El artículo de Enrique Gil Calvo ayer en El País ("Metáfora, metamorfosis, meteorología") es un paradigma de la pseudocomprensión científica que ilumina (o más bien, oscurece) a muchos de nuestros intelectuales. (Dicho entre nosotros, creo que va a ser una mina para usarlo con mis alumnos del máster en Periodismo Científico y Comunicación de la Ciencia, en la UNED).
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La tesis del artículo es que la ciencia "tradicional" se basa (y no sólo se basa, sino que está estructuralmente constituida por ella) en la metáfora de la naturaleza como un libro (Bacon), que, por demás, está escrito en caracteres matemáticos (Galileo). Merece la pena citar al ilustre sociólogo extensamente:
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¡Ahí es nada! ¡Lo que da de sí una metáfora! No sólo es que investigadores con estrategias metodológicas y heurísiticas tan diferentes entre sí como Galileo, Newton, Bernouilli, Lavoisier, Laplace, Carnot, Darwin, Faraday, etc., estuvieran "en el fondo" haciendo poco más que "leer un libro", y, además, no un libro cualquiera, sino una narración (con su planteamiento, su nudo y su desenlace). Además, es que el agarrotamiento mental que supone someter la concepción de la naturaleza (y de la sociedad) a un esquema de "planteamiento, nudo y desenlace" implica necesariamente el pretender descubrir una narración gobernada por la "continuidad lineal, lógica causal consecutiva, regularidad legal, crecimiento acumulativo, predicción de futuro y conocimiento último" (de eso intenta convencernos Gil Calvo con su "es decir").
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Nótese que la imaginación de este gran intérprete de la ciencia nos ha llevado hasta el momento a dar dos saltos escalofriantes (que no serán los últimos) a partir de una premisa anecdótica:
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PREMISA: Dos grandes iniciadores de la ciencia moderna (y también muchos otros, es cierto) usaron la metáfora de la investigación científica como lectura (o, en realidad, desciframiento) del "libro de la naturaleza". [NOTA: téngase en cuenta que, más que una narración novelesca, como parece traslucirse del artículo, aquellos autores estarían pensando, o querrían que su audiencia pensara, en "el Libro", o sea, la Biblia: si ésta era la palabra de Dios revelada, la Naturaleza era Su obra, y podía llegarse a conocer a Dios tanto a través del estudio de la Biblia como del estudio del mundo. Lo cual, en el fondo, es más una estrategia comercial -o sea, publicidad- que otra cosa: los primeros científicos estaban razonablemente muy preocupados por conseguir al menos la misma credibilidad y honorabilidad social que los teólogos, y comparar la investigación científica con la exégesis bíblica era un argumento poderoso en esta guerra. De hecho, los científicos dejaron de usar la metáfora del "libro de la Naturaleza" cuando el prestigio de las Escrituras como fuente de conocimiento fiable sobre la realidad cayó en picado; entonces la metáfora ya no era rentable].
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PRIMERA CONSECUENCIA INFUNDADA: Por lo tanto, para la ciencia moderna, la investigación "consiste" en la lectura de una obra narrativa.
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Hemos visto que esto es un non sequitur: de hecho, la metáfora indica que la naturaleza debe ser "leída" en el sentido que estudiada (como hacían los teólogos con la Biblia), no "leída" en el sentido de "disfrutar de una narración novelesca" (como el Quijote, pongamos; o, en todo caso, la naturaleza debía ser "leída" como un filólogo lee el Quijote, no como un lector que intenta divertirse con las aventuras del Caballero de la Triste Figura). Por supuesto, tampoco se sigue que el contenido del libro de la Naturaleza tenga que estar estructurado con el esquema de "planteamiento, nudo y desenlace", como, por ejemplo, ¡sí que lo está el propio artículo de Gil Calvo!, pese a su disfraz de abanderado de la superación de la modernidad.
