25 de mayo de 2011

EL DILEMA DISCURSIVO, Y LA NECESIDAD DE LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA


Imaginemos una "asamblea" formada por tres individuos (1, 2 y 3). La asamblea tiene que tomar una decisión sobre un-tema-muy-importante, y, pues para eso están las asambleas, establece un procedimiento democrático de deliberación, en el que cada uno de los miembros pueda formular su opinión, y en el que la decisión final se tome por mayoría.
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La asamblea en cuestión es tan democrática, que considera que toda persona o colectivo tiene derecho a conocer públicamente las razones por las que ha tomado la decisión que ha tomado. Así que sus miembros deciden por unanimidad que lo que tienen que aprobar no es meramente una "decisión", sino una argumentación, es decir, la combinación razonada de la decisión con aquellas premisas que sirven como punto de partida de un argumento cuya conclusión es la decisión que se toma. Esto satisface el derecho de todos a poder establecer una deliberación racional con la asamblea.
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(En el mundo real, esto es algo parecido a la práctica de que las leyes traigan una "exposición de motivos": una serie de consideraciones fácticas y normativa que se supone que justifican el contenido de la ley en cuestión).
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Ahora supongamos que los tres miembros de la asamblea tienen las opiniones que se reflejan en el cuadro: El individuo 1 piensa que las premisas que se están discutiendo son correctas, pero que de ellas no se sigue la conclusión que se pretende, y en consecuencia, él no acepta esa conclusión. El individuo 2 rechaza todas o algunas de las premisas, de modo que, aunque acepta la validez del argumento que se está discutiendo, él también rechaza esa conclusión. Finalmente, el individuo 3 acepta tanto las premisas como el razonamiento, y por lo tanto, acepta la conclusión.
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(Para entender mejor el ejemplo, puede considerarse que B consiste en la tesis "A implica C". El ejemplo sería igual si A y B, en vez de ser "premisas" y "argumento", fuesen dos premisas independientes entre sí, y supusiéramos que el razonamiento tiene que ser lógicamente válido y, por tanto, aceptado por todos; pero he preferido poner un ejemplo en el que el argumento -o sea, la tesis de que "A implica C"- sea él también objeto de discusión).
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Ahora la asamblea tiene que votar. Recordemos que lo que la asamblea ofrece como "resultado" (output) no es simplemente la decisión sobre si aceptar o no la conclusión C, sino aceptar o no el argumento que, frente a cualquier sujeto deliberativo, podríamos proponer como "las razones de la asamblea para aceptar la conclusión C".
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Lo primero que podemos señalar es que esta asamblea rechazará la conclusión C, por dos votos a uno. Ahora bien, ¿qué sucede con las "razones"? Aquí lo que vemos es que la tesis "estas son las premisas del argumento" (A) es aceptada por dos votos a uno, y la tesis que consiste en el propio argumento (B) es también aceptada por dos votos a uno.
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Es decir, la asamblea opina que la conclusión es rechazable (vota en contra de C), y las razones que da son:
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1) que la asamblea está de acuerdo en que ciertas premisas son verdaderas (A), y
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2) que hay un argumento válido (B) según el cual hay que aceptar C si se acepta A.
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O sea, lo que la asamblea dice es que rechaza C, porque tiene razones de las cuales se sigue C (!!!).
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Esto es un ejemplo de lo que en la teoría de la elección social se llama "el dilema discursivo": la agregación de opiniones mediante la votación mayoritaria puede llevar a resultados irracionales, autocontradictorios.
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Al hilo de las todavía muy frescas reivindicaciones isidriles, este argumento creo que puede tomarse legítimamente como una poderosa tesis en contra de la "democracia directa" (la de que todo habría que decidirlo por referendum, o al menos, que lo ideal sería que se hiciese así), una tesis mucho más demoledora que la objeción más habitual (la que muy certeramente dice que en la práctica sería costosísimo y pesadísimo decidirlo todo de modo asambleario y pleciscitario). La tesis es demoledora porque no apunta a las dificultades prácticas de la democracia directa, sino a su presunto carácter ideal. Lo que se infiere del dilema discursivo es que de "ideal" no tiene nada: las normas que emanarían por votación mayoritaria de una asamblea totalmente soberana serían, con toda probabilidad, internamente inconsistentes, y por lo tanto, de poder aplicarse, harían la vida de la gente muchísimo más difícil, insegura y arbitraria (justo lo contrario de aquello para lo que -en parte- supuestamente queremos un sistema democrático).
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No es que haya garantía de que en otros sistemas desaparezcan completamente las inconsistencias, pero estarán mucho más limitadas, en parte porque la tarea de los legisladores en esos otros sistemas es garantizar al menos la coherencia de las diferentes leyes (es esto sobre todo para lo que son deseables "gobiernos fuertes", o "mayorías fuertes").

23 de mayo de 2011

TODA ESPAÑA ESTÁ A LOS PIES DEL PP. ¿TODA...? NO


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¡¡¡ELECCIONES YA!!!


