cuyo éxito editorial es tan comprensible como deseable, y cuya recepción enfurecida por parte de los medios creyentes y tradicionalistas no deja de ser síntoma de su vigor intelectual. Lástima, dicho sea de paso, que la traducción encargada por Espasa-Calpe haya hecho tan poca justicia a la prosa fluida del autor, hasta hacerle decir en algunos puntos lo contrario de lo que dice.
Pero vayamos al contenido de la obra. Richard Dawkins no ha escrito un libro para los profesionales de la argumentación religiosa (teólogos y filósofos), sino para el gran público, para esa masa de personas que, en muchos casos, profesan una religión por el mero hecho de haber sido educados así, y porque nunca han considerado la idea de que podía ser factible (e incluso saludable) el rechazar esas creencias. Es, sobre todo, un libro para quienes el argumento teólogico fundamental ha sido siempre el campechano “¡Algo tiene que haber!” que estamos tan acostumbrados a oir cuando nos ponemos metafísicos en una charla de café. Por supuesto, las multinacionales religiosas (sobre todo las de Occidente, con sus sofisticados departamentos de investigación, también llamados “facultades de teología”, y sus múltiples concesionarios –con ce, no efe–), han ensamblado argumentos dialécticos enormemente sofisticados para demostrar que es razonable creer en Dios, en la resurrección, y en la perversidad moral de la masturbación; pero, puesto que la mayoría de los mortales no creen en estas cosas porque hayan sido convencidos mediante tales argumentos de teólogo profesional, sino más bien por razonamientos o intuiciones de amateur, un libro dirigido al gran público tiene que concentrarse en debates mucho más a ras de tierra.
A este nivel, la primera y fundamental cuestión es la de si Dios existe. La estrategia de Dawkins es la de mostrar que no se trata de una cuestión ante la que sólo quepan tres posturas: la del creyente, la del ateo y la del agnóstico, sino que, como con cualquier otra afirmación sobre la existencia de cierta entidad o fenómeno, lo que tenemos es un amplio abanico de posibilidades: uno puede estar totalmente convencido de que Dios existe, o de que Dios no existe, pero entre ambas convicciones extremas caben muchos matices. Por ejemplo, uno puede decir, “yo no sé si Dios existe, pero creo que es más probale que exista que lo contrario”, y por supuesto también puede dudar de su existencia con la misma intensidad. En realidad, si uno lo hace pensar un poco a sus compañeros de charla de café, ¿por qué van a ser exactamente igual de probables ambas posibilidades? Al fin y al cabo, yo no sé si algún barco del Antiguo Egipto navegó alguna vez hasta América del Sur, pero pienso que probablemente no; en cambio, pienso que es más probable que alguno viajase hasta España, aunque tampoco lo sé. Esta precisión le sirve a Dawkins para sugerir que ser ateo no equivale a “negar” a secas la existencia de Dios, sino sólo a pensar que es bastante improbable. Dawkins dedica un capítulo a ridiculizar la mayoría de los argumentos teístas habituales (no todos “filosóficos”), mostrando que no garantizan en ningún caso una alta probabilidad a la existencia de Dios, lo que no es muy nuevo, por otra parte.
