Fragmento de una conversación en el blog de Pseudópodo
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Emilio
No hay ninguna contradicción en lo que te he dicho; si DOS partículas ejercen sendas fuerzas sobre otra, ya tienes DOS causas del movimiento de la tercera. Lo que digo es que sería una violación de las leyes físicas (y en particular, de la ley de conservación de la energía) que un OBJETO pudiera moverse de una forma diferente a la que implican las fuerzas determinadas por la disposición de las partículas y campos físicos que lo rodean (naturalmente, esa disposición puede ser tan compleja que NOSOTROS seamos incapaces de predecir el movimiento resultante a partir del conocimiento del estado de cada partícula; pero, aunque no sepamos predecirlo de esa manera, SABEMOS que, tratándose de MOVIMIENTOS DE OBJETOS FÍSICOS, cualquier influencia causal que no consista en fuerzas físicas ejercidas por unas partículas sobre otras es una violación de la ley de conservación de la energía). Al fin y al cabo, tampoco podemos predecir cuándo va a haber un terremoto en Toledo, ni siquiera podemos deducir matemáticamente a partir de las leyes fundamentales de la física la existencia de un planeta capaz de experimentar una tectónica de placas, pero eso no nos hace llevarnos las manos a la cabeza cuando alguien dice que las causas de los terremotos se reducen en última instancia a las interacciones físicas entre partículas, y no a la voluntad de de una diosa telúrica que actúa saltándose a la torera las leyes físicas.
26 de febrero de 2014
24 de febrero de 2014
Lo que la coautoría nos dice sobre la epistemología de los artículos científicos
Una muestra de las cosas extrañísimas a las que me dedico últimamente.
21 de febrero de 2014
18 de febrero de 2014
"Mentiras a medias", gratis en pdf
Esta mañana he pasado por fin a pdf mi libro Mentiras a medias, por recomendación de mi amigo David Teira. Es el libro que (sustancialmente modificado en su segunda parte -los dos últimos capítulos) procede de mi primera tesis doctoral, sobre la cuestión de la verosimilitud (o aproximación a la verdad) de las teorías científicas. Podéis descargarlo libremente en este enlace.
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Los seis primeros capítulos ofrecen un panorama del problema, de los principales enfoques con que se intentó resolver, y de las dificultades no superadas por ellos. Los dos últimos ofrecen mi propuesta, e indican cómo con ella se resuelven dichas dificultades.
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Mentiras a medias fue el primer libro que publiqué, allá por 1996 (la tesis la había defendido en 1993), aunque, en honor a la verdad, sigo teniendo más o menos la misma cantidad de pelo que entonces (vaaale, sólo un poquito menos), y me sigue valiendo la misma ropa, aunque las canas predominan ahora mucho más y la piel se me nota más arrugada. Lo peor de todo es que no me da la impresión de que haya pasado tanto tiempo...
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En fin; el archivo es muy grande (33 megas), porque son fotocopias. Si alguien quiere el libro en papel, tengo todavía varias docenas en el despacho y se lo puedo enviar por correo.
14 de febrero de 2014
¿Por qué nos fascina tanto el Apocalipsis?
No me refiero al último libro de la Biblia (que sólo es uno de los muchísimos "libros apocalípticos" que se escribieron en la Antigüedad y después, y ni siquiera es el único presente en la propia Biblia), sino a la idea del "fin del mundo" en general. Y más en concreto, ahora que las posibles causas que podrían hacer que realmente se acabase de la noche a la mañana el propio universo físico, me refiero a la idea del fin de la humanidad.
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Catástrofes naturales (choque de la tierra con un asteroide, p.ej), despropósitos humanos (una guerra nuclear o bacteriológica), o una mezcla de ambos tipos de cosa (el cambio climático), son los sospechosos habituales en la literatura (a menudo de ficción, pero no sólo) acerca de nuestro final. En cierto sentido, es natural la preocupación (yo también quiero que mis libros se sigan leyendo dentro de varios siglos, faltaría más), pero a lo que me refiero en esta entrada no es tanto a la preocupación, cuanto a la fascinación que nos provoca la idea de que la humanidad se acabe (o al menos, la "civilización"). (Por cierto, ¿habéis visto alguna vez una concentración de paréntesis tan densa en un solo párrafo, eh?).