El batacazo electoral del PSOE en las autonómicas y municipales debería ser motivo suficiente para que Zapatero disolviera el parlamento y convocara elecciones generales. Si hubiera sido al revés, con un fracaso así de rotundo para un PP en el gobierno, los socialistas las pedirían a voces (aunque los peperos dirían que no hacía falta, claro), y yo también las pediría, así que lo justo es pedirlas ahora también.
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La excusa de que hace falta "terminar las reformas" no se la cree nadie: reformas a lo bruto es lo que supuestamente también va a hacer Rajoy si llega a la Moncloa, y, puesto que han de ser reformas para largo plazo, mejor que sean algunas que estén apoyadas por una mayoría de la población.
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En realidad, obviamente la única razón comprensible para no disolver el parlamento esta misma semana es la falta de un candidato en el PSOE, al que habrá que elegir y darle un poco de rodaje. Pero eso no tendría por qué demorarse más de tres o cuatro meses, de manera que a lo más tardar en septiembre u octubre podríamos tener un nuevo parlamento, que comenzase el 2012 con presupuestos elaborados por los ganadores.
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Sería ocasión también para el PSOE de recoger las aparentes ansias de reforma constitucional que hay en la sociedad española (aunque no creo que la mayoría de los que han votado al PP estén muy por la labor de cambiar el statu quo; más bien lo que parecen desear, en su ingenuidad, es que vuelvan los tiempos de Aznar, como si fuera posible volver a inflar la burbuja explotada), y de paso intentar recuperar parte de los votos que se le han ido por la izquierda (y no, como también ingenuamente afirma Público, "por el viraje a la derecha del PSOE").
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Y puestos a hablar de reformas constitucionales-electorales, no quiero dejar pasar de comentar la burrada que le oí esta mañana a Rosa Díez, cuando para quejarse de la falta de proporcionalidad de la ley electoral decía que su partido había obtenido muchos más votos que Bildu pero bastantes menos concejales: si habláramos de diputados, lo entendería, ¡¡¡¿¿¿pero concejales???!!! Claro, ¿cómo pretende que sea? Si un partido es muy votado en unos pocos municipios, tendrá muchos concejales en ellos. Si otro partido es poco votado en muchos municipios, tendrá muy pocos concejales. ¿Pretenden en (Y)UPyD que se le dé a cada partido en cada municipio un porcentaje de concejales igual al porcentaje del total de votos que ese partido ha obtenido en toda España? Eso sí que sería una curiosa reforma electoral.
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Dicho sea de paso, tampoco tengo claro si en (Y)UPyD y en el PP afirman con la mano en el corazón que los más de 300.000 votantes de Bildu, la mayoría de ellos antiguos votantes de Eusko Alkartasuna y seguramente de Aralar y de Esker Batúa, son todos defensores a ultranza del terrorismo de ETA. Supongo que no.
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ACAMPADOS HASTA... ¿CUÁNDO?

Un problema no menor que tiene el movimiento 15-M es el de cómo decidir si dejan de estar acampados en las distintas puertas del sol de toda España. Los manifestantes de Túnez, Egipto, Siria, Yemen, etc., tenían un objetivo bastante determinable, deseable, y, por lo que se vio, factible: "seguiremos aquí hasta que caiga el régimen". Parece obvio que entre las reivindicaciones de nuestros isidrines no se encuentra un objetivo semejante, sino más bien objetivos del tipo de los que podrían figurar muy razonablemente (y seguramente figurarán) en el programa electoral de alguna candidatura que se presentase a unas elecciones generales. No se pide la dimisión de Zapatero, ni la instauración inmediata de la república, ni el destierro o el encarcelamiento de la clase política. (¿O sí?).

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Así que no está claro cuál podría ser la "señal" que el movimiento pudiera tomar como un logro suficiente como para decidir marcharse cada cual a su casa (sin que, naturalmente, ello cerrase las puertas de cualesquiera actividades o demostraciones en los próximos meses). Si esta tarde (o cuando sea) deciden desmontar los campamentos, ¿tendrá la sociedad española la sensación de que la movida ha servido para algo? ¿Se entenderá como un reconocimiento de que el resultado de las elecciones de hoy -sea cual sea- ha sido una satisfacción suficente para los manifestados? ¿O de que les basta con la subida del Rayo Vallecano a primera?


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No sé qué será lo que decidirán, pero aquí va una propuesta: el movimiento podría seguir con sus acampadas hasta que se recabara de los principales partidos políticos el compromiso de llevar en sus programas para las próximas elecciones generales un debate sobre el cambio constitucional, en las lineas de un fortalecimiento de la democracia, o algo parecido. Seguro que algunos partidos son más proclives a aceptar el envite. Esto no sólo obligaría a los partidos a "retratarse", sino que también forzaría a los isidrines a dejar de ser meros animadores del descontento, y entrar en un diálogo constructivo con las fuerzas políticas.