En cambio, el capítulo central de la obra ofrece un argumento más original, aunque el mismo Dawkins reconoce que consiste ni más ni menos que en tomarse en serio la eterna pregunta infantil de “¿quién creó a Dios?”. Muchos teólogos (sin ir más lejos, el bueno de Hans Küng en su muy reciente El principio de todas las cosas) afirman que la hipótesis de Dios es la mejor explicación “científica” de la existencia del mundo y de su sorprendente orden. Dawkins muestra, en cambio, que esta hipótesis no explica nada, si por “explicar” entendemos lo que hacen las teorías científicas cuando explican correctamente ciertos fenómenos (hurgaré en los detalles en otra ocasión, si me dejan), y lo que es más importante, que esta hipótesis requiere un Creador al menos tan complejo como el mundo que ha creado. Pensemos en el viejo argumento del reloj encontrado en una playa desierta, el cual nos lleva lógicamente a la conclusión de que alguien lo fabricó; imaginemos que lo que hallamos es un hacha prehistórica, mucho más simple que un reloj. La conclusión a la que llegaremos es que la sociedad que ha construido el reloj es más sofisticada que la que ha fabricado el hacha (pues necesita una división social del trabajo mucho más extensa); y si lo que encontramos es un ordenador, pensaremos correctamente que ha sido creado por una sociedad aún más compleja. Pues bien: si el universo hubiera sido creado por alguien, ese “alguien” debería ser muchísimo más complejo que quien ha creado el hacha, el reloj, o el ordenador. Hasta aquí, no hay problema; de hecho, muchos teólogos de café, como usted y como yo, tendrán la intuición de que Dios es un ser bastante complicado, y no el intelecto simplísimo que postulan algunos teólogos, tan simple que no necesita de nada que lo haya creado. Pero fijémonos en que queríamos un Dios porque el mundo nos parecía tan complejo que necesitaba un creador. Por tanto, la misma razón que nos llevó a pensar que debía existir un creador del mundo, nos llevará también a exigir que este creador haya sido creado... por otro creador aún más complejo, y así sucesivamente. Y esta cadena de creadores cada vez más complejos es todo menos simple, que es la virtud que deben tener las buenas explicaciones científicas.
Tras los capítulos de teología de café, Dawkins dedica más de la mitad del libro a defender una tesis que es la que sin duda ha suscitado la intensa animadversión a la que nos referíamos. La tesis de que la religión es básicamente perjudicial. Es justo indicar que la mayoría de los creyentes no son como los terroristas islámicos del 11-M o los “talibanes cristianos” de la América profunda. Dawkins lo reconoce, pero insiste en que el fundamentalismo es la consecuencia natural de la propia esencia de la fe religiosa, pues al fin y al cabo la fe consiste en la voluntad de creer cosas irracionales sencillamente por la autoridad de quien nos las enseña. Cuando la fe no ha desembocado en el fundamentalismo, ha sido porque otras convicciones individuales y otras fuerzas legales se lo han impedido. Entre los muchos ejemplos que pone Dawkins, destaca el de la fuerza moral de las Escrituras: cualquiera que lea hoy la Biblia con la sensibilidad ética de nuestros días, sentirá repugnancia por la crueldad que Yahvé y sus muestran en la mayor parte del Antiguo Testamento, y no menos por el capricho divino de someter a su propio Hijo a una tortura terrible en el prime time del Nuevo. La Biblia misma no puede ser tomada, por tanto, como una guía moral en sentido primario, pues empleamos nuestra moral para decidir qué interpretación ética tenemos que dar de los mensajes que la Biblia contiene. Por tanto, es nuestra moral (nuestra moral laica, diríamos) la que forma el dique de contención que impide que las creencias religiosas “respetables” se desborden hacia un fundamentalismo “criminal”, como harían si sólo obedecieran sus propias fuerzas.
Hay muchas otras tesis igual de interesantes y provocadoras en El espejismo de Dios, esperando a la curiosidad de los lectores. No puedo comentarlas todas, pero no me resisto a mencionar las dos que pueden tener una mayor repercusión política, y que ojalá propicien un debate social sosegado pero intenso. La primera es la de que las creencias religiosas no deberían merecer más respeto que cualesquiera otras opiniones. Se trata, en el fondo, de que una persona religiosa no debe tener más derechos que una no religiosa (por ejemplo, el derecho a que no se discuta la verdad de sus creencias, el derecho a aducirlas como justificación de sus actos, por muy poco razonables que estos sean, etc.). La segunda tesis es la de que los niños tienen derecho a no ser adoctrinados, ni siquiera por sus familias, y por lo tanto no deberían sufrir una educación religiosa tendenciosa, al menos hasta alcanzar el debido uso de razón gracias a una enseñanza basada en el fomento de la capacidad crítica y en la valoración del conocimiento racional. ¿Alguien se atreve a llevar estas propuestas al debate político español?
