¡Qué día más raro hoy! Vivo ya, con éste, doce (en 2012, trece) vigesimonovenos días de febrero, y no termino de acostumbrarme. Pero me gusta, a pesar de que haya que trabajar un día más (¡y yo aquí, blogueando!).
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Lo que tal vez no sepáis es que el calendario tiene más lógica de la que parece (o la tenía, pues la política se encargó de quitársela).
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No voy a repetir la historia del calendario juliano, porque, además de que ya os la sabéis, hay muchos sitios para recordarla. Lo que sí voy a hacer es contar una curiosidad que posiblemente muchos no sepáis.
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Cuando Julio César instauró su reforma, en el año 46 a.C., funcionaba de la manera siguiente (sutilmente distinta a como se suele describir):
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- El año tenía, como norma, 366 días. Estaba dividido en seis meses de 31 días (enero, marzo, mayo, julio, septiembre y noviembre) y seis meses de 30 (los demás). [No, no me he equivocado; era así]. Se estableció que el año comenzaría el 1 de enero (la fecha más cercana al equinoccio de invierno) en vez de, como hasta entonces, el 1 de marzo.
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- Cada cuatro años, se le quitaba un día a febrero durante tres años consecutivos. Así que había un año "normal" de 366 días, y después tres años "cortos", de 365 días. El año bisiesto era el "normal", no porque fuesen más abundantes (obviamente, no lo eran), sino porque era el año desde el que se definía la duración de los meses.
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-El día sobrante se le quitaba a febrero, no porque fuera el más corto (no lo era: tenía 30 días, como otros cinco meses), sino porque, como hasta entonces había sido el último mes del año, siempre le había tocado ser el mes "pagano"... quiero decir, el que pagaba los excesos acortando sus días, pero también al que se le añadían días más o menos a ojo cuando era necesario mantener los años acordes con el ritmo de las estaciones, lo que ocurría con cierta frecuencia, dado que el calendario de Numa Pompilio, usado hasta entonces, tenía sólo 354 días.
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- En honor al gran hombre que implantó esta reforma (muy necesaria, por otro lado: el calendario de Numa Pompilio era una chapuza), al quinto mes del año se le llamó iulius, en vez de con su nombre tradicional, quintiliis.
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Esta fue la reforma de Julio César. Pero, ¡caramba!, este no es el calendario que conocemos (ni siquiera con la ligera reforma gregoriana de dieciéis siglos más adelante). ¿Qué pasó? ¿Quién fue el responsable de que se fastidiara este invento tan simple, y se convirtiera en el jaleo que tenemos ahora?
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Pues el culpable fue nada más y nada menos que el sucesor de César, su sobrino-nieto Octavio Augusto, y todo fue por vanidad, nada más que vanidad.
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El Senado romano consideró que no era justo que Julio César tuviera un mes para él solito, y el gran Octavio (u Octaviano), careciese de tal distinción. Así que decidieron cambiar el nombre de sextiliis (el mes que iba después de iulius) por el de augustus. Hasta aquí, todo bien, pero alguien se dio cuenta enseguida de que ¡iulius tenía 31 días pero augustus sólo tenía 30! ¡Horror! Eso quería decir que Julio César era superior a Octavio Augusto. ¡Intolerable!
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Así que el Senado decidió que augustus tuviera también 31 días, y que a partir de ahí, fueran alternándose los meses de 30 y de 31 días: septiembre pasó de 31 a 30, octubre de 30 a 31, noviembre de 31 a 30, y diciembre de 30 a 31. ¡Caramba!: pero entonces, el año "normal" (el bisiesto) pasaba de tener 366 días a 367 (pues se cambiaban 3 meses de 30 a 31 días, pero sólo dos de 31 a 30 días).
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"¡Cagüenlaleche!", debieron de pensar los senadores de la comisión del calendario en un perfecto latín clásico; "entonces tenemos que quitar un día más". Y así fue como los meses de febrero de los años bisiestos pasaron a tener 29 días, en vez de 30, y los de los años no bisiestos, 28.
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Además, el día "extra" de los años bisiestos no era el 29 de febrero: el último día de febrero seguía siendo el 28. ¡Cómo! ¿Imposible? Nada había imposible para los ingeniosos romanos: el día extra de febrero consistía en que el mes tenía dos días 24 consecutivos. De hecho, el 24 de febrero era el sextus calendas, o sea, el día en el que faltaba una semana para el primer día del mes siguiente (las calendas, de ahí el nombre de "calendario"). Los romanos no percibían esto (el tener dos días consecutivos iguales) como algo anormal, porque de hecho ellos no contaban los días del mes como nosotros, "1", "2", etc., sino que ¡los contaban hacia atrás!: ellos no decían es el "quinto día de tal mes", sino "hoy faltan tantos días para las calendas de tal mes, o para los idus (el 13, 14 o 15, según el mes). Así, el día extra de febrero se llamó bis sextus calendas, de donde nuestra denominación de "bisiesto".
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Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
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Más, y más interesante, aquí.
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[NOTABA UN MOVIMIENTO ANORMAL EN LA CUBIERTA DEL OTTO NEURATH, Y CREÍA QUE ESTÁBAMOS EN PLENA TORMENTA, ¡PERO ES QUE ESTAMOS SIENDO "MENEADOS"! ESTÁN LOCOS ESTOS BLOGUEROS]
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