21 de mayo de 2011

EL CUENTO DE LA CONJETURA DE GOLDBACH


Teodoro Fregenal, director del soriano Instituto de Matemáticas Avanzadas del Alto Duero, se fue de vacaciones más contento que unas castañuelas (descripción ciertamente muy vacía, pues las castañuelas, por regla general, carecen de estados de ánimo), ya que por fin iba a estar tres semanas tirado en la playa, sin tener que atender a las constantes murmuraciones con las que el grupo del Burgo de Osma y el grupo de Almazán se atacaban continuamente el uno al otro, por supuesto sin dirigirse nunca la palabra de forma directa, sino siempre a través de su pobre director.
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Cuando Teodoro llevaba una semana de vacaciones, su secretaria recibió un sobre de Ludovico Pérez, de los de Osma, dirigido al director, con unas hojas dentro; las sacó y las dejó encima de la mesa. Era -aunque la secretaria, que no entendía de matemáticas ni una jota (y mira que las jotas son fáciles de entender, por lo menos en matemáticas; ¡si dijeras la épsilon!)- la demostración de un teorema según el cual la conjetura de Goldbach se podía derivar a partir de un cierto principio, al que llamaremos X (el propio Ludovico lo llamaba "conjetura-LP", por razones que se me escapan). El escrito se acompañaba de una carta en la que los miembros del conventillo de Burgo de Osma declaraban haber chequeado la prueba y comprobado que era correcta en todos sus pasos.
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Una semana más tarde, llegó al correo un nuevo sobre, esta vez remitido por Jacobo Bermúdez, del grupo de Almazán, cuyo contenido -unas pocas hojas impresas- sufrió el mismo procedimiento que el de Pérez: ser extraído del sobre y depositado sobre la mesa de Teodoro Fregenal, o más exactamente, encimita mismo de las hojas enviadas por Ludovico. En el nuevo escrito, Jacobo demostraba, a partir de los axiomas de Peano para la aritmética, un cierto teorema, que él llamaba "teorema-JB", seguro que por inconfesables razones etílicas, pero que casualmente coincidía hasta la última coma con la "conjetura-LP", o sea, nuestro "principio X". De modo parecido al trabajo de su insoportable colega burgense, los miembros del grupo adnamantino certificaban en una carta adjunta que la demostración de Jacobo era en todo correcta.
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A la vuelta de sus vacaciones, Teodoro vio los papeles encima de la mesa, los cogió todos juntos, y los metió en su cartera para leerlos en mejor ocasión. "¡Otra reyerta entre esta panda de algebraicas acémilas!", pensó para sí. Tuvo la desgracia, según se mire, de que la cartera se la dejó al lado de la barra de un bar al que pasó a tomarse unos chiquitos camino de su casa, y un golfillo que la vio abandonada la cogió y se la llevó a un lugar apartado de la vista de todos, en el parque al lado del río que traza su curva de ballesta; tomó lo poco que creía de valor, ojeó con gesto de incomprensión los papeles, y los tiró al río, en cuyas aguas y remolinos se fueron hundiendo poco a poco.
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Al día siguiente del percance ocurrió la famosa catástrofe matemática del Alto Duero, en la que los dos grupos, el del Burgo y el de Almazán, cada uno viajando como siempre en un autocar distinto, y siguiendo ambos el coche de Teodoro camino de las ruinas de Numancia, en donde iban a tener una reunión conjunta, se fueron picando el uno al otro por la carretera que bordeaba un barranco del Duero, con tan mala fortuna que ambos autocares chocaron y cayeron al río, muriendo ahogados todos sus ocupantes, sin que Teodoro hubiera vuelto a preocuparse por los papeles perdidos o a mencionárselos a sus colegas.
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La pregunta es: ¿tuvieron Teodoro y el golfillo en sus manos una demostración de la conjetura de Goldbach?
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19 de mayo de 2011

