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Traducción:
Imaginemos la situación
siguiente: unas 100 personas tiene que elegir a una de ellas para un puesto
importante; cada uno tiene diferentes preferencias sobre quién debe ser el
elegido, algunos pueden tener mayor o menor interés en ser elegidos ellos
mismos, pero además, esto es esencial, muy probablemente casi todos ellos
tendrán que terminar votando por candidatos que no son los más preferidos por
ellos, porque la regla de elección pide que el hombre elegido (sí, no hay
mujeres ni entre los electores ni entre los elegibles) reciba al menos dos
tercios de los votos, y es casi seguro que ninguno es l más preferido por
tantos de sus colegas. Como poco, podemos decir que este es un problema
interesante para ser estudiado desde el punto de vista de la teoría de juegos.
En cierto sentido, la situación
es semejante (aunque, por supuesto, no idéntica) a la de los miembros de una
comunidad científica que tienen que elegir cuál es la mejor explicación de un
problema científico entre las varias que se han propuesto. En este caso,
también ocurre que cada científico tendrá probablemente distintas preferencias
sobre las teorías alternativas, en particular sobre las que han sido propuestas
por ellos mismos, aunque, al final, tengan que tener en cuenta hasta cierto
punto los juicios de sus colegas como razones para adoptar alguna de las
soluciones, incluso si no es la más preferida por cada uno de ellos. He
analizado esta situación en algunos artículos académicos y en mi libro La lonja del saber, citados al final.
Así pues, sea X una de las
posibles elecciones (un hombre, en el primer caso; una teoría o una técnica
científica en el segundo), y sea P(X) la proporción de electores que elige X.
Para cada elector, existirá algún valor de P(X) tal que le hará cambiar su
decisión, de la de no elegir a X, a sí elegirlo (digamos que pensará algo así
como, “X es mi candidato favorito, pero dadas las alternativas que quedan,
teniendo en cuenta que P(X) de mis compañeros parecen apoyarlo, lo votaré yo
también”). Si ese valor de P(X) es muy bajo para ti, eso quiere decir que
votarás por X aunque la mayoría de tus compañeros no lo hagan; y si es muy
alto, significa que no votarás por él, aunque la mayoría lo haga. Podemos
asumir que la distribución de frecuencias (F) de estos “valores de umbral” es
más o menos una distribución estadística “normal”, con un solo máximo local
alrededor de un valor “promedio”, y que, para distintos candidatos, estará
sesgada más o menos a la derecha o más o menos a la izquierda. Una de ellas se
muestra en la figura 1.
La figura 2 se limita a
transformar la función de frecuencias F en una función acumulativa P, que
indica qué proporción de electores desearía
votar por X [D(P(X)], si la proporción de electores que de hecho votan por X fuese P(X). Obviamente, si F es unimodal, P
tendrá forma de S, o sea, será convexa al principio y cóncava al final. La
cuestión es, ¿contiene la función P información suficiente para determinar la
conducta de los electores? Bien, esto depende. Consideremos la línea de 45°, o sea, la función
D(P(X)) = P(X). Si P está por encima
de esa línea, eso significa que el número de personas que desean votar por X es mayor que el número de personas que de hecho han votado por él, de tal modo
que, en la siguiente elección, probablemente habrá más gente que vote a favor
de X. Ocurre lo contrario si la función P está por debajo de la línea de 45°:
algunas personas no estarán contentas habiendo votado por X, y seguramente no
lo votarán en la siguiente oportunidad. Esto significa que el único equilibrio
(en términos de teoría de juegos) ocurre para el nivel de P(X) donde la función
P corta la línea de 45°,
es decir, donde P(X) = D(P(X)). Naturalmente, dada la regla de votación, si
esto ocurre para un valor de P(X) menor que 2/3, habrá que seguir haciendo
votaciones y alguien tendrá que reconsiderar sus preferencias nuevamente.
Ahora bien, un problema
importante es que, dado que la función P tiene forma de S, puede llegar a tener
tres equilibrios diferentes, como se
muestra en la figura 3. Lo que determina cuál de ellos es el que realmente
ocurrirá, es simple y llanamente la historia.
