Estoy leyendo en estos días (aunque no tan asiduamente como debería) el libro La lógica oculta de la vida, de Tim Harford (bueno, el título original es simplemente The logic of life; me revientan estos cambios sin ton ni son). Tras la apariencia de un mero best-seller de aeropuerto (que también lo es), se esconde un interesantísimo recorrido por el programa de explicación de fenómenos sociales basada en la teoría de la elección racional y de los juegos (bueno, el traductor -como ocurre demasiado a menudo- no se ha molestado en documentarse, y escribe siempre "la teoría del juego"). Ya lo iré comentando otros días. Ahora quiero tomar un ejemplito.
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El proyecto filosófico al que se refieren las entradas de esta serie consiste precisamente en utilizar la teoría de la elección racional y de los juegos (o sea, la teoría económica "estándar") para comprender aspectos "filosóficos" de la ciencia... y no hay ningún otra cuestión más "filosófica" en relación a la ciencia que la pregunta de si los conocimientos científicos son fiables, cómo son de fiables, y por qué. La hipótesis subyacente al proyecto, como decía en la primera entrada, es la de "vamos a analizar la ciencia como si fuera un mercado".
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Pues bien, el libro de Harford ofrece numerosos ejemplos de realidades sociales que NO son un mercado, pero que resulta interesante e iluminador considerar como si lo fueran. El capítulo en el que ando enfrascado ahora trata sobre el sexo y el matrimonio. Naturalmente, no se refiere a la compra de novias, literalmente hablando (como en el cuadro), sino que pretende mostrar cómo la ciertas condiciones producen ciertos efectos determinados en la conducta de la gente en relación a la búsqueda de pareja, no como consecuencia de "factores culturales", sino como consecuencia del intento racional de satisfacer de la manera más eficaz posible nuestros deseos teniendo en cuenta la "oferta" y la "demanda" de parejas potenciales en el entorno en el que nos movemos.
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El ejemplo consiste en un experimento muy simple: se reúne en una sala a 10 hombres y 10 mujeres, y se les promete 100 euros a cada pareja que acuda al experimentador, con la única condición de que lleven un acuerdo firmado por ambos miembros de la pareja acerca de cómo repartirse ese dinero (y sin ningún "compromiso" más para después...; os preguntaréis, ¿y esto qué tiene que ver con el sexo? Esperad y ved). El resultado, bastante predecible, es que las parejas se forman rápidamente y el reparto es muy equitativo.
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Lo interesante viene cuando se cambian ligeramente las condiciones del experimento. Por ejemplo, eliminando a un hombre (quiero decir, haciendo el experimento con sólo nueve hombres). ¿Qué pensáis que pasará? Pues que, tal como predice la teoría de juegos, las parejas se forman más despacio (indicando que hay un proceso de negociación mucho más largo), y, sobre todo, que el reparto del dinero se hace extraordinariamente favorable a los hombres.
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¿Por qué? La razón es que la mujer que constituye el "exceso de oferta" de mujeres puede ofrecer a un hombre "irse con ella" con un reparto de 70/30 a favor de él, digamos. Esto lo anticipan todas las mujeres, y automáticamente rebajan sus propias demandas en la negociación, lo que aprovechan los hombres para pedir una parte mayor. Harford muestra cómo el mismo mecanismo funciona cuando en una sociedad hay un exceso, aunque sea leve, de los miembros de un sexo: las condiciones del "toma y daca" (y aquí cada uno que recurra a su imaginación, o que se lea el libro) mejoran muchísimo para los del sexo que escasea. En cambio, ninguna explicación "sociológica" o "antropológica" (¿o "filosófica"?) habría podido predecir que la mejora fuese tan poco proporcional a la magnitud del exceso de oferta (de hecho, ese otro tipo de explicaciones difícilmente pueden hacer ninguna predicción sobre la magnitud del efecto). La moraleja del autor es que los motivos psicológicos (e incluso "culturales", tal vez) ciertamente pueden constituir las razones por las que ciertas relaciones se "demandan" más o menos, pero el mecanismo que lleva desde estos deseos hasta ciertas consecuencias sociales (tal vez muy alejadas, y a veces incluso contrarias a esos deseos) pasa sobre todo por la reacción racional de los individuos ante los cambios en las circunstancias.
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Desde el punto de vista filosófico (y mediático), dos situaciones son especialmente interesantes: aquellas en las que los engranajes de las decisiones racionales interconectadas llevan a consecuencias nefastas a pesar de los "buenos deseos", y aquellas en las que dichos mecanismos consiguen alcanzar consecuencias fantásticas a pesar de la "perversidad" de los individuos participantes. En particular, estos análisis son una especie de antídoto contra las "teorías conspirativas" de todo tipo, que pretenden explicar lo malo que hay en el mundo como efecto directo de la maldad de algunos, y también son un antídoto contra las "teorías bienintencionadas", que pretenden instaurar la solución definitiva de algún mal simplemente por decreto.
