23 de octubre de 2007
EL POSITIVISMO ES UN HUMANISMO (2)
(en el capítulo de ayer)
El positivismo, sea viejo o nuevo, es la unión de dos tesis, una epistemológica y otra político-moral. La primera sostiene que las únicos métodos válidos de obtención de conocimiento, es decir, los únicos que nos garantizan en alguna medida razonable la verdad de los conocimientos obtenidos con ellos, son la demostración formal y la contrastación empírica, o dicho de otro modo: el análisis riguroso e intersubjetivo de nuestros conceptos y de nuestras experiencias. Cualquier otro tipo de argumentos con los cuales se nos intente persuadir de alguna teoría u opinión, no poseerá en realidad nada que apunte hacia la verdad objetiva de sus conclusiones, y por lo tanto no existirá razón alguna que nos fuerce a aceptarlas si lo que deseamos es descubrir la verdad sobre aquel asunto. Sólo son conocimientos científicos, entonces, los producidos a través de algún método que garantice razonablemente su validez intersubjetiva.
La segunda tesis afirma que se debe promover la obtención de conocimientos científicos sobre todos aquellos ámbitos que sean de interés para los ciudadanos, y en particular, que deben ser denunciadas como totalmente carentes de validez objetiva cualesquiera otras ideas u opiniones pretendidamente fácticas (y por supuesto, dichas creencias tendríamos que intentar sustituirlas por conocimientos verdaderamente científicos, siempre que esto sea razonable). Esta segunda tesis afirma, pues, la conveniencia de fomentar el "espíritu científico" en nuestra sociedad.
A estas dos tesis, el llamado "positivismo lógico" o "neopositivismo" -desarrollado en el período entre las dos guerras mundiales por los miembros de Círculo de Viena y otros filósofos afines- añadió algunas más sobre la manera correcta de analizar las teorías y los conceptos científicos, sus relaciones mutuas, y su conexión con la evidencia empírica: básicamente la doctrina de que carecen de sentido todos aquellos enunciados cuya verdad o falsedad no pueda ser establecida de manera formal o empírica, y la doctrina de que las teorías deberían ser formuladas como sistemas axiomáticos, de tal manera que las teorías con un ámbito de aplicación más restringido (por ejemplo, la teoría celular) pudieran ser deducidas lógicamente de teorías más profundas (por ejemplo, la mecánica cuántica), y también de tal forma que fuera posible deducir, a partir de aquellos axiomas, enunciados que se pudieran cotejar automáticamente con experiencias intersubjetivas. La primera condición garantizaría el progreso acumulativo de la ciencia, en el sentido de que las teorías antiguas que estuviesen bien confirmadas se manifestarían sencillamente como un "caso especial" de las teorías nuevas; la segunda condición garantizaría que la aceptación de cualquier teoría se llevará a cabo única y exclusivamente en función de si sus predicciones empíricas son confirmadas por una experiencia neutral. La primera doctrina, por su parte, serviría para purificar el ámbito de la ciencia de todas aquellas tesis ("metafísicas") que pueden esconder la influencia de factores ideológicos.
Como decía en la introducción, el neopositivismo ha sido criticado con denuedo desde casi todos los frentes posibles con argumentos procedentes de la propia epistemología, de la historia y la sociología de la ciencia, de la psicología, y por supuesto de las corrientes de pensamiento antimodernas. A continuación indico las cinco críticas que me parecen más importantes; las dos primeras son de naturaleza epistemológica, las dos siguientes han sido formuladas sobre todo en el ámbito de los estudios sociales sobre la ciencia, y la última procede de la filosofía en su sentido más tradicional.
1º. No existe una "base empírica neutral" mediante la que contrastar las hipótesis científicas, pues los defensores de una teoría determinada tienden a interpretar la experiencia de manera diferente a sus rivales. Más bien sucede (o esto se argumenta) que cuando unos científicos adoptan una teoría, reinterpretan sistemáticamente los "datos empíricos" de tal forma que sean coherentes con su nuevo punto de vista. En definitiva: la experiencia nunca es un árbitro imparcial con el que juzgar la validez de una teoría.
2º. Se dice también que las teorías científicas no pueden ser reducidas a un lenguaje formal, en el que el significado de cada término esté completamente determinado. Los límites semánticos de los conceptos son siempre más o menos difusos, y van renegociándose a medida que los científicos discuten entre sí o reciben influencias culturales o políticas. Esto implica asimismo que las afirmaciones de una teoría no puedan reducirse, sin ninguna pérdida de significado, a los conceptos de otras teorías. Así pues, el progreso científico no puede ser acumulativo, pues resulta imposible decidir si una teoría es objetivamente mejor que sus predecesoras.
3º. La investigación científica no es una plácida torre de marfil, sino que es más bien un campo de batalla en el que cada actor persigue frenéticamente sus propios intereses: prestigio, poder, privilegios, o beneficios económicos. Las alianzas y los conflictos son tan corrientes en la ciencia como en la política o en los negocios, y, según algunos críticos, en esta lucha maquiavélica la verdad y la objetividad se tornan recompensas de segunda o de tercera clase fácilmente relegadas ante pasiones más intensas, o bien meros artificios retóricos que se usan sólo para salvar las apariencias.
4º. En particular, la ciencia contemporánea no sería una fuerza liberadora de la humanidad, sino sino que es más bien un aliado del complejo industrial-capitalista-militar. La creciente privatización del conocimiento, es decir, su transformación en secreto industrial o militar, impide su difusión hacia los grupos sociales y los países menos favorecidos. Por su parte, la exaltación del cientificismo sería tan sólo un instrumento ideológico que persiguiría enajenar a la sociedad su derecho a tomar decisiones, otorgándoselo en exclusiva a quienes los poderosos hayan señalado como "expertos".
5º. El neopositivismo ofrece una visión muy parcial de la experiencia y las capacidades humanas, pues relega casi todos los ámbitos importantes de la vida (la religión, el arte, la moral...) a la esfera de lo subjetivo, donde por principio se consideran imposibles las argumentaciones racionales. Además de sobreponer los valores de la verdad empírica y del éxito práctico a otros valores, posiblemente más fundamentales, el neopositivismo ignora las concepciones de la racionalidad que no sean la puramente instrumental o la puramente cognitiva, e ignora asimismo la tremenda importancia que lo "irracional" tiene en nuestras vidas.
Con estas (y otras) críticas se pretende llevarnos a la conclusión de que el neopositivismo es el exponente más destacado de los vicios de la Modernidad, y su aparente abandono en el terreno de la filosofía de la ciencia es visto como un síntoma del fracaso del sueño ilustrado. Esta última conclusión en particular es muy precipitada, porque el neopositivismo no es la única forma de salvar la racionalidad de la ciencia y de seguir embarcados, así, en el proyecto de la Ilustración. Pero mi objetivo no es simplemente defender la Modernidad frente a los ataques de los antimodernos; más bien pretendo mostrar que el positivismo sigue siendo, a pesar de las críticas, la opción más razonable que tenemos para comprender la naturaleza del conocimiento, pues, tras varias décadas de discusiones, no contamos aún con ninguna perspectiva que explique mejor que el positivismo cuánto y por qué podemos confiar en los resultados de la investigación científica, en comparación con la confianza que merecen las creencias alcanzadas a través de otros procedimientos.
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