30 de octubre de 2007

EL POSITIVISMO ES UN HUMANISMO (5)

El positivismo es un humanismo (1)
El positivismo es un humanismo (2)
El positivismo es un humanismo (3)
El positivismo es un humanismo (4)


La segunda crítica tiene una respuesta parecida: la formalización de las teorías no es una conditio sine qua non para garantizar la objetividad de la ciencia, sino un ideal que conviene perseguir cuando existe alguna controversia teórica. La misma lógica contemporánea muestra que existen límites para la potencia demostrativa de cualquier sistema axiomático con el que pueda formalizarse al menos la aritmética elemental (este es el conocido teorema de Gödel), pero esos límites dejan también un amplísimo margen para la producción de argumentos objetivamente válidos. Por otro lado, el que los conceptos y las hipótesis tengan significados flexibles sólo demuestra que pueden ser modelados con cierta libertad (no son tanto de piedra como de arcilla), de manera que los científicos tienen siempre la opción de darles una forma más precisa en vez de una más difusa: cuanto más claramente esté delimitado lo que pretendemos afirmar con un concepto o una teoría, tanto más fácil será su crítica intersubjetiva. La axiomatización lógica de las teorías es, de nuevo, el límite de ese proceso de clarificación y discusión objetiva (y el continuo desarrollo de nuevas técnicas lógico-matemáticas, incluida la informática, permite cada vez más posibilidades en este sentido), pero para llegar a un acuerdo intersubjetivo, a menudo será suficiente con una formalización menos exigente, y a veces incluso sin ninguna formalización, sino empleando tan solo principios claramente definidos en el lenguaje cotidiano; y también como en el caso anterior, a veces ni siquiera una formalización estricta permitirá determinar una sola respuesta correcta.

Con respecto a la tercera crítica (la falta de atención del positivismo a los aspectos sociales de la investigación científica), hemos de recordar que, tal como hemos visto, la cuestión fundamental para el positivismo sería precisamente la de cómo debe organizarse socialmente la investigación para garantizar que sus resultados tuvieran la máxima credibilidad posible. Los viejos positivistas parecían defender, ingenuamente, que para ello bastaba con ordenar la práctica científica según unas reglas metodológicas bien fundadas, y que la propia honestidad de los científicos garantizaría que estas reglas iban a ser cumplidas. La cosa, empero, no está tan clara, pero esto sólo significa que es necesario estudiar con rigor las estructuras sociales de la ciencia; si dicho estudio llega a la conclusión de que estas estructuras son bastante eficaces en la producción de conocimientos objetivos, la tercera crítica carecerá de fundamento, y si no es así, el desafío para el positivismo será más bien el de utilizar las mejores herramientas científicas disponibles (por ejemplo, la disciplina económica conocida como "diseño de mecanismos"), junto con una buena dosis de sentido común, para proponer una reforma de aquellas instituciones científicas cuyo funcionamiento sea cognitivamente ineficaz. En este sentido, la respuesta es similar a la de las dos críticas anteriores: los propios resultados de la ciencia (entonces en ciencias cognitivas, lógica y matemáticas; ahora en sociología y economía) pueden servir para encontrar las bases más sólidas a nuestro alcance desde las que llevar a cabo una discusión objetiva de las teorías, aunque esa base no pueda ser nunca totalmente sólida. No otra cosa era, al fin y al cabo, lo que mantenían algunos neopositivistas, sobre todo Otto Neurath.

