9 de diciembre de 2009

EN DEFENSA DEL CELIBATO


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2 comentarios:

  1. Peor fue el caso de un conocido mío. Su madre, de parto, ingresó en un perdido hospitalucho rural, al mismo tiempo que un cura con una apendicitis. La pobre mujer murió tras dar a luz, y por ahorrarse los trámites, los médicos decidieron endosarle el niño al cura. El cura se sorprendió al despertar de la anestesia y ver un recién nacido a su lado:

    - No se sorprenda - le tranquilizó el médico - los tiempos han cambiado mucho, y ahora los hombre también pueden parir, aunque sea por cesárea.
    - Bueno, doctor - contestó el cura - pero comprenderá que prefiera guardar el secreto. Diré que es el hijo de mi hermana.

    Y así transcurrieron los años, hasta que Dios llamó al cura a su seno. En su lecho de muerte llamó a mi amigo, el hijo adoptivo, y le susurró:

    - Tengo que confesarte un secreto, Bartolo...
    - ... no hace falta - sonrió comprensivo el nene - ya sospechaba que usted era mi padre.
    - No, no lo entiendes: yo sólo soy tu madre. Tu padre es el Arzobispo de Cuenca.

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