A LA PUERTA DEL SOL QUE MÁS CALIENTA


No he pasado estos días por la Puerta del Sol. Pueden contarse con los dedos de una pezuña las veces que en mi vida he acudido a una manifestación, sea en apoyo o en repulsa de lo que sea. Ni estuve en las concentraciones contra el atentado del 11-M, ni contra la guerra de Irak, ni en defensa de la familia de toda la vida, ni contra ETA, ni contra Bolonia, ni en mítines, ni en asambleas, ni en sentadas, ni en el entierro de Tierno Galván. Tampoco voy a fiestas populares, espectáculos de masas, encierros (ni taurinos ni los otros), botellones, o cualquier otro tipo de concentraciones en los que se pretende algo así como una comunión de sentimientos y voluntades. Debo de ser un poco autista, o tal vez meramente huraño. En parte también influye mi natural vagancia. Y mi individualismo. Eso sí, pienso que en esto soy como el noventa por ciento de la población, que tampoco suele ir a manifestaciones, mítines y demás, o como el setenta por ciento, que tampoco van a verbenas ni a procesiones.
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Pero, por supuesto, igual que pienso que quien participa en este tipo de "demostraciones" (como dicen los ingleses) no tienen derecho (ni creo que lo reclamen) a plantear las cosas en términos de "el que no está aquí está en contra de quienes estamos aquí", también valoro inmensamente el derecho de las personas a manifestarse, concentrarse, protestar y exigir. Y por lo tanto deploraré cualquier intento por parte del establishment político de restringir ese derecho, aunque sea con la burda excusa de que se interfiere en la campaña electoral (yo, ingenuamente suponía que la legislación electoral estar dirigida al control de las actividades de los partidos, no a la restricción de las libertades de los ciudadanos). Y del mismo modo he de confesar mi simpatía hacia los motivos y muchas de las reclamaciones de los miles de cabreados que han decidido salir a la calle para manifestar su indignación. Y no en menor medida, mi alegría por cuanto este movimiento pueda suponer de bofetada en la jeta de la "clase política", para que sean conscientes de que su repugnante palabrería (la cual, pese a ser crónica, se agudiza en los periodos electorales) es un insulto a la inteligencia de la gente, y de que su conducta como guardianes de la partitocracia y de sus cuotas de poder es una verguenza para los propios valores que presumen defender. Así que, si alguien anda leyendo el Otto Neurath por esas manifestaciones (lo que ya sería raro), vayan desde aquí mis saludos y mis buenos deseos.
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Esto no quiere decir, naturalmente, que esté de acuerdo con todas y cada una de las reclamaciones de los manifestantes (que cada uno tendrá las suyas, además, aunque el mecanismo de la gregarización asamblearia tiende a aplanar las diferencias para que terminen cabiendo por el embudo de quienes han nacido con mejor labia y con más don de gentes), y de que no tenga mis sospechas de que, llegados a la tesitura de tener que concebir e implementar medidas concretas para intentar lograr sus objetivos, no se acabe cayendo una vez más en la realpolitik, o todavía peor, en un ingenuo idealismo que se ciegue ante las verosímiles consecuencias catastróficas que podrían tener algunas de esas medidas. Tampoco me gusta la asociación de las manifestaciones con una parte del "movimiento anónimo" con sus horrendas y estúpidas caretas (¡qué carajo: seamos valientes y demos la cara, igual que yo estoy firmando esto con mi nombre y apellidos!), aunque esto es más una cuestión estética que de principio.
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Y hasta hace un par de días, también consideraba, como muchos otros, que este movimiento era una especie de suicidio electoral de la izquierda, pues muy escasos serán los posibles votantes del PP que se asocien con el movimiento (este del 15-M, no el otro con mayúscula, que parece que quiere seguir vivo en muchos barrios). Pero en las últimas horas este argumento me parece cada vez menos convincente, pues tal vez lo que necesitemos en la izquierda sea, efectivamente, un suicidio, o al menos una metamorfosis, y un buen batacazo el próximo domingo, y en las próximas elecciones generales, proporcionaría un caldo de cultivo excelente para que, de cara al medio plazo, los movimientos de izquierda (incluyendo hasta los liberal-progresistas con los que más puede simpatizar un servidor) empiecen una verdadera transformación que pueda dar sus frutos unos cuantos años después.
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Será una travesía del desierto, ciertamente, a la sombra, además, de un gobierno desmelenado de los del PP, casi seguro triunfador de las próximas generales, y que, inmune a cualesquiera atribuciones de responsabilidad por la mala situación económica (toda la culpa es de Zapatero, ya se sabe), se olvidará de tijeras y las sustituirá por la sierra mecánica, "no teniendo más remedio que aplicar medidas mucho más dolorosas de lo que imaginábamos, porque las cuentas públicas nos las hemos encontrado muchísimo peor de lo que decían los socialistas, que ya era malo". La política de comunicación que seguirá el gobierno del PP nos la podemos imaginar también (basta con extrapolar Telemadrid o Intereconomía a todos los medios convencionales), con Prisa y Mediapró hundidos hasta el cuello en sus deudas, así que no nos enteraremos por la tele, la radio o los periódicos de lo mal que va todo; aunque, por fortuna, es previsible que internet pueda seguir creciendo en su influencia como medio de información y de interconexión social (salvo que los cerebros del PP inventen algo que pudiera dejar como una mera aprendiz a la ley Sinde). Pero a pesar de la situación, y en parte por su gravedad, sería el momento idóneo para probar a una reconstrucción social, moral, institucional, y sobre todo intelectual, de la izquierda.
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Sería fantástico que, vistas las cosas desde dentro de treinta años, Europa y el mundo le pudieran agradecer al menos eso a la España de los tristes años diez. Yo seguiré sin poner mis insociables pies en manifestaciones, pero confío en contribuir a la creación y discusión de ideas, que buena falta hace.
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18 de mayo de 2011

