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Así, leo a través del blog Noticias y Punto que, ahora, en la cueva alemana de Hohler Fels (Schelklingen), ha sido descubierta la figurilla humana más antigua conocida, con una antigüedad de entre 30.000 y 40.000 años, un monumento al wonderbra donde los haya, en el estilo de las "venus prehistóricas" ya conocidas, pero más turgente, si cabe. Es la misma cueva donde se encontró hace poco lo que se considera también el consolador más antiguo conocido.
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Pero yo me he quedado, sobre todo, con la inmensa distancia temporal de la que estamos hablando. La historia del cristianismo cabría ¡¡¡¡VEINTE VECES!!!! en ese hueco. De hecho, es probable que haya pasado tanto tiempo desde que los pobladores de la cueva abandonasen allí la estatuilla recién encontrada, hasta que a alguien se le cayera el dildo en la oscuridad, como tiempo ha pasado desde este segundo episodio hasta nuestros días. Y en esos más de trescientos siglos, generaciones y generaciones de antepasados nuestros fueron repitiendo una y otra vez unos modos de vida que, de repente, de un plumazo, en los últimos tres mil años fueron barridos por la revolución agraria... que a su vez ha sido suplantada por otra en el plazo de cinco miserables generaciones.
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Si es que trescientos siglos no es nada.
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300 años no es nada, pero a veces diez minutos se hacen eternos. ;)
ResponderEliminarQue no son Venus, coñe, que son Barbies Trogloditas...
ResponderEliminarMe pregunto qué tecnología de la Edad de Piedra hubiesen utilizado los Picapiedra para hacer vibrar el artilugio. Se me ocurre que podían hacerlos de madera, y dejarlos expuestos a las termitas. A quien se le haya ocurrido la idea, hay que reconocerle el mérito de haber también inventado las maracas (de tracción animal).
Luego, desgraciadamente, el siguiente avance tecnológico tardó milenios, hasta que aparecieron Ricky Martin, las tarrinas de mermelada instantánea y perros modificados genéticamente para convertirlos en adictos a la mermelada.
ResponderEliminarBonito post. ¿Puedo robarlo, citando /enlazando cupmlidamente?
ResponderEliminarAunque tal vez desde Vasquilandia Tremebunda (la mitad de mis visitantes) la cosa se vea de otra forma.¡Imagina! Estos pobres maquetos que no gozan de una identidad milenaria, sufren vértigo al pensar en treinta mil años. No como nosotros, la nación india de siete mil años ... y RHs gloriosos. ¡Seguro que la "txati" esa hablaba vascuence!
Por cierto, el otro día estuve en Atapuerca, y recomiendo mucho la visita. Lo han montado muy bien. Menos mal que queda del otro lado de la "muga", que si quedara por aquí no se podría aguantar.
El ¿falo? si que es sorprendente por lo raro de ese tipo de representación en esa época (o eso creo)aunque luego se convertiría en uno de los iconos artísticos más recurrentes, desde la sofistiscación brancusiana de falo balanceante de Makkink que se puede ver en "La naranja Mecánica" de Kubrick hasta las pintadas en los callejones y celdas carcelarias ( el contexto importa en arte, ¿verdad?)
ResponderEliminar¿De qué está hecho?.Parece cuarcita (que tiene un tacto muy frío)¿cuánto mide?¿Para qué lo usaban? (ya os oigo reír malévolamente, pero no me creo que fuese un dildo ni un fetiche sin más, lo mismo es un mortero o un garrote, en plan el amasador que utilizaban las esposas para llamar al orden a los maridos díscolos.
Saludos,
J.N:
Plazaeme: desde luego, por mí, encantado.
ResponderEliminarEl artista de la "figura humana" debió ser un poco salidillo, y en cuanto al otro objeto, hay que ser malpensao... es una cachiporra de la TIA.
ResponderEliminarQue no, que el instrumento es el antepasado directo del bastón de mando que hemos visto pasar de una mano a otra hace unos días (Ibarretxe a López). Eso sí que es atávico y telúrico, por eso lo deben hacer en Euskalherria. Y por la cara que puso el que la entregaba, su posesión debe dar una gran felicidad.
ResponderEliminarCon decir que también lo llevan los reyes de la baraja y los godos de la plaza de oriente...
Es el cetro, baston, palo o garrote, como se le quiera llamar.
El símbolo del poder, y lo que más ambicionan recoger los niños del suelo para traer a casa a la mínima oportunidad.