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¿Y en el caso de la ciencia? Un argumento muy habitual entre los relativistas es el de que el "conocimiento científico" no es "objetivo" porque los científicos no "buscan la verdad" sino "su propio interés", y lo que les interesa por encima de todo es "la fama" y "el control de los recursos disponibles para la investigación". Pues bien, puede mostrarse que un grupo de investigadores motivados de esa manera pueden ponerse de acuerdo (y realidad estarán mejor si lo hacen) en admitir como "ganador de una carrera por un descubrimiento" sólo a aquellos colegas que consigan proponer hipótesis que superen un número de pruebas más alto, y más duras, que aquellas con las que se daría por satisfecho alguien que "deseara encontrar la verdad". Es decir, la competencia entre los científicos por obtener la fama y el control de los recursos hace que se esfuercen más en "encontrar la verdad" que un grupo de "soñadores" que estuvieran "meramente" interesados por un "puro afán por el conocimiento desinteresado". (Ver, para los detalles, los dos últimos textos enlazados, además de éste).
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Estoy de acuerdo en que no hay que relativizar excesivamente los resultados de la ciencia, pues aunque no sean 100% fiables, es evidente que producen conocimiento. Sin embargo, aunque una cierta (o una fiera) competencia pueda ser ventajosa en la "búsqueda de la verdad", creo que también conlleva consecuencias negativas (además de las éticas, que son evidentes)y se producen casos de espionaje científico, de falsificación de datos experimentales, etc. (no digo que sea habitual, pero tampoco es tan poco frecuente como nos gustaría pensar).
ResponderEliminarNatalia,
ResponderEliminarestoy de acuerdo en que la competencia tiene consecuencias negativas; pero lo importante es el "saldo neto". También tiene consecuencias negativas el respirar (expulsamos C02), pero no vamos a dejar de respirar por eso.
Lo que no veo muy claro es a qué te refieres con las "consecuencias éticas", sobre todo si son tan "evidentes". ¿A qué te refieres, exactamente?
Bueno, a lo que me refiero con los aspectos éticos es algo bastante simple: que no es muy ético el hacer espionaje, el aprovecharse del trabajo de los estudiantes, el perjudicar a otro para conseguir lo que uno quiere, el mentir en los resultados... No es algo que se dé solamente en el mundo de la ciencia, claro, pero también se da allí. Este tipo de cosas afecta quizá sólo parcialmente el "saldo neto" de los resultados científicos, pero humanamente tienen su importancia.
ResponderEliminarAdemás, en el campo de la política científica, creo que muchas decisiones o la organización del sistema de universidades y centros de investigación también hace que se pierda mucho potencial humano y que no se aprovechen debidamente los recursos, pero, bueno, eso ya es otra historia que no tiene que ver con que la ciencia encuentre o no verdades.
Una cosita más. Insisto en que estoy de acuerdo en que la ciencia produce resultados y bastante buenos. Sin embargo, quizá de cara al público general, debería transmitirse una visión más realista en el sentido de que cuando la gente hable de ciencia no crea que se trata de la Verdad con mayúsculas, porque, aunque entre los filósofos esté clara (o incluso pasada, no sé)la idea de la imposibilidad de una objetividad absoluta, etc., no me parece que ésta sea la situación en la calle.
ResponderEliminarNatalia,
ResponderEliminarefectivamente, la ciencia se distingue de otras concepciones del mundo en que no supone nunca que lo que tiene es "la verdad con mayúsculas"; ya decía Popper que la actitud dogmática es justo lo contrario de la actitud científica. Todos los resultados científicos son revisables, pero precisamente gracias a seguir el método de "dejar someter todo a crítica", la ciencia ha conseguido descubrir muchas cosas que sería simplemente absurdo poner en duda (aunque, si surge evidencia en contra, ¿por qué no?).
Con respecto a lo de los aspectos éticos, tal vez el afán de búsqueda de la verdad pueda llevar a los mismos "crímenes". Si lo que te mueve es sólo la verdad, ¿por qué no "robar" las ideas de los demás, si te parecen verdaderas, o el trabajo de los demás, si crees que tú puedes sacar más rendimiento (en términos de verdad) que los colegas que lo han desarrollado? Me recuerda el caso de Crick-Watson frente a Rosalind Franklin, a la que "tuvieron" (eso dicen ellos, claro) que "robar" sus fotos de difracción de rayos X de ADN, porque ella no "colaboraba".