UNA COSA ES UNA COSA ES UNA COSA... O LAS ILUSIONES DE LA ONTOLOGÍA


La ontología es una cosa muy seria: es el estudio "del ente en cuanto ente", o sea, de las cosas que existen, consideradas sólo como existentes. O sea, la ontología consiste en estudiar en qué consiste eso de existir, o como dicen los más finos, "ser". Además, supuestamente se trata de un estudio completamente apriorístico, es decir, en el que no deben utilizarse conocimientos obtenidos mediante la experiencia, sino que ha de sacarse todo del coco (como en la lógica y en las matemáticas, se supone).
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Como os podéis imaginar, tengo serias dudas de que tal investigación consiga averiguar cualquier cosa medianamente interesante, sobre todo porque los conceptos fundamentales que se manejan en la ontología (realidad, existencia, ser, entidad, propiedad, materia, forma, causa...) dependen inevitablemente de ciertos prejuicios que no tenemos otra manera de averiguar si son razonables o no, salvo comprobando mediante la experiencia que "la cosa funciona" cuando nos basamos en ellos. Veamos algunos ejemplos.
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Nada parece más claro que la diferencia entre una entidad (un objeto, un ente, una cosa) y una propiedad (cualidad, cantidad, relación). Las cosas son cosas (son cosas), como por ejemplo, un tornillo, una bellota, el agua que llena una piscina, tu madre, el arcángel Gabriel, el número 49, etc. Y las cosas tienen propiedades, tales como ser duro, ser comestible, hacer olas, cocinar la paella que te cagas, atontolinar caravaneros, o ser múltiplo de 7. Pero las propiedades no son cosas (más que como una forma de hablar), ni las cosas son propiedades de otras cosas. Sobre todo, no puede haber propiedades SIN cosas, sin ser la propiedad DE alguna cosa (al contrario de lo que Lewis Carroll decía de la sonrisa del gato de Chesire). Este argumento ontológico (las propiedades no pueden existir sin una cosa DE la que sean su propiedad) fue utilizado en el siglo XIX para afirmar "como el conocimiento científico más indudable que poseemos" la existencia del éter electromagnético: una vez que se aceptó que la luz y otras radiaciones eran fenómenos vibratorios, se concluyó de modo totalmente natural (a partir de aquella premisa ontológica), que si las ondas electromagnéticas eran ondas, o sea, vibraciones, debían ser vibraciones DE ALGO, y ese algo (esa sustancia, esa entidad física) es a lo que se llamó éter.
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Como bien sabéis, la hipótesis de que la radiación electromagnética es la vibración DE una sustancia llevó a enormes dificultades, y fue abandonada finalmente gracias a la teoría de la relatividad, que no daba explicaciones sobre "de qué" era una vibración la vibración que llamamos "luz", pero que ofrecía un modelo matemático que encajaba perfectamente con las observaciones, y que no presuponía la existencia de ningún "éter". El propio Einstein propuso también la teoría de que las vibraciones electromagnéticas pueden estar ¡localizadas en un punto determinado!, sin dejar por ello de poseer las propiedades que hacen de ellas unas vibraciones (básicamente, la frecuencia, la polaridad, etc.).
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Más adelante, la teoría cuántica generalizó este contubernio conceptual y mostró que todo, y no sólo la radiación electromagnética, se comporta como una onda y también como una partícula. Estamos tan familiarizados con esta dualidad que no solemos percatarnos de lo absurda que resulta cuando no nos hemos desembarazado de las tesis ontológicas de las que estoy hablando. "¿Cómo que algo puede ser a la vez -o en momentos distintos, que para el caso es igual de ridículo- una partícula y una onda? Una partícula es una COSA, una entidad, un objeto, como un balón o como el agua de una piscina; una onda, una vibración, en cambio, NO ES UN OBJETO, sino que es más bien ALGO QUE LE PASA a un objeto (p.ej., al agua de la piscina). ¡¡¡Decir que algo puede ser una partícula y también una onda es exactamente tan carente de sentido como afirmar que algo puede ser un mamífero y también una temperatura!!! Eso es una mera confusión de categorías. Aquí hay algún error, y muuuuy gordo"
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Esa sería la queja del ontólogo tradicional al enterarse de qué va en serio la dualidad onda-partícula. Y tiene razón en quejarse... al decir que hay algún error. Claro. El error es (a la luz del tremendo éxito empírico de la teoría cuántica) el suponer que la distinción entre entidades y propiedades refleja algo así como "la naturaleza última de las cosas". Lo que nos muestra la teoría cuántica es, entonces, que esa distinción tan "evidente" entre cosas y propiedades ("¡no confundamos a los castores con la temperatura... o el culo con las témporas!") es probablemente una herramienta cognitiva que resulta útil para formular hipótesis y teorías con las que movernos en la vida cotidiana, y seguramente en muchos más ámbitos (desde las células hasta las galaxias), pero no necesariamente una "imagen especular de la estructura última de la realidad", por así decir.
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O sea, que cuando estamos utilizando los conceptos de la ontología, en realidad estamos asumiendo inadvertidamente ciertas tesis que son empíricamente válidas en ciertos ámbitos, pero no necesariamente en la realidad "en su conjunto" (expresión esta que, por cierto, también utiliza términos cuya aplicabilidad "universal" -ídem- no podemos tomar con seguridad). Así que la ontología no sólo no es a priori (¿cómo van a ser a priori unos principios que hemos descubierto empíricamente que son falsos?; ¿y cómo podríamos haber descubierto a priori que a partir de cierto grado de diminuteidad no hay diferencia entre objetos y propiedades?), sino que en realidad es la leche de empírica (pues sus afirmaciones son generalizaciones, extrapolaciones, del comportamiento normal de las cosas que observamos en nuestra experiencia cotidiana, y la propia experiencia -en este caso, no la cotidiana, sino la científica- puede poner a prueba dichas afirmaciones de formas inesperadas). El trabajo intelectual realmente interesante, para los que quieran dedicarse en serio a la ontología, es un trabajo a la vez teórico y empírico (pero nada apriorístico): intentar explicar cómo se las apaña la naturaleza para hacer compatible un nivel en el que los castores son algunas veces temperaturas, las témporas se convierten en culos cuando les da la gana, y la velocidad se hace tocino, con otros niveles "superiores" en los que estas cosas no sólo no suceden sino que parecen un contrasentido. Da igual que a esa investigación se le llame ciencia o filosofía; en cualquier caso será la hostia de interesante (mucho más que las obras completas de Millán Puelles).
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Más:
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CURSO DE VERANO EN DENIA: "YO QUIERO SER DIVULGADOR CIENTÍFICO"

17 de mayo de 2011

UN TEMA QUE DA MUCHO DE SÍ (Y SÓLO PODÍA SER DE CHAIKOVSKI)

El pasado viernes estuve escuchando en el Auditorio Nacional (gracias, Víctor y Adela) un concierto magnífico de la Sinfónica de Madrid, con Teodor Currentzis dirigiendo y con Alexander Melnikov al piano, en el que se oyeron dos joyas como el Concierto nº 2 de Rachmaninoff y la 5ª Sinfonía de Chaikovski. En homenaje a esta última maravilla, os traigo su esencia como seguramente nunca la habréis oído: todas y cada una (si no me he dejado ninguna) de las apariciones de su tema principal. Que lo disfrutéis. (El cortapega lo he hecho con Dragontape)
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13 de mayo de 2011

UNA COSA ES UNA COSA ES UNA COSA... O LAS ILUSIONES DE LA ONTOLOGÍA

(Gracias a Blogger, este artículo lo veréis dos veces).