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SEGUNDA CONSECUENCIA INFUNDADA: La estructura narrativa presupuesta en el libro de la naturaleza (y de la sociedad) implica que éstas sólo puedan entenderse mediante la "causalidad lineal y regular", y que el desarrollo de la ciencia y de la sociedad sólo pueda interpretarse como un "progreso acumulativo" hacia la "verdad absoluta".
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No necesitamos negar la tesis de que los científicos de la Edad Moderna presuponían que la naturaleza seguía leyes estrictas que, con esfuerzo, podían ser descubiertas, para rascarnos la cabeza sin conseguir averiguar de qué manera esa presuposición se puede fundamentar en la supuesta creencia de que el libro de la naturaleza tiene la estructura de una narración (por cierto, que no se me ocurre si algo así como el descubrimiento newtoniano de que la luna y una piedra arrojada están ambas cayendo hacia la tierra impulsadas por exactamente la misma fuerza, forma parte del "planteamiento", del "nudo" o del "desenlace" de no sé qué narración). Pero es que, además, la "historia lineal de progreso acumulativo" a la que se referiría Gil Calvo en el caso de la ciencia (no me refiero ahora a los otros ejemplos que cita), no sería otra cosa sino la historia de la investigación científica, de Galileo a Darwin, digamos, pero no la "historia" que los científicos estarían intentando leer en el libro de la naturaleza. En este sentido, el bueno de Darwin parece estar pésimamente traído a colación, pues su gran descubrimiento fue, precisamente, el de que la historia de la naturaleza (en este caso, la de los seres vivos) no era una narración lineal en la que el ser humano fuese el protagonista, sino un jardin de millones de senderos que se bifurcan y, en general, acaban muriendo sin aportar ni un gramo de sentido narrativo al cosmos. A pesar del papel de malo que el sociólogo le adjudica, hay mucho más que une a Darwin con Stephen Gould que con un Comte o un Lamarck.
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Preso en el esquema que él mismo critica, Gil Calvo proclama que en el presente hemos logrado superar la ilusión de la metáfora del libro: los héroes de la aventura han (hemos) conseguido romper el hechizo que nos había lanzado la bruja Linealidad, y hemos descubierto por fin la Verdad con mayúsculas, a saber, que el mundo está gobernado, no por leyes regulares, sino por la "metamorfosis", por "el cambio súbito e imprevisto de la realidad hacia formas irreconocibles por monstruosas, ilógicas, deformes o grotescas". Es sintomático que la mejor forma en que el sociólogo sea capaz de relatarnos el fin del paradigma de la ciencia como lectura de relatos, sea justo sometiéndose al mismo esquema narrativo. Tal vez eso indique que el paradigma en cuestión no está ni mucho menos tan agotado.
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Pero, disquisiciones literarias aparte, la pena es que las intenciones de Gil Calvo son buenas, y su mensaje final sobre el estado de nuestro conocimiento no está excesivamente desencaminado, y ha sido sólo (o eso creo) la tentación de erguirse como abanderado del cambio de paradigma, o Buena Nueva, que predica, lo que le ha llevado a descuidar la necesidad de comprender cabalmente aquello de lo que está hablando. Porque el mensaje no es otro que la muy conocida (y aún más malinterpretada) teoría del caos: la teoría matemática que describe de qué manera la evolución de ciertos sistemas (no necesariamente muy complejos) se hace impredecible en muchos casos. Gil Calvo tiene toda la razón al afirmar que muchísimas cosas, en la naturaleza y en la sociedad, son "sistemas caóticos", lo cual no quiere decir que sean "monstruosos" o "deformes", ni mucho menos "ilógicos", sino algo tan sencillo de entender (y tan fácil de olvidar) como lo siguiente:
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1) El sistema sigue unas leyes absolutamente estrictas y deterministas, leyes puede que muy sencillas matemáticamente, y en ocasiones bien conocidas por los científicos (es decir, el sistema no es "misterioso", ni está formado por "materia oscura" o algo así, sino que su funcionamiento se comprende perfectamente); pero
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2) a partir de aquellas leyes matemáticas se puede demostrar que dos estados del sistema, diferentes entre sí, pero tan parecidos que no pudiéramos distinguirlos empíricamente, evolucionarán (obedeciendo esas mismas leyes) hasta dar lugar a dos estados muy diferentes; eso quiere decir que la evolución del sistema, aunque es determinista (o sea, sigue de hecho una causalidad lineal y obedece una regularidad legal), para nosotros es impredecible, pues cualquier incertidumbre en la determinación del estado que el sistema tiene hoy hace posible que haya muchos estados muy distintos en los que el sistema podría hallarse mañana.
