Hasta más o menos la revolución industrial, la estructura de la mayoría de las sociedades "civilizadas" (es decir, casi todas salvo los grupos de cazadores-recolectores y los de agricultores más primitivos) ha sido,
grosso modo, la siguiente:
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A) Un grupo de no más del 1 % de la población, al que podemos llamar "la clase dirigente", "los poderosos", o "la aristocracia".
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B) Un grupo de no más del 10 % de la población, que se encarga por un lado de producir los "bienes de lujo" (todos aquellos no necesarios para la mera supervivencia) que consumen los miembros de la clase A, y en mucha menor medida en términos per cápita, los de la clase B, y por otro lado, de impedir(mediante la fuerza bruta o mediante la intoxicación intelectual) que el grueso de la población se rebele contra esta distribución de la riqueza. Llamémosles "la clase auxiliar", "los acólitos" o "los sicarios".
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C) El enorme resto de la población, que son obligados a trabajar todo lo que puedan, a cambio de únicamente el mínimo necesario para subsistir (a veces un poco por encima, a veces un poco por debajo); llamémosles "los proletarios", o más sencillamente, "los pringaos".
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Malthus, viviendo en una sociedad que sólo con imaginación y optimismo se podía pensar que estaba saliendo de esta situación, formuló lo que se llamó "la ley de bronce del salario", que "demostraba" que el salario real de la gran masa de trabajadores no podía estar muy por encima del salario mínimo de subsistencia (entendido como el salario que permitía a la población mantenerse estable, sobreviviendo con la menor renta posible). La demostración decía que, si el salario aumentaba por encima del de subsistencia, la población crecería (menos niños morirían por causas debidas a la falta de alimentación, higiene, etc.), lo cual haría aumentar la oferta de trabajo, y con ello disminuir de nuevo los salarios. Si el salario bajaba, más niños (y adultos) morirían, disminuyendo la oferta de trabajadores, y por lo tanto volviendo a hacer subir los salarios. Era "imposible", por lo tanto, que una gran parte de la población saliera del estado de mínima subsistencia en el que se había encontrado siempre.
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Por supuesto, nosotros sabemos, doscientos años después, que la renta per cápita y la distribución de la renta pueden mejorar muchísimo, en buena parte debido al control de la natalidad (rompiendo la implicación malthusiana de que, a mayor renta, mayor descendencia que sobrevivía; por cierto, él sugería hacer algo así, retrasando la edad del matrimonio), y en parte también debido a los inimaginables incrementos de productividad (producto real partido por hora trabajada) que trajeron las revoluciones industriales, y debido a las políticas de distribución de la renta puestas en marcha desde el siglo XIX (sobre todo, la creciente extensión de la educación, la sanidad y las pensiones).
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Ahora hemos llegado, en cambio, a una situación en la que sigue habiendo "poderosos", es más, su proporción posiblemente haya aumentado (si incluimos a los numerosos altos ejecutivos y consejeros de miles de empresas y administraciones) pero en la que los trabajadores no se limitan a recibir un salario de subsistencia, sino que tienen acceso a una cantidad mucho mayor per capita de bienes y servicios, alcanzando con ello unos niveles de bienestar sencillamente impensables para casi todo el mundo en cualquier época anterior Malthus, e incluso ligeramente posterior.
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Lo interesante es contrastar los factores que han influido de manera importante en este radical cambio social, con aquellos que NO han influido significativamente.
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Por ejemplo, NO HA INFLUIDO LA RELIGIÓN. Las religiones son más o menos las mismas (sobre todo las grandes) que en los milenios anteriores. El papel histórico de las religiones no fue HACER CAMBIAR la estructura social, sino, como mucho, "consolar" a la gente en su situación miserable, y sobre todo, distraerles para que no se les ocurriera cambiar esa situación. Es cierto que las religiones, y en particular el cristianismo, gracias también a la influencia del pensamiento moral de la Grecia Clásica, contribuyó a la consitución del "sentimiento moral moderno", pero necesitó el impulso de muchos otros factores para que ese sentimiento se pudiera manifestar en una sociedad REALMENTE más igualitaria y satisfactoria.