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Quiero lanzar en este blog la tesis de que la principal causa de esa fascinación es nuestra incapacidad para imaginarnos un futuro "masivamente largo", por así decir; un futuro de muchos cientos de miles, de muchos millones de años. Nos resulta sencillamente más fácil pensar que la especie humana se termina cuando aún vive una época parecida a la nuestra, que concebir una sociedad tan radicalmente distinta de la actual como la actual puede serlo de las de hace cientos o miles de años. Y eso mismo ha sucedido siempre.
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Al pensar en el futuro, tendemos también a aplicar una especie de "principio de aumento de la entropía social": cuantos más años o siglos pase la gente viviendo en una sociedad en la que nada cambia radicalmente, más irá estropeándose todo, del puro "uso" y del puro aburrimiento, de modo que al final, la gente "es que incluso tendrá ganas de acabar de una vez con la historia, y aquí paz y después gloria". O eso pensamos intuitivamente.
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Por supuesto, hay obras de ciencia-ficción en las que se habla de "futuros profundos" para la civilización. Recuerdo, p.ej., la saga de las Fundaciones de Asimov, y también su novela El fin de la eternidad (una de las mejores sobre viajes en el tiempo), pero incluso en ese caso el panorama de una persistencia millonenaria (válgame el neologismo) es retratado en esas obras de manera bastante pesimista, como una especie de estancamiento permanente (lo que no deja de recordar a la tesis del otrora famoso libro de Francis Fukuyama, El fin de la historia).
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Por lo tanto, pensar en el "fin del mundo" es algo que en realidad, nos tranquiliza. Nos quita de encima, o de dentro, muy dentro, la preocupación de pensar en lo impensable. Y también nos da la tranquilidad de pensar que nuestra propia sociedad es la más avanzada y perfecta posible.
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Así que, vaya desde aquí mi pronóstico anti-agoreros: la civilización humana (o mejor, las civilizaciones) no durarán sólo unos cientos de años, ni siquiera unos pocos milenios, sino más bien muchos millones. ¿Cómo serán esas sociedades de nuestros tátara-tátara-tátara-...-tátara-nietos? Pues no tengo ni pajolera idea, pero seguro que, algunas de ellas, al menos tan distintas de la nuestra como la nuestra lo era de la de los iberos.
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Catástrofes naturales (choque de la tierra con un asteroide, p.ej), despropósitos humanos (una guerra nuclear o bacteriológica), o una mezcla de ambos tipos de cosa (el cambio climático), son los sospechosos habituales en la literatura (a menudo de ficción, pero no sólo) acerca de nuestro final. En cierto sentido, es natural la preocupación (yo también quiero que mis libros se sigan leyendo dentro de varios siglos, faltaría más), pero a lo que me refiero en esta entrada no es tanto a la preocupación, cuanto a la fascinación que nos provoca la idea de que la humanidad se acabe (o al menos, la "civilización"). (Por cierto, ¿habéis visto alguna vez una concentración de paréntesis tan densa en un solo párrafo, eh?).
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Quiero lanzar en este blog la tesis de que la principal causa de esa fascinación es nuestra incapacidad para imaginarnos un futuro "masivamente largo", por así decir; un futuro de muchos cientos de miles, de muchos millones de años. Nos resulta sencillamente más fácil pensar que la especie humana se termina cuando aún vive una época parecida a la nuestra, que concebir una sociedad tan radicalmente distinta de la actual como la actual puede serlo de las de hace cientos o miles de años. Y eso mismo ha sucedido siempre.
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Al pensar en el futuro, tendemos también a aplicar una especie de "principio de aumento de la entropía social": cuantos más años o siglos pase la gente viviendo en una sociedad en la que nada cambia radicalmente, más irá estropeándose todo, del puro "uso" y del puro aburrimiento, de modo que al final, la gente "es que incluso tendrá ganas de acabar de una vez con la historia, y aquí paz y después gloria". O eso pensamos intuitivamente.