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Por lo tanto, en sistemas muy complejos, en los que hay muchos elementos que pueden tener influencias causales (cada una de ellas totalmente lineal, a la antigua usanza) sobre los demás, el desconocimiento de uno solo de esos factores puede fácilmente arruinar nuestra capacidad de predicción. Así son, ciertamente, muchos aspectos de la sociedad y de la naturaleza, pero, por suerte o por desgracia, no son así todos los aspectos relevantes, ni mucho menos. Queda una larga vida de éxitos (ahora sí, por fortuna) para los proyectos de investigación que pretendan descubrir los mecanismos causales que gobiernan los fenómenos, en la esfera humana y la natural. Hay muchas regularidades pendientes de ser halladas tras una búsqueda perspicaz, y otras muchas pendientes de ser producidas tras una inteligente creación artificial por nuestra parte. Hemos descubierto, claro, que no podremos conocerlo todo, y que el mundo y nuestros semejantes siempre nos pueden sorprender, ¡menos mal! Pero también sabemos que los mecanismos mediante los que dichas sorpresas se llevan a efecto son, en general, susceptibles de ser investigados al viejo modo de Galileo, de Lavoisier o de Pasteur, o sea, según el más tradicional "método científico", que lejos de caducar, está más vigoroso que nunca.
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La tesis del artículo es que la ciencia "tradicional" se basa (y no sólo se basa, sino que está estructuralmente constituida por ella) en la metáfora de la naturaleza como un libro (Bacon), que, por demás, está escrito en caracteres matemáticos (Galileo). Merece la pena citar al ilustre sociólogo extensamente:
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"Desde entonces, el programa científico se dedicó a investigar el conocimiento a partir de dicha metáfora, entendiendo la realidad natural y social como si estuviera ordenada en forma de relato narrativo a descifrar: planteamiento, nudo y desenlace. Es decir, continuidad lineal, lógica causal consecutiva, regularidad legal, crecimiento acumulativo, predicción de futuro y conocimiento último. Un programa científico, pero en el fondo literario, cuyo paradigma es la teoría darwinista de la evolución de las especies, que puede generalizarse para explicar las distintas esferas de la realidad social: la filosofía de la historia dominada por la idea del progreso, el poder político volcado en la busca del control social, la sociología glosando los procesos de racionalización y modernización, las vanguardias artísticas creadoras de diseños cada vez más innovadores y autónomos...".
.¡Ahí es nada! ¡Lo que da de sí una metáfora! No sólo es que investigadores con estrategias metodológicas y heurísiticas tan diferentes entre sí como Galileo, Newton, Bernouilli, Lavoisier, Laplace, Carnot, Darwin, Faraday, etc., estuvieran "en el fondo" haciendo poco más que "leer un libro", y, además, no un libro cualquiera, sino una narración (con su planteamiento, su nudo y su desenlace). Además, es que el agarrotamiento mental que supone someter la concepción de la naturaleza (y de la sociedad) a un esquema de "planteamiento, nudo y desenlace" implica necesariamente el pretender descubrir una narración gobernada por la "continuidad lineal, lógica causal consecutiva, regularidad legal, crecimiento acumulativo, predicción de futuro y conocimiento último" (de eso intenta convencernos Gil Calvo con su "es decir").