La cuarta crítica es seguramente la más popular, especialmente fuera del ámbito de la filosofía académica. En definitiva, la crítica consiste en la postura del perplejo ciudadano que no acierta a ver con claridad en qué se beneficia él de tan cuantiosas inversiones en investigación científica y tecnológica, y que sospecha razonablemente que, aunque el conocimiento otorgue poder, es más probable que él se halle entre las víctimas de ese poder que entre los beneficiarios. La respuesta a esta crítica debe partir del hecho indudable de que el conocimiento proporciona poder, pero esto puede hacerlo por dos razones diferentes: en primer lugar, quien conoce realmente mejor la manera como las cosas van a ocurrir, puede aprovechar ese conocimiento para dominarlas y dominar con ello a otras personas; en segundo lugar, quien consigue convencer a los demás de que posee mejores conocimientos, aunque no los posea de hecho, puede obtener también un cierto control sobre los convencidos (aunque no sobre las cosas que afirma conocer). Muchas formas de poder existentes a lo largo de la historia han sido de este segundo tipo: por ejemplo, la gente obedecía a la Iglesia porque aceptaban que ella tenía las llaves de la condenación y de la salvación. Pero la ciencia otorga poder fundamentalmente por la primera razón: algunos laboratorios farmacéuticos ganan fortunas porque muchas de sus medicinas curan efectivamente, y algunas empresas de comunicaciones consiguen un cierto control sobre la opinión pública porque los satélites artificiales transmiten sus programas efectivamente. En realidad, si la acumulación de poder técnico en algunas manos no les ha conferido automáticamente un poder político ilimitado, es porque otras manos, con intereses diferentes, también han conseguido incrementar su poder técnico, y no está siempre claro quién ha logrado más.

Así pues, aquellos que se plantean la importantísima cuestión de por qué la ciencia beneficia más a unos que otros, no deberían negar la legitimidad de esta otra pregunta: la de por qué la ciencia proporciona un poder tecnológico tan impresionante. La respuesta del positivismo la hemos visto ya: la ciencia lo consigue extendiendo la práctica del método experimental y del razonamiento lógico más allá de los ámbitos tradicionales de estos métodos. A la primera cuestión puede intentar dársele también una respuesta "científica", de nuevo a través de la investigación social y económica, pero lo más interesante será sin duda la respuesta "política": cómo hacer para que la ciencia beneficie lo máximo posible al mayor número posible de personas.

Pienso que sólo algunos místicos creerán sinceramente que la situación de los pobres del mundo mejoraría si la investigación científica y sus métodos fueran abandonados del todo. En cambio, si los ciudadanos de los países ricos nos empeñásemos en que nuestros gobiernos y nuestras empresas cambiaran el rumbo de sus respectivas políticas (por ejemplo, exigiéndoles que nos cobren unos altos impuestos para financiar investigaciones sanitarias útiles para los países pobres, o negándonos a comprar los productos de las empresas que explotan a los ciudadanos de esos países), podríamos obtener resultados políticos mucho mejores precisamente gracias a la ciencia.

Por otro lado, el hecho de que muchas decisiones políticamente relevantes se dejen de mano de "expertos científicos" puede conducir a problemas que cualquier positivista sensato admitirá. Por ejemplo, quienes emplean a esos "expertos" para persuadir al gobierno o a la opinión pública (sean las empresas tabaqueras, o las organizaciones ecologistas), necesitan que los científicos sean habitualmente creíbles, pues si no, ¿para qué contratarlos, si nadie les va a creer? De nuevo llegamos al problema de cómo organizar la investigación para que sus resultados tengan la máxima credibilidad posible. Por otra parte, lo que se critica a estos "expertos" es, en general, que enfocan de manera sesgada los problemas y que proponen soluciones tendenciosas. La respuesta obvia de un positivista es que, en tales casos, los científicos no habrán seguido un método cognitivamente eficaz, pues deberían haber tenido en cuenta los datos y las ideas que pueden proporcionar las otras partes en conflicto. Al fin y al cabo, ¿no se está presuponiendo que es preferible ser objetivo e imparcial, cuando se critica a los "expertos" por no serlo en grado suficientemente y cuando se asegura que los problemas deberían resolverse intentando manejar, entre otras cosas, los mejores conocimientos posibles?

Un cauto positivista añadiría, además, que en muchas ocasiones los mal llamados "expertos" lo son en cuestiones de las que, en realidad, no se posee casi ningún conocimiento verdaderamente objetivo, sino simples opiniones y visiones interesadas, adornadas con una retórica más o menos cientificista; esto ocurre para la mayoría de los llamados "problemas sociales", como -pongamos- el urbanismo, la educación, la política fiscal y otros tipos de delincuencia, pero también para muchísimas aplicaciones prácticas de la tecnología y de las ciencias naturales. En estos casos, el positivismo no debería utilizarse para dar cobertura retórica a los argumentos de unos y otros, sino más bien para denunciar el carácter casi exclusivamente ideológico de tales debates, y para mostrar con claridad lo poquísimo que realmente sabemos precisamente sobre muchos de los temas que más nos interesan.