Si la situación previa era una en la que P(X) cayó entre el origen de
coordenadas y el segundo equilibrio,
la dinámica esbozada en el párrafo anterior hará que la elección tienda a
moverse hacia el primer equilibrio
(el más bajo). Y si la situación previa había sido una en la que P(X) caía
entre el equilibrio central y el extremo derecho del eje de coordenadas, esa
misma dinámica conducirá al grupo hacia el tercer
equilibrio (el más alto). Naturalmente, si la situación previa estaba
exactamente en el equilibrio central, se quedará ahí, pero se trata de un equilibrio inestable: el más mínimo
cambio en las preferencias o en la conducta de alguno de los miembros del grupo
moverá a la elección colectiva hacia arriba o hacia abajo.
La posibilidad de que haya más
de un equilibrio no es sólo una curiosidad teórica, sino un importante problema
práctico, pues puede llegar a tener consecuencias indeseadas para los propios
miembros del grupo. Una de esas consecuencias es que la elección dependerá excesivamente
del azar. Puesto que el resultado depende de la historia, incluso un cambio
muy pequeño en la distribución de votos hacia los candidatos más irrelevantes
al principio del proceso, puede llevar a la elección de un candidato diferente
del que sería elegido si la distribución inicial hubiera sido otra muy
parecida. Esto, por supuesto, es el famoso “efecto mariposa”, que en este caso
sería tal vez más apropiado llamar el “efecto paloma”.
Pero las consecuencias son aún
peor que esto. En la figura 4 se muestran las funciones correspondientes a dos
candidatos. Asumimos que todos los electores consideran unánimemente que el
candidato A es mejor que el candidato
B. Esto se refleja en el hecho de que, para cualquier
número de votos recibidos de hecho por ambos, habrá más gente que prefiere A
que gente que prefiere B, y por lo tanto, P(A) está por encima de P(B). Incluso
aunque las preferencias sean así, es decir, aunque tanto el equilibrio “bajo”
de A esté por encima del equilibrio “bajo” de B, y lo mismo para los
equilibrios “altos”, puede suceder que el grupo elija el equilibrio alto de B y
el equilibrio bajo de A. Es decir, el grupo puede terminar eligiendo un
candidato que todos ellos consideran que es peor
que otro candidato concreto (no digamos según las preferencias de los no
votantes). Dicho en términos económicos, el
procedimiento de elección puede dar lugar a resultados ineficientes.
Por fortuna, puede probarse que,
si los miembros del grupo pueden formar coaliciones,
esto es, subgrupos que adoptan el compromiso de votar al mismo candidato sin
tener en cuenta a quién vota el resto de los electores, entonces sólo uno de
los equilibrios seguirá siendo estable. El problema para estas coaliciones es
que, mientras la dinámica que conduce al equilibrio no lo alcanza (es decir,
mientras el valor real de P es diferente de su valor deseado), algunos miembros
preferirán a título individual un resultado diferente del que se han comprometido
a votar, y tendrán por lo tanto un incentivo para romper la coalición, sobre
todo si el voto es secreto.
En comparación con el caso de la
elección de la solución a un problema científico, hay algunas otras
dificultades añadidas. Por ejemplo, en el caso de la ciencia no existe la
presión para hacer una elección en un período de tiempo relativamente breve; allí
las decisiones son públicas, no secretas; y, sobre todo, se puede ir acumulando
más y más información que, a menudo, favorece a una hipótesis muy por encima de
las rivales (lo que tiende a que las funciones F se desplacen hacia la
izquierda, y las funciones P y sus equilibrios hacia arriba). También se ha de
tener en cuenta que los casos que inspiran este artículo, el conjunto de
electores cambia mucho de una vez a la siguiente, por razones puramente
demográficas, y además es obligatorio que mantengan el secreto de lo tratado
durante la elección, de modo que es más difícil que haya un aprendizaje sobre
cuáles pueden ser las estrategias que llevan a una elección más eficaz.
En conclusión, si el espíritu
Santo hubiera pensado un poco más sobre el mecanismo de elección que hemos
examinado, tal vez habría elegido un mecanismo diferente. O tal vez lo que
ocurre es que prefiere uno así de caótico, en el que tenga cabida un papel más
prominente para Sus (incontrastables) intervenciones.
REFERENCIAS
Zamora
Bonilla, J. P. (1999) ‘The Elementary Economics of Scientific Consensus’, Theoria, 14:461-88.