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Por supuesto, hay obras de ciencia-ficción en las que se habla de "futuros profundos" para la civilización. Recuerdo, p.ej., la saga de las Fundaciones de Asimov, y también su novela El fin de la eternidad (una de las mejores sobre viajes en el tiempo), pero incluso en ese caso el panorama de una persistencia millonenaria (válgame el neologismo) es retratado en esas obras de manera bastante pesimista, como una especie de estancamiento permanente (lo que no deja de recordar a la tesis del otrora famoso libro de Francis Fukuyama, El fin de la historia).
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Por lo tanto, pensar en el "fin del mundo" es algo que en realidad, nos tranquiliza. Nos quita de encima, o de dentro, muy dentro, la preocupación de pensar en lo impensable. Y también nos da la tranquilidad de pensar que nuestra propia sociedad es la más avanzada y perfecta posible.
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Así que, vaya desde aquí mi pronóstico anti-agoreros: la civilización humana (o mejor, las civilizaciones) no durarán sólo unos cientos de años, ni siquiera unos pocos milenios, sino más bien muchos millones. ¿Cómo serán esas sociedades de nuestros tátara-tátara-tátara-...-tátara-nietos? Pues no tengo ni pajolera idea, pero seguro que, algunas de ellas, al menos tan distintas de la nuestra como la nuestra lo era de la de los iberos.
13 de febrero de 2014
Cómo cambió con Darwin nuestra visión del mundo
Reproduzco el articulín (¡que no me entere yo de que ese articulito pasa hambre!) que me sacaron ayer en DivulgaUNED, con motivo del aniversario de Darwin.
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La concepción del mundo que nuestros antepasados tenían durante la Edad Media y la Antigüedad entendía la historia universal como un relato, cuyos protagonistas eran los seres humanos (por supuesto, algunos más que otros) y ciertos seres sobrenaturales, que cambiaban según la religión de cada grupo o sociedad. La naturaleza sería, en esa concepción, poco más que un mero escenario de la tragedia o tragicomedia en la que consistía la historia humana, un escenario construido por dios o por los dioses según el plan de la obra que se representaba en él.
En la Edad Moderna, esta concepción se fue modificando hasta comprender la naturaleza como un sistema que obedecía ciegamente, pero de forma determinista, un puñado de leyes, seguramente establecidas por dios en la creación del universo, y que el ser humano era capaz de descubrir mediante su razón. Este elemento, la razón era lo único que podía verse como algo no natural, y que seguía conectando al hombre con una realidad trascendente; algo que seguía, por lo tanto, estableciendo un sentido a la existencia y a la historia humana, aunque dicho sentido ya no pudiera ser considerado como un relato literario al modo de los mitos clásicos o medievales sino, más bien, como algún otro tipo de fórmula filosófica.
El descubrimiento darwiniano de la evolución mediante selección natural fue el golpe de gracia a estas cosmovisiones: independientemente de si el origen del universo y de sus leyes son o dejan de ser fruto de una mente divina (algo que la ciencia y la filosofía han terminado considerando básicamente indemostrable), el caso es que la evolución del hombre hay que dejar de verla como resultado de un “plan”, y nuestra racionalidad hay que comprenderla como una mera capacidad biológica más, desarrollada por modificación y selección a partir de las capacidades de nuestros antepasados no humanos.
En cierto sentido, la aceptación de la teoría de Darwin (y no la mera llegada de la Ilustración, como quería el filósofo Immanuel Kant) es lo que ha supuesto verdaderamente la entrada de la especie humana en su mayoría de edad, al hacernos comprender que no tenemos a nadie que nos lleve de la mano, ni hay un plan trascendente ni sobrenatural marcado en ningún sitio (o en un no-sitio) que establezca adónde tenemos que llegar y por dónde tenemos que ir, sino que estamos completamente solos en la naturaleza (salvo el resto de la naturaleza, animales y plantas incluidas, por supuesto), y todo lo que hagamos es pura responsabilidad nuestra. Pero, sobre todo, que no hay nadie más que nosotros para juzgar nuestras acciones. La historia, ni la humana ni la natural, no tiene algo así como un sentido, y hemos de acostumbrarnos a vivir con esa nueva certeza.