La ontología es una cosa muy seria: es el estudio "del ente en cuanto ente", o sea, de las cosas que existen, consideradas sólo como existentes. O sea, la ontología consiste en estudiar en qué consiste eso de existir, o como dicen los más finos, "ser". Además, supuestamente se trata de un estudio completamente apriorístico, es decir, en el que no deben utilizarse conocimientos obtenidos mediante la experiencia, sino que ha de sacarse todo del coco (como en la lógica y en las matemáticas, se supone).
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Como os podéis imaginar, tengo serias dudas de que tal investigación consiga averiguar cualquier cosa medianamente interesante, sobre todo porque los conceptos fundamentales que se manejan en la ontología (realidad, existencia, ser, entidad, propiedad, materia, forma, causa...) dependen inevitablemente de ciertos prejuiciosque no tenemos otra manera de averiguar si son razonables o no, salvo comprobando mediante la experiencia que "la cosa funciona" cuando nos basamos en ellos. Veamos algunos ejemplos.
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Nada parece más claro que la diferencia entre una entidad (un objeto, un ente, una cosa) y una propiedad (cualidad, cantidad, relación). Las cosas son cosas (son cosas), como por ejemplo, un tornillo, una bellota, el agua que llena una piscina, tu madre, el arcángel Gabriel, el número 49, etc. Y las cosas tienen propiedades, tales como ser duro, ser comestible, hacer olas, cocinar la paella que te cagas, atontolinar caravaneros, o ser múltiplo de 7. Pero las propiedades no son cosas (más que como una forma de hablar), ni las cosas son propiedades de otras cosas. Sobre todo, no puede haber propiedades SIN cosas, sin ser la propiedad DE alguna cosa (al contrario de lo que Lewis Carroll decía de la sonrisa del gato de Chesire). Este argumento ontológico (las propiedades no pueden existir sin una cosa DE la que sean su propiedad) fue utilizado en el siglo XIX para afirmar "como el conocimiento científico más indudable que poseemos" la existencia del éter electromagnético: una vez que se aceptó que la luz y otras radiaciones eran fenómenos vibratorios, se concluyó de modo totalmente natural (a partir de aquella premisa ontológica), que si las ondas electromagnéticas eran ondas, o sea, vibraciones, debían ser vibraciones DE ALGO, y ese algo (esa sustancia, esa entidad física) es a lo que se llamó éter.
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Como bien sabéis, la hipótesis de que la radiación electromagnética es la vibración DE una sustancia llevó a enormes dificultades, y fue abandonada finalmente gracias a la teoría de la relatividad, que no daba explicaciones sobre "de qué" era una vibración la vibración que llamamos "luz", pero que ofrecía un modelo matemático que encajaba perfectamente con las observaciones, y que no presuponía la existencia de ningún "éter". El propio Einstein propuso también la teoría de que las vibraciones electromagnéticas pueden estar ¡localizadas en un punto determinado!, sin dejar por ello de poseer las propiedades que hacen de ellas unas vibraciones (básicamente, la frecuencia, la polaridad, etc.).
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Más adelante, la teoría cuántica generalizó este contubernio conceptual y mostró que todo, y no sólo la radiación electromagnética, se comporta como una onda y también como una partícula. Estamos tan familiarizados con esta dualidad que no solemos percatarnos de lo absurda que resulta cuando no nos hemos desembarazado de las tesis ontológicas de las que estoy hablando. "¿Cómo que algo puede ser a la vez -o en momentos distintos, que para el caso es igual de ridículo- una partícula y una onda? Una partícula es una COSA, una entidad, un objeto, como un balón o como el agua de una piscina; una onda, una vibración, en cambio, NO ES UN OBJETO, sino que es más bien ALGO QUE LE PASA a un objeto (p.ej., al agua de la piscina). ¡¡¡Decir que algo puede ser una partícula y también una onda es exactamente tan carente de sentido como afirmar que algo puede ser un mamífero y también una temperatura!!! Eso es una mera confusión de categorías. Aquí hay algún error, y muuuuy gordo"
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Esa sería la queja del ontólogo tradicional al enterarse de qué va en serio la dualidad onda-partícula. Y tiene razón en quejarse... al decir que hay algún error. Claro. El error es (a la luz del tremendo éxito empírico de la teoría cuántica) el suponer que la distinción entre entidades y propiedades refleja algo así como "la naturaleza última de las cosas". Lo que nos muestra la teoría cuántica es, entonces, que esa distinción tan "evidente" entre cosas y propiedades ("¡no confundamos a los castores con la temperatura... o el culo con las témporas!") es probablemente una herramienta cognitiva que resulta útil para formular hipótesis y teorías con las que movernos en la vida cotidiana, y seguramente en muchos más ámbitos (desde las células hasta las galaxias), pero no necesariamente una "imagen especular de la estructura última de la realidad", por así decir.
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O sea, que cuando estamos utilizando los conceptos de la ontología, en realidad estamos asumiendo inadvertidamente ciertas tesis que son empíricamente válidas en ciertos ámbitos, pero no necesariamente en la realidad "en su conjunto" (expresión esta que, por cierto, también utiliza términos cuya aplicabilidad "universal" -ídem- no podemos tomar con seguridad). Así que la ontología no sólo no es a priori (¿cómo van a ser a priori unos principios que hemos descubierto empíricamente que son falsos?; ¿y cómo podríamos haber descubierto a priori que a partir de cierto grado de diminuteidad no hay diferencia entre objetos y propiedades?), sino que en realidad es la leche de empírica (pues sus afirmaciones son generalizaciones, extrapolaciones, del comportamiento normal de las cosas que observamos en nuestra experiencia cotidiana, y la propia experiencia -en este caso, no la cotidiana, sino la científica- puede poner a prueba dichas afirmaciones de formas inesperadas). El trabajo intelectual realmente interesante, para los que quieran dedicarse en serio a la ontología, es un trabajo a la vez teórico y empírico (pero nada apriorístico): intentar explicar cómo se las apaña la naturaleza para hacer compatible un nivel en el que los castores son algunas veces temperaturas, las témporas se convierten en culos cuando les da la gana, y la velocidad se hace tocino, con otros niveles "superiores" en los que estas cosas no sólo no suceden sino que parecen un contrasentido. Da igual que a esa investigación se le llame ciencia o filosofía; en cualquier caso será la hostia de interesante (mucho más que las obras completas de Millán Puelles).
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CURSO DE VERANO EN DENIA: "YO QUIERO SER DIVULGADOR CIENTÍFICO"