Zamora
Bonilla, Jesús (2003) La lonja del saber. Introducción a la economía del
saber científico, Madrid, Ediciones UNED.
Zamora
Bonilla, J. P. (2006). “Science Studies and the Theory of Games”, Perspectives on Science, 14:639-71.
Más de lo mismo (gracias a Hugo Viciana) http://www.washingtonpost.com/blogs/wonkblog/wp/2013/02/11/the-political-science-of-papal-elections/
ResponderEliminarEl Espíritu Santo, en su clásica forma de paloma, ya optó por elegir una vez: San Fabián, fue nombrado Papa por el simple hecho de que una paloma se le posó en el hombro. Habría que consultar a los expertos si su papado fue mejor o peor que los restantes. O lo que es lo mismo, una elección puramente aleatoria ¿ mejora o empeora los resultados?. Sería curioso ver una procesión de Cardenales por el Vaticano, esperando a ver cual de ellos es el primero en hacer de gancho de paloma.
ResponderEliminarAlgo parecido debieron pensar los "gestores"( entiéndase el modo irónico) de nuestras cajas cuando eligieron de consejeros y consejeras a gente de la calle, al azar, gente sin conocimiento de aspectos contables tal y como reconocieron por ejemplo consejeros de la C. Ahorros del Mediterraneo, gente que acabó haciéndolo igual de mal( Y cobrando por ello lo mismo) que el resto, que si sabían( supuestamente) más de gestión bancaria.
Saludos.
Perdona el chiste, pero se demuestra nuevamente la capacidad de la Economía para predecir el pasado.
ResponderEliminar¿Tú por quién apostabas?
Y ahora en serio: todos en la sociedad escogemos en parte lo que deseamos y en parte lo que queremos evitar; lo menos malo de siempre.
Sursum:
ResponderEliminarya lo dice el texto: yo apostaba por la impredecibilidad.
Muy interesante esta entrada. Igual podrías aplicarlo a más ejemplos.
ResponderEliminarDe hecho, Áloe, es un resumen de la segunda parte de "La lonja del saber", en donde lo aplicaba a la elección de una teoría científica. Pero se puede aplicar a todos aquellos casos en los cuales cada uno está más dispuesto a elegir algo cuando hay más gente que también lo elige
ResponderEliminarJesús:
ResponderEliminar"se puede aplicar a todos aquellos casos en los cuales cada uno está más dispuesto a elegir algo cuando hay más gente que también lo elige"
Eso me pareció lo importante: que hay que elegir en muchas ocasiones viendo la posibilidad de que la elección tenga un resultado práctico. En toda sociedad hay alianzas y coaliciones, la gente no elige lo que desearía si estuviera aislada sino lo que puede hacerle ganar "puntos" en una competencia a muchas bandas.
Cuando trataste sobre las elecciones y los sistemas de mayorías o cuando alguno ha propuesto sistemas electorales o políticos radicalmente renovadores siempre he tratado de señalar a que tras unas pocas rondas de juego, los individuos buscamos alianzas y preferimos pájaro en mano que ciento volando; o el mal menor.
O sea, que voy a tener que leerlo...
ResponderEliminarVas en contra de las malas costumbres que voy adquiriendo. Yo antes leía libros enteros gordos, y ahora me voy dejando caer por la pendiente de leer trozos sueltos de cosas. Dentro de poco un libro de 300 páginas me producirá tanta impaciencia y desasosiego como una seríe de comedia española de televisión. Aunque por otras razones.
Llevo como una semana con un libro de Pinker ("Cómo funciona la mente") y el cacharro dice que voy por el 24%... ¿pero cuantas páginas tiene esto? ¿Unas 900? ¡Maldita sea!
(Una ventaja del e-book es que no está a la vista lo gordo que es el libro, lo que nos ayuda algo a los neo-refractarios al esfuerzo de leer concentradamente cientos de páginas sobre lo mismo)
Bueno, al grano,
¿De cuantas paginas estamos hablando?
Áloe,
ResponderEliminar¿te refieres a leer "La lonja"? Déjalo para cuando estés muy, pero que muy desesperada.
No me tenía que haber quejado tanto.
ResponderEliminarSeguro que a las 900 paginas no llega...
¿O SÍ?
No, serán unas 300
ResponderEliminarSursum:
ResponderEliminarya lo dice el texto: yo apostaba por la impredecibilidad.