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La concepción del mundo que nuestros antepasados tenían durante la Edad Media y la Antigüedad entendía la historia universal como un relato, cuyos protagonistas eran los seres humanos (por supuesto, algunos más que otros) y ciertos seres sobrenaturales, que cambiaban según la religión de cada grupo o sociedad. La naturaleza sería, en esa concepción, poco más que un mero escenario de la tragedia o tragicomedia en la que consistía la historia humana, un escenario construido por dios o por los dioses según el plan de la obra que se representaba en él.
En la Edad Moderna, esta concepción se fue modificando hasta comprender la naturaleza como un sistema que obedecía ciegamente, pero de forma determinista, un puñado de leyes, seguramente establecidas por dios en la creación del universo, y que el ser humano era capaz de descubrir mediante su razón. Este elemento, la razón era lo único que podía verse como algo no natural, y que seguía conectando al hombre con una realidad trascendente; algo que seguía, por lo tanto, estableciendo un sentido a la existencia y a la historia humana, aunque dicho sentido ya no pudiera ser considerado como un relato literario al modo de los mitos clásicos o medievales sino, más bien, como algún otro tipo de fórmula filosófica.
El descubrimiento darwiniano de la evolución mediante selección natural fue el golpe de gracia a estas cosmovisiones: independientemente de si el origen del universo y de sus leyes son o dejan de ser fruto de una mente divina (algo que la ciencia y la filosofía han terminado considerando básicamente indemostrable), el caso es que la evolución del hombre hay que dejar de verla como resultado de un “plan”, y nuestra racionalidad hay que comprenderla como una mera capacidad biológica más, desarrollada por modificación y selección a partir de las capacidades de nuestros antepasados no humanos.
En cierto sentido, la aceptación de la teoría de Darwin (y no la mera llegada de la Ilustración, como quería el filósofo Immanuel Kant) es lo que ha supuesto verdaderamente la entrada de la especie humana en su mayoría de edad, al hacernos comprender que no tenemos a nadie que nos lleve de la mano, ni hay un plan trascendente ni sobrenatural marcado en ningún sitio (o en un no-sitio) que establezca adónde tenemos que llegar y por dónde tenemos que ir, sino que estamos completamente solos en la naturaleza (salvo el resto de la naturaleza, animales y plantas incluidas, por supuesto), y todo lo que hagamos es pura responsabilidad nuestra. Pero, sobre todo, que no hay nadie más que nosotros para juzgar nuestras acciones. La historia, ni la humana ni la natural, no tiene algo así como un sentido, y hemos de acostumbrarnos a vivir con esa nueva certeza.
11 de febrero de 2014
La república de la ciencia (4ª entrega de The Grand Bazaar of Wisdom)
Os dejo el enlace a la siguiente entrega sobre "El gran bazar de la sabiduría" que estoy publicando en Mapping Ignorance.
3 de febrero de 2014
La viagra de Hume
(Advertencia: cualquier parecido de los personajes de este diálogo con la realidad es pura coincidencia)
HUME: No te lo vas a creer, Otto, pero hoy he ligado.
NEURATH: ¡Venga, ya! David. A tus años, y sin salir de esta cochambrosa residencia para filósofos ancianos en la que estamos confinados tú y yo.
HUME: ¡Que sí, que sí! Es una filósofa existencialista alemana, que por lo visto tiene bastante experiencia en hacer guarrerías con un tal Heidegger.
NEURATH: Pues chico, enhorabuena. Pero, ¿tú tienes el organismo en condiciones para darle batalla a la teutona?
HUME: Por eso vengo a hablar contigo. Estoy pensando si salir a la farmacia y comprarme un paquete de viagra.
NEURATH: Eso es peligroso; tienes que controlarte el corazón, la presión arterial, y por lo que recuerdo, no andabas muy bien en ese aspecto.
HUME: Bobadas, eso es lo que menos me preocupa. Si hay que morir por una buena causa, pues se muere y ya está.
NEURATH: Quién te ha visto y quién te ve: tú hablando de causas.