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Tampoco han influido mucho LAS IDEOLOGÍAS REVOLUCIONARIAS. Donde estas triunfaron, la situación real en términos de bienestar siguió siendo parecida a la de inicio (con una pequeña clase poderosa y un gran proletariado viviendo cerca del umbral de la miseria). Igual que las religiones, estas ideologías estaban basadas en el ERROR utopista de creer que bastaba con IMAGINAR el resultado final que se quería conseguir (la hermandad universal) para que su trasposición a la realidad social fuese casi automática.
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Tampoco ha influido mucho (pero más) el PROGRESO CIENTÍFICO, al menos no por sí solo. La URSS era una gran potencia científica, pero sus ciudadanos se beneficiaban poco de ello. Otro ejemplo, la drástica disminución en la mortandad por enfermedades infecciosas durante el siglo XIX no tuvo prácticamente nada que ver con descubrimientos médicos, sino con la mejora de la higiene en las ciudades. Por supuesto, el progreso científico ha influido indirectamente, a través de muchas aplicaciones tecnológicas, pero no hay una línea causal directa que lleve de manera automática y autosuficiente desde la astronomía de Galileo hasta el Estado del Bienestar.
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Ahora, cosas que SÍ que han influido: la principal ha sido el CAPITALISMO, entendido como un sistema de producción basado en el libre comercio, la libertad de innovación, y la CREACIÓN de riqueza. Los sistemas económicos anteriores no estaban, por así decir, orientados al crecimiento, sino al mantenimiento. Se toleraban mal, y no se fomentaban, las innovaciones, y ni siquiera se tendía al aprovechamiento de las ganancias procedentes del intercambio y la especialización. El aristócrata, puesto que vivía estupendamente haciendo lo que hacía (o sea, prácticamente nada), no quería que SUS proletarios hicieran algo distinto de lo que habían hecho durante siglos (cultivar la tierra y ya está). El empresario, en cambio, busca formas de que su negocio CREZCA, y para eso recurre (no siempre, por supuesto, pero lo suficientemente a menudo como para que el efecto agregado sea enorme) a la innovación y a la mejora de la productividad.
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También ha sido importante el PROGRESO TECNOLÓGICO, a menudo impulsado por el capitalismo (aunque no necesariamente siempre; p.ej., ha habido también innovaciones importantes realizadas desde instituciones públicas o meros inventores altruistas). Es, en definitiva, el que nos ha permitido disfrutar de MÁS Y MEJORES COSAS, de mejores condiciones de vida, y sobre todo, el que nos ha permitido producir más y mejores cosas por unidad de esfuerzo.
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Por último, hay que mencionar los sistemas DEMOCRÁTICOS, fundamentales para conseguir que las ganancias de productividad obtenidas gracias al capitalismo y al progreso técnico no fuesen únicamente en beneficio de los empresarios, sino también en el de los trabajadores. Naturalmente, no es que todos los empresarios hayan visto esta mejora en las condiciones de vida de los trabajadores como un simple coste; muchos lo han visto, acertadamente, como una inversión: unos trabajadores más sanos, más cultos, más satisfechos en su vida y mejor formados son un recurso mucho más productivo, en general, así que el tener una población con mayor bienestar es en sí mismo una inversión que a los empresarios les interesa. Como obviamente no tiene por qué interesarle al empresario individual (él preferirá que la formación, la salud, etc., de los trabajadores la cubran y garanticen otros, y no él con su dinero), en definitiva la forma de conseguirlo es mediante un PACTO, en el que los trabajadores y los empresarios se ponen de acuerdo de manera genérica en qué ha de considerarse un "nivel de vida digno", a la luz de la productividad existente. Y el estado social y de derecho es, ni más ni menos, la manifestación de ese pacto.
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Por cierto, olvido un factor seguramente importante: la FILOSOFÍA, ofreciendo una justificación y racionalización teóricas de los derechos materializados en ese pacto. Tengo la tentación de decir que la filosofía, de todos modos, siempre viene detrás de los hechos (como la lechuza de Minerva, que alza el vuelo al anochecer, Hegel dixit), pero Spinoza me sonríe con malicia desde las páginas de su Tractatus theologico-politicus.
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Más:
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