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Nótese que la imaginación de este gran intérprete de la ciencia nos ha llevado hasta el momento a dar dos saltos escalofriantes (que no serán los últimos) a partir de una premisa anecdótica:
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PREMISA: Dos grandes iniciadores de la ciencia moderna (y también muchos otros, es cierto) usaron la metáfora de la investigación científica como lectura (o, en realidad, desciframiento) del "libro de la naturaleza". [NOTA: téngase en cuenta que, más que una narración novelesca, como parece traslucirse del artículo, aquellos autores estarían pensando, o querrían que su audiencia pensara, en "el Libro", o sea, la Biblia: si ésta era la palabra de Dios revelada, la Naturaleza era Su obra, y podía llegarse a conocer a Dios tanto a través del estudio de la Biblia como del estudio del mundo. Lo cual, en el fondo, es más una estrategia comercial -o sea, publicidad- que otra cosa: los primeros científicos estaban razonablemente muy preocupados por conseguir al menos la misma credibilidad y honorabilidad social que los teólogos, y comparar la investigación científica con la exégesis bíblica era un argumento poderoso en esta guerra. De hecho, los científicos dejaron de usar la metáfora del "libro de la Naturaleza" cuando el prestigio de las Escrituras como fuente de conocimiento fiable sobre la realidad cayó en picado; entonces la metáfora ya no era rentable].
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PRIMERA CONSECUENCIA INFUNDADA: Por lo tanto, para la ciencia moderna, la investigación "consiste" en la lectura de una obra narrativa.
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Hemos visto que esto es un non sequitur: de hecho, la metáfora indica que la naturaleza debe ser "leída" en el sentido que estudiada (como hacían los teólogos con la Biblia), no "leída" en el sentido de "disfrutar de una narración novelesca" (como el Quijote, pongamos; o, en todo caso, la naturaleza debía ser "leída" como un filólogo lee el Quijote, no como un lector que intenta divertirse con las aventuras del Caballero de la Triste Figura). Por supuesto, tampoco se sigue que el contenido del libro de la Naturaleza tenga que estar estructurado con el esquema de "planteamiento, nudo y desenlace", como, por ejemplo, ¡sí que lo está el propio artículo de Gil Calvo!, pese a su disfraz de abanderado de la superación de la modernidad.
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SEGUNDA CONSECUENCIA INFUNDADA: La estructura narrativa presupuesta en el libro de la naturaleza (y de la sociedad) implica que éstas sólo puedan entenderse mediante la "causalidad lineal y regular", y que el desarrollo de la ciencia y de la sociedad sólo pueda interpretarse como un "progreso acumulativo" hacia la "verdad absoluta".
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No necesitamos negar la tesis de que los científicos de la Edad Moderna presuponían que la naturaleza seguía leyes estrictas que, con esfuerzo, podían ser descubiertas, para rascarnos la cabeza sin conseguir averiguar de qué manera esa presuposición se puede fundamentar en la supuesta creencia de que el libro de la naturaleza tiene la estructura de una narración (por cierto, que no se me ocurre si algo así como el descubrimiento newtoniano de que la luna y una piedra arrojada están ambas cayendo hacia la tierra impulsadas por exactamente la misma fuerza, forma parte del "planteamiento", del "nudo" o del "desenlace" de no sé qué narración). Pero es que, además, la "historia lineal de progreso acumulativo" a la que se referiría Gil Calvo en el caso de la ciencia (no me refiero ahora a los otros ejemplos que cita), no sería otra cosa sino la historia de la investigación científica, de Galileo a Darwin, digamos, pero no la "historia" que los científicos estarían intentando leer en el libro de la naturaleza. En este sentido, el bueno de Darwin parece estar pésimamente traído a colación, pues su gran descubrimiento fue, precisamente, el de que la historia de la naturaleza (en este caso, la de los seres vivos) no era una narración lineal en la que el ser humano fuese el protagonista, sino un jardin de millones de senderos que se bifurcan y, en general, acaban muriendo sin aportar ni un gramo de sentido narrativo al cosmos. A pesar del papel de malo que el sociólogo le adjudica, hay mucho más que une a Darwin con Stephen Gould que con un Comte o un Lamarck.