HUME: Estoy de positivistas y de sus jueguecitos de palabras hasta el gorro. En fin, a lo que iba; lo que yo venía a preguntarte es si tienes alguna idea sobre cuáles pueden ser los efectos más probables de la pastillita.
NEURATH: ¡Uy, lo que me pregunta! Aquí el principal experto en inferencias sobre el futuro eres tú, amigo mío. Y, si no recuerdo mal, lo que tú afirmas es que no es posible predecir nada.
HUME: Exacto. Cualquier inferencia que tome como premisa un conjunto limitado de hechos particulares, y tenga como conclusión una ley general, u otro hecho no recogido en las premisas, es una inferencia falaz. Así que, en concreto, no podemos deducir lógicamente lo que va a ocurrir en el futuro a partir de lo que sabemos (o creemos) que ha ocurrido en el pasado.
NEURATH: Entonces, ¿cómo quieres que seamos capaces de predecir el efecto que va a tener en ti la viagra?
HUME: Es que me ha parecido escuchar en la sala del dominó que habías encontrado no sé qué fallo a mi argumento, y me he dicho... "a lo mejor el bueno de Otto es capaz de sacarme de mi escepticismo, hoy que lo necesito más que nunca".
NEURATH: ¡Ah, es por eso! Bien, bien; pues te explicaré mi argumento. Vamos a ver, tú afirmas que, como el futuro no se sigue lógicamente del pasado, de ahí se deduce que tenemos una ignorancia absoluta sobre el futuro, es decir, que todo lo que podamos concebir que ocurrirá en el futuro es, para nosotros, exactamente igual de probable, pues no podemos decantarnos más por una cosa que por otra.
HUME: Exactamente.
NEURATH: OK. Quede claro que "igual de probable" no quiere decir "con la misma probabilidad objetiva", pues, según tú, sobre las probabilidades objetivas futuras tampoco podemos saber nada. Es más bien lo que nuestros amigos los bayesianos...
HUME: Con amigos así...
NEURATH: Lo que tú digas, David. Lo que nuestros amigos los bayesianos, digo, llaman "probabilidades subjetivas". Es decir, para nosotros es igual de probable una cosa que otra. Sólo podemos afirmar con seguridad aquello que sea una tautología, pues eso es verdadero pase lo que pase. Pero cualquier hecho futuro será compatible con todas las tautologías, así que saber que van a seguir siendo verdad lo que tú llamas "relaciones de ideas" (que 4 es menor que 5, que el modus ponens es correcto, etc.), eso no nos ayuda en nada a la hora de poder descartar algunas cosas que podrían ocurrir y que no son tautológicas.
HUME: Muy bien resumido, sí señor.
NEURATH: Por ejemplo, es imposible para nosotros inferir qué longitud va a alcanzar esta noche tu pene cuando te tomes la pastilla de viagra. Cualquier cosa que podamos inferir sobre la longitud de tu pene será igual de probable que cualquier otra.
HUME: Eso pienso yo. Y mi pensamiento no ayuda precisamente a que la cifra real vaya a ser muy alta. Snif.
NEURATH: Pues bien. Considera ahora cuántas longitudes posibles a priori podría tener tu pene.
HUME: ¿Cómo que cuántas?
NEURATH: A ver, por ejemplo; podría tener entre 0 cm y 1 cm; podría tener entre 1 cm y 2 cm; o entre 2 y 3 cm; etc., etc.
HUME: Sí.
NEURATH: ¿Y cuántas posibilidades de esas hay?
HUME: Obviamente, infinitas.
NEURATH: Y cada una de ellas sería, según tú, igual de probable para nosotros.
HUME: Exactamente. Y como son infinitas, la probabilidad de cada una de ellas sería exactamente... cero patatero.
NEURATH: Muy bien calculado. P.ej., la probabilidad de que la longitud de tu pene cuando esté bajo el efecto de la viagra esté comprendida entre 16 y 17 cm es... cero.
HUME: También es cero la de que esté entre 1 y 2 cm. Es un pequeño consuelo.
NEURATH: ¡Hay un consuelo mucho mejor! Intenta calcular cuál es la probabilidad a priori, sobre la base de tu probabilidad subjetiva uniforme para todos los casos, de que la longitud de tu pene sea mayor que 20 cm.