FÍSICA CUÁNTICA Y CONCIENCIA: DESMINTIENDO EL ROMANCE (1)



Tal como anunciaba en la lista de lecturas, voy a iniciar una pequeña serie de entregas dedicadas al problema de la medición cuántica, inspirado por la lectura de El enigma cuántico. Encuentros entre la física y la conciencia, de Bruce Rosenblum y Fred Kuttner. En particular, voy a discutir la tesis (ampulosamente presentada en el libro como "el gran secreto" de la física cuántica, un secreto a voces, en todo caso) de que la conciencia desempeña un papel causal relevante en la "creación de la realidad", o que "los hechos no son reales hasta que no son observados por un sujeto consciente". Por supuesto, esta tesis no forma parte de la teoría cuántica como tal (en la que la "conciencia" no es un elemento que aparezca por ningún lado), sino que es una mera interpretación filosófica (es decir, incontrastable) de la teoría, entre varias interpretaciones posibles, y no la más aceptada. Naturalmente, es posible que en el futuro esa interpretación dé lugar a predicciones contrastables (fenómenos cuánticos que no podrían ocurrir si la conciencia no fuera la que los causase), y entonces se convertirá en una verdadera teoría científica; pero ese momento no ha llegado aún, por lo que yo sé.
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A lo que voy a dedicarme en esta serie de entradas es a mostrar algunos argumentos por los que la interpretación "mentalista" de la mecánica cuántica es implausible. Vaya desde el principio mi reconocimiento de mi carácter meramente amateur en este terreno, así que agradeceré que cualquiera con mejores conocimientos que los míos me señale los errores que pueda tener mi argumentación.
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Empecemos reconociendo lo obvio, pero a menudo olvidado: la interpretación mentalista de la física cuántica es sencillamente una clase de fenomenismo o idealismo, siendo la forma más conocida de éste la que le dio George Berkeley: "ser es ser percibido", y como tal, es perfectamente compatible con la física clásica, no recibe ni más ni menos apoyo por el hecho de que ésta tenga que ser sustituida por la física cúantica. Es decir, también podemos INTERPRETAR la física clásica, la tectónica de placas, la lingüística hitita o la entomología de manera fenomenista: sólo existe lo que se observa, y lo que se observa ocurre COMO SI esas teorías fueran verdaderas. El fenomenismo (o el relativismo epistemológico, según el cual TODO lo que alguien cree o ha creído alguna vez es verdad) es, por supuesto, imposible de refutar empíricamente, pero es sumamente insatisfactorio considerado como EXPLICACIÓN de por qué las cosas nos parecen ser como nos parecen ser, como he venido argumentando en una entrada reciente (además de que es una posición muy intestable, pues no hay motivo por el que detenerse en él y no caer hasta el solipsismo del aquí y el ahora).
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Consideremos el siguiente ejemplo: en mi escritorio hay un cajón dedicado a guardar folios. ¿Cuántos folios hay en mi cajón en el momento en que he escrito esta frase? (momento en el que no hay nadie sacando ni metiendo folios del cajón) El fenomenismo radical dirá que no hay un número determinado de folios en mi cajón, es decir, que para todo número n igual o mayor que 0, la frase "en ese momento había n folios en mi cajón" es FALSA, y que SÓLO al contarlos conscientemente es cuando HAY el número de folios que resulta de la cuenta (olvidemos la complicación que supondría tener en cuenta la posibilidad de que los esté viendo pero no contando). Naturalmente, como la única forma de saber cuántos folios había es contándolos, es obvio que, hasta que no los contamos (de alguna manera), no sabemos cuántos hay. Pero la cuestión es si hay un número determinado de folios cuando nadie los cuenta.
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El hecho es que cuando contamos los folios, nos podemos equivocar, o al menos, puede ocurrir que si los contamos varias veces, obtengamos resultados diferentes. La distribución estadística de esos resultados es un hecho empírico (bueno, al menos cuando alguien se molesta en apuntarlos), y podemos preguntarnos por qué ocurre ese hecho, es decir, por qué la distribución que sale es la que sale (pongamos, p.ej., que la media de la distribución es 457 folios, y la mayoría de los resultados están etre 450 y 465, con unos poquitos resultados por debajo o por encima). Pues bien el fenomenalismo no tiene una explicación para este hecho, es decir, no puede señalar NINGUNA HIPÓTESIS a partir de la cual podamos entender la razón por la que casi siempre nos salen alrededor de 457 folios cuando los contamos; es decir: no podemos inferir ese resultado a partir de la hipótesis de que "para todo número n igual o mayor que 0, la frase 'en ese momento había n folios en mi cajón' es FALSA cuando nadie los cuenta". En cambio, la hipótesis de que HAY un número de folios Y NO OTRO en mi cajón aunque nadie los cuente, y ese número es cercano a 457 (junto con nuestro conocimiento de los tipos de errores que podemos cometer y sus posibles causas), explica por qué la distribución de resultados de nuestras cuentas es la que es.
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Como digo, esta discusión puede plenamente darse en el marco de la física clásica. La física cuántica, según algunos, nos ha dado razones para pensar que, si no todos los hechos (y algunos creen que sí, que en TODOS los casos), al menos en algunos casos la realidad no está determinada "hasta que no la observamos conscientemente". Lo que voy a intentar argumentar en las próximas entradas es que lo que se sigue de la física cuántica es SÓLO que algunos hechos no están completamente determinados HASTA QUE NO OCURRE ALGUNA OTRA COSA, pero que esa "otra cosa" no tiene NADA que ver con la observación consciente, o con los poderes de la mente humana.
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Más:
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11 de mayo de 2011

