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Ya sabéis que el propósito de este blog no es que aprendáis un carajo, sino sobre todo el plantear preguntas y poner algunas cosas en cuestión, y que, cuando presento alguna información más detallada, es sobre mis propias ideas (son lujos que nos permitimos los relativistas), así que no os voy a deleitar en esta entrada con algo así como "la ciencia de las cosquillas" (lo haría mucho mejor el gran Pablo R. Palenzuela, así que le paso la bola), sino sólo con alguna que otra reflexión.
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La primera es, obviamente, la que da título a la entrada: ¿por qué no puede uno hacerse cosquillas -de las "fuertes", la gargalesis- a sí mismo? He leído por ahí que porque se necesita un cierto elemento de sorpresa, y uno siempre predice correctamente dónde y cuándo le van a hacer las cosquillas, pero yo creo que si alguien me las hace con regularidad de reloj presionándome en el costado cada medio segundo, lo predigo muy bien, pero las cosquillas siguen.
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En un interesantísimo artículo de Robert Provine, titulado "La risa, las cosquillas, y la evolución del lenguaje y del yo", más que hablar de la causa de este fenómeno, avanza la hipótesis de que esa incapacidad ha sido un factor importante en el origen de la noción del yo, al permitir a nuestros antepasados homínidos distinguir entre el "yo" y el "otro" según quién pudiera y quién no hacernos cosquillas (aunque, en fin, también podían haberse basado en la evidencia de que pillarse un dedo con una piedra mientras se construye un bifaz te duele de la hostia cuando te lo pillas tú, pero duele muy poco cuando se lo pilla tu primo).
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En fin, y como esta es la primera entrada que escribo en el blog después de entrar ayer en mi cuarta quindécada (neologismo del que estoy muy orgulloso, y al que espero dedicar una entrada en breve), creo que me he vuelto un poco más gamberro y provocador, así que aquí tenéis unas cuantas viciovisiones.
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Y para terminar: la crucifixión (¡cuánto habría cambiado la historia, si Poncio Pilatos hubiera crucificado así!).
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Sin ser biólogo sino físico, me atrevo a aventurar una hipótesis sobre las cosquillas fuertes. En "El mono desnudo", E. Morris comentaba que la risa sería una forma de llanto evolucionada, una demostración ante el otro de que no estamos preocupados por lo que pasa: el niño se ríe ante un peligro si ve que la madre no está asustada. No recuerdo ahora mismo los ejemplos que planteaba este hombre.
ResponderEliminarEl caso es que es una explicación que podría encajar perfectamente con las cosquillas:
- Las tenemos en las zonas más vulnerables del cuerpo (vientre y costados, pero no sobre la caja torácica). Es decir, donde es peligroso.
- No nos las podemos hacer nosotros mismos, porque no podemos hacernos daño con nuestras propias manos.
- Nos reímos, demostrando que no tememos el peligro de que nos toquen donde somos vulnerables.
- Al mismo tiempo, tenemos el reflejo de encogernos, para cubrir esas zonas.
¿Que le parece?
¡Un saludo!
Tiene mérito hacerle cosquillas a la gorda de la derecha. No sólo porque es un acto de caridad, sino por la dificultad adicional de la capa de materia grasa. Supongo que por la misma razón, a Cristo lo pintan esmirriado y anémico: si estuviese rollizo, habría que buscar un ingeniero para construirle la cruz. Y de clavos nada: grapas, o tornillos. Sería demasiado complicado exclamar ¡por las roscas de los tornillos de Cristo!
ResponderEliminarY el masaje. Uno intenta darse algo de masaje a si mismo y no es lo mismo.
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