HUME (pensando): Hummm, ....., esteeee....., ¡Cáspita! ¡Me da uno! La probabilidad de que sea menos que 20 es el número de centímetros que hay por debajo de veinte, partido por el número de centímetros total (o sea, infinito); es decir, cero. Luego la probabilidad de que sea más que 20 es uno menos cero, o sea, uno. ¡Es totalmente seguro que la viagra va a hacer que mi pene mida más de 20 centímetros! ¡Caramba, me has dado un alegrón, viejo Otto!
NEURATH: Más contenta se pondría la teutona, David. Pero no te alegres tan deprisa. ¿Te das cuenta de que el argumento que hemos formulado para 20 cm es exactamente igual de válido para cualquier otra longitud, p.ej., para 50.000 km?
HUME: ¿Qué me estás diciendo? ¿Que es absolutamente seguro que mi pene va a medir más de 50.000 km de largo cuando me tome la viagra?
NEURATH: Me temo que el argumento lleva a esa misma conclusión.
HUME: Pero eso es absurdo.
NEURATH: Es una posibilidad; mejor dicho, es un conjunto infinito de posibilidades, y la probabilidad a priori de que el verdadero estado de tu pene esta noche caiga en ese conjunto infinito, en vez de caer en el conjunto finito (y por tanto, infinitamente más pequeño) de centímetros que hay entre 0 y 50.000 km es cero. Si aceptamos tu premisa de que todas las posibilidades futuras concebibles son igual de probables, no hay más remedio que aceptar esta conclusión.
HUME: No sé, no sé.
NEURATH: Es más. Tu tesis es que no podemos hacer ninguna predicción no tautológica sobre nada relativo al futuro. Pero acabamos de hacer una: que es absolutamente seguro que tu pene medirá esta noche más de 50.000 km de largo. No sólo es que sea absurda esa predicción (sabía que tú eras un poco fantasma, pero no tanto), sino que el hecho de que hayamos podido hacerla contradice tu premisa de que no es posible hacer predicciones no tautológicas.
HUME: Caramba, parece que tienes razón.
NEURATH: Y como la única premisa no tautológica que hemos utilizado en el razonamiento es tu tesis de que todas las posibilidades futuras concebibles son igual de probables para nosotros, hemos de concluir que esa tesis es falsa. No es verdad que todas las posibilidades futuras concebibles sean igual de probables para nosotros.
HUME: Pero mi argumento demostraba justo eso. ¿Por qué te crees que tengo una de las suites de lujo de la residencia para filósofos decrépitos? Porque mi argumento es uno de los más importantes de la historia de la filosofía.
NEURATH: No dudo de que sea importante. Digo que es incorrecto, porque conduce a contradicciones. Lo que te acabo de demostrar es que, del hecho de que (A) el futuro no se siga lógicamente del pasado, no se puede inferir que (B) todas las posibilidades futuras concebibles sean igual de probables para nosotros. B es una tesis diferente de A, no se sigue de ella, y por tanto, puede ser falsa aunque A sea verdadera.
HUME: Entonces, ¿cómo de probables son a priori para nosotros los acontecimientos futuros?
NEURATH: Para eso no tengo una respuesta. Sospecho que, aplicando la navaja de Occam (por cierto, hace tiempo que no veo por aquí al bueno de Guillermo) podríamos decir algo así como que lo razonable es suponer que las probabilidades futuras son la proyección más simple posible de las predicciones pasadas, pero no tengo un argumento demasiado convincente sobre el tema. Mis amigos Hans Reichenbach y Rudolph Carnap andan trabajando en ello. Si me entero de que llegan a alguna conclusión, diré que te lo cuenten.
HUME: Bueno, pero entonces, ¿qué pasa con mi viagra?
NEURATH: Yo que tú, extrapolaría la experiencia pasada de la manera más sencilla posible, y eso da más o menos un 70% de probabilidad de que vayas a tener una buena noche de juerga con tu heideggeriana.
HUME: Dios te oiga, Otto... Perdón, qué cosas digo: lo más probable es que dios no exista.
NEURATH: Ve con él, David, y buena suerte.
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