Un poco largo, ¿no?
ResponderEliminarBueno para ser justos... pongamos otra reseña...
ResponderEliminarhttp://vilmecanico.blogspot.com/2007/05/richard-dawkins-es-un-eminente-etlogo.html
Un saludo Don Jesus, es un placer leerle.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuy bueno el texto.
ResponderEliminarEl ser humano es curioso por naturaleza, y esto, unido a que somos el único animal ""racional""capaces de darnos cuenta de las cosas que hacemos, nos ha llevado inevitablemente a buscar respuestas a todo. En el más mínimo momento que no encontramos una buena respuesta que nos tranquilice y nos resuelva nuestro problema, si es necesario, la INVENTAMOS. De ahí surgieron las religiones. Porque sentimos necesidad de saberlo todo.
Sinceramente pienso, que no debemos de basarnos en la creencia de un dios que nos “solucione la vida” y debemos de ser nosotros, los que mediante la investigación vayamos descubriendo cosas. Todo esto está muy bien. Pero si añadimos el problema de la gran incultura que nos afecta, sobre todo, en países orientales, esto se vuelve una auténtica bomba de relojería.
No creo que las religiones sean un modo de cultura, más bien, creo que la destruyen y dificulta a la humanidad en su desarrollo.
Lo mejor es la pregunta de quién se atreverá a llevar esas propuestas a la política. Pienso que una persona sola sería imposible que la escucharan, pero todos juntos, no sería tan inposible ¿no?
Un saludo.
El Sr. Dawking acababa de ver "Blade Runner" cuando escribió eso ;)
ResponderEliminarLa navaja de Ockham; la explicación más fácil es la correcta. Mezcla de Darwin y un poquito de salsa de tabasco creacionista (por crédulos)... y pum ¡¡¡ Soberbia la fórmula del nuevo Best-Seller académico. ¡¡¡
Sin embargo, no deja de señalar (el Sr. Dawking, que los niños no deberían de ser embajadores de los "complejos" de sus padres, el tío. La educación de los padres, o violación de los principios puros de la selección natural, no debería contemplar principios religiosos-éticos puesto que haría frente al orden jerárquico superior que supone la perfecta adaptación al medio a través de los ciclos vitales. A las respuestas de los padres deberían contestar los científicos:
¿ y por qué existen... ?
los padres...
los amigos...
la gente...
la ciudad...
el país...
el planeta...
el sistema solar...
el universo...
el big bang...
- Algo habría antes, no?
- Qué ? Por qué ? Cuándo ? Cómo ? Dónde ?
Los niños...
La respuesta del Sr. Dawking es muy clara: - Todavía no tenemos todos los conocimientos necesarios, pero si miras a tu amiguito..., mira lo que le dicen sus padres...
Muy buena reseña.
ResponderEliminarPero sigo sin compartir el empeño en que “el fundamentalismo es la consecuencia natural de la propia esencia de la fe religiosa, pues al fin y al cabo la fe consiste en la voluntad de creer cosas irracionales sencillamente por la autoridad de quien nos las enseña”. Creo que es una ilusión pensar que la racionalidad produce por sí sola bien moral, y que es falsear la realidad de los hechos pensar que la religión crea fanáticos y la ciencia gentes tolerantes. Al fin y al cabo, ¿no eran religiosos hombres como Luther King y Gandhi? ¿Y no son sumamente cientifistas –es decir, empeñados en no creer cosas irracionales y tomar en serio sólo la razón y la experiencia– Buffon, Marx, los darwinistas sociales, los tecnócratas soviéticos y fascistas…?
Estoy de acuerdo con que juzgamos la Biblia desde nuestra moral, sólo con una matización: creo que nuestra moral laica es un producto del cristianismo. Pero de eso ya hablamos en La taberna…
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