ABIERTA LA MATRÍCULA: "YO QUIERO SER DIVULGADOR CIENTÍFICO" - Curso de verano en Denia (UNED).

YA SE HA ABIERTO LA MATRÍCULA PARA EL CURSO DE VERANO "YO QUIERO SER DIVULGADOR CIENTÍFICO" (UNED, Denia, 4-6 julio 2011).
LA INFORMACIÓN, EL PROGRAMA Y EL PROCEDIMIENTO DE MATRÍCULA SE PUEDEN CONSULTAR EN ESTE ENLACE.
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Algunos lo habréis visto desde hace unos días anunciado en la columna de la derecha. En efecto, los próximos días 4, 5 y 6 de julio celebraremos en el Centro de la UNED en Denia (Alicante), el curso "Yo quiero ser divulgador científico", para el que hemos abierto un blog especial, en el que podéis consultar el programa y otras informaciones que se vayan produciendo.
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10 de mayo de 2011

FOMENTANDO LA CIENCIA, LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN


El Reino Unido nos da cien mil vueltas en materia de fomento de la cultura, de la ciencia y de la educación (sobre todo la superior). No os descubro nada nuevo al decirlo. La última prueba ha sido la reciente concesión, por parte de la reina Isabel, de un flamante título nobiliario a su nieto y su esposa, los tortolitos William & Kate. Nada menos que "duques de Cambridge"... ¡ahí es nada! ¡Una de las mejores universidades del mundo!
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En cambio, ¿qué miserables títulos recibieron nuestras infantas cuando se casaron? Pues para no ser menos, propongo que a los duques de Palma (pues a los de Lugo, con el divorcio y tal, quedaría un poco feo), se les cambie el título por el mucho más rimbombante y pro-intelectual de "duques de la UNED".
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Bueno, o mejor no.

9 de mayo de 2011

LA LEY DE LAS SESIONES PARALELAS

¿Quién dijo aquello de que en las ciencias sociales no se pueden encontrar regularidades empíricas robustas? (Sí, es cierto, tal vez lo dije yo, pero no hace falta que nadie se entere, ¿no?) Pues bien, como resultado de mis profundas reflexiones tras mis innumerables asistencias a congresos científicos y saraos semejantes, puedo presentar como definitivamente contrastada la siguiente...
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LEY DE ZB DE LAS SESIONES PARALELAS
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que reza como sigue (no perdeos detalle, que tiene su enjundia):
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En cualquier congreso, conferencia, simposio, etc., en el que haya sesiones paralelas, la otra sesión siempre habría sido mejor.
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La evidencia empírica acumulada en apoyo de esta regularidad es abrumadora, y no he conocido todavía a nadie con los suficientes bemoles como para rebatirla. Las implicaciones de esta ley para la comprensión del orden social son tan imponderables como inmensas, de modo que me atrevería a compararla con algo así como el "teorema de Bell" de las ciencias sociales.
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6 de mayo de 2011

VOTA CORRUPCIÓN



Curioso partido éste, que llena las esquinas con sus carteles de propaganda electoral en pleno inicio de la campaña. Su programa no puede ser más explícito, y a falta de más siglas, diríase una coalición de todo el arco electoral.

4 de mayo de 2011

CIENTÍFICAMENTE DEMOSTRADO: CORRER ADELGAZA MÁS QUE NADAR


La demostración se basa en la teoría especial de la relatividad, y en particular, en el fenómeno de la contracción de Lorentz: cuanto más rápido corre uno, más se estiliza, mientras que cuanto más rápido nada uno, más se achata. En ambos casos se gana peso, pero ¿qué más da? Lo importante es la figura.