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Preso en el esquema que él mismo critica, Gil Calvo proclama que en el presente hemos logrado superar la ilusión de la metáfora del libro: los héroes de la aventura han (hemos) conseguido romper el hechizo que nos había lanzado la bruja Linealidad, y hemos descubierto por fin la Verdad con mayúsculas, a saber, que el mundo está gobernado, no por leyes regulares, sino por la "metamorfosis", por "el cambio súbito e imprevisto de la realidad hacia formas irreconocibles por monstruosas, ilógicas, deformes o grotescas". Es sintomático que la mejor forma en que el sociólogo sea capaz de relatarnos el fin del paradigma de la ciencia como lectura de relatos, sea justo sometiéndose al mismo esquema narrativo. Tal vez eso indique que el paradigma en cuestión no está ni mucho menos tan agotado.
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Pero, disquisiciones literarias aparte, la pena es que las intenciones de Gil Calvo son buenas, y su mensaje final sobre el estado de nuestro conocimiento no está excesivamente desencaminado, y ha sido sólo (o eso creo) la tentación de erguirse como abanderado del cambio de paradigma, o Buena Nueva, que predica, lo que le ha llevado a descuidar la necesidad de comprender cabalmente aquello de lo que está hablando. Porque el mensaje no es otro que la muy conocida (y aún más malinterpretada) teoría del caos: la teoría matemática que describe de qué manera la evolución de ciertos sistemas (no necesariamente muy complejos) se hace impredecible en muchos casos. Gil Calvo tiene toda la razón al afirmar que muchísimas cosas, en la naturaleza y en la sociedad, son "sistemas caóticos", lo cual no quiere decir que sean "monstruosos" o "deformes", ni mucho menos "ilógicos", sino algo tan sencillo de entender (y tan fácil de olvidar) como lo siguiente:
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1) El sistema sigue unas leyes absolutamente estrictas y deterministas, leyes puede que muy sencillas matemáticamente, y en ocasiones bien conocidas por los científicos (es decir, el sistema no es "misterioso", ni está formado por "materia oscura" o algo así, sino que su funcionamiento se comprende perfectamente); pero
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2) a partir de aquellas leyes matemáticas se puede demostrar que dos estados del sistema, diferentes entre sí, pero tan parecidos que no pudiéramos distinguirlos empíricamente, evolucionarán (obedeciendo esas mismas leyes) hasta dar lugar a dos estados muy diferentes; eso quiere decir que la evolución del sistema, aunque es determinista (o sea, sigue de hecho una causalidad lineal y obedece una regularidad legal), para nosotros es impredecible, pues cualquier incertidumbre en la determinación del estado que el sistema tiene hoy hace posible que haya muchos estados muy distintos en los que el sistema podría hallarse mañana.
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Por lo tanto, en sistemas muy complejos, en los que hay muchos elementos que pueden tener influencias causales (cada una de ellas totalmente lineal, a la antigua usanza) sobre los demás, el desconocimiento de uno solo de esos factores puede fácilmente arruinar nuestra capacidad de predicción. Así son, ciertamente, muchos aspectos de la sociedad y de la naturaleza, pero, por suerte o por desgracia, no son así todos los aspectos relevantes, ni mucho menos. Queda una larga vida de éxitos (ahora sí, por fortuna) para los proyectos de investigación que pretendan descubrir los mecanismos causales que gobiernan los fenómenos, en la esfera humana y la natural. Hay muchas regularidades pendientes de ser halladas tras una búsqueda perspicaz, y otras muchas pendientes de ser producidas tras una inteligente creación artificial por nuestra parte. Hemos descubierto, claro, que no podremos conocerlo todo, y que el mundo y nuestros semejantes siempre nos pueden sorprender, ¡menos mal! Pero también sabemos que los mecanismos mediante los que dichas sorpresas se llevan a efecto son, en general, susceptibles de ser investigados al viejo modo de Galileo, de Lavoisier o de Pasteur, o sea, según el más tradicional "método científico", que lejos de caducar, está más vigoroso que nunca.