7 comentarios:

  1. Estimado Javier: es agradable comprobar que todavía quedamos algunos resistentes. No somos demasiados. A pesar de los intentos, en algunos casos desesperados, de desacreditarnos (me refiero a los positivistas/neopositivistas)especialmente por parte de algunos adalides de las Ciencias Sociales que consideran el estudio de caso la panacea, y del alto precio que debemos pagar por mantener nuestra postura epistemológica, creo que no debemos dejar de sostenerla a no ser que un argumento lógico o una prueba empírica desmienta nuestra postura. Escribo este comentario para matizar una pequeña cuestión del, por lo demás muy interesante y aclaratorio artículo. Se trata de la utilización de argumentos basados en hallazgos científicos por parte de los políticos y otros poderes, como los económicos. En este sentido, opino que, si bien puede resultar sencillo convencer a la ciudadanía de hechos falsos utilizando la ciencia como argumento de autoridad, hay una diferencia fundamental entre aportar una argumentación científica u otra no científica. Auctoritas vs potestas. Todo ciudadano con unas capacidades intelectuales normales o superiores (CI mayor o igual a 70)cuenta con el potencial para rebatir y zanjar un asunto científico. Hablo del potencial,la posibilidad de rebatir un argumento desarmando al contrario, pidiéndole los datos, comprobando su consistencia estadística interna y falseando sus conclusiones. Ningún ciudadano tiene el potencial para rebatir un argumento político no basado en premisas científicas. Que las decisiones políticas se sustenten en evidencias empíricas o presumiblemente empíricas brinda la posibilidad de un control no electoralista por parte de la ciudadanía. Por el contrario, cuando se decide, por ejemplo,escolarizar como normales a alumnos anormales sin argumentación científica que lo fundamente, no es rebatible en términos objetivos.
    Muchas gracias por este blog.

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  2. Gracias a ti, Anónimo (pero soy Jesús, no Javier).

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  3. Disculpa Jesús. Disculpa también por escribirte anónimamente. Las circunstancias lo condicionan.

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  4. Disculpa Jesús. Disculpa por el anonimato; las circunstancias lo condicionan.

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  5. A pesar de todo, considero que en torno a la postura epistemológica que sostenemos, existe también una cuestión de fondo que me parece extremadamente importante: la conveniencia y la educación. Me explicaré muy brevemente: la conveniencia es una cuestión de fondo que podría formularse del siguiente modo ¿A quién conviene una toma de decisiones positivista?. La segunda, en la que debo extenderme unas líneas más es la educación. Si las decisiones que se toman en cuanto a la forma de educar a los sujetos de nuestra sociedad no se basan en criterios científicos, es muy dificil que, además de incrementar la eficiencia del sistema educativo, logremos que el positivismo cobre fuerza como visión epistemológica. Y esto dificulta que las decisiones que se toman en el ámbito educativo se basen en criterios científicos. Un círculo vicioso. Intuyo que el positivismo conlleva una postura epistemológica que implica el debilitamiento de los prejuicios que sesgan el conocimiento, y un fortalecimiento de la disciplina intelectual que hace a quienes adoptan esta postura menos permeables a argumentacioes que contienen falacias lógicas. Existen dos grandes poderes en nuestra sociedad: el político y el económico (quizás solo uno). Ambos encuentran un apoyo resistente en la utilización de falacias lógicas para ganar apoyos entre la ciudadanía. Consecuentemente, a ninguno de estos dos grandes poderes puede parecerle interesante que esta postura epistemológica se difunda. Creo que el problema del positivismo no es su virtud en la consecución de sus fines, sino la pertinencia que se le atribuye desde los poderes sociales.
    Gracias.

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  6. A pesar de todo, considero que en torno a la postura epistemológica que sostenemos, existe también una cuestión de fondo que me parece extremadamente importante: la conveniencia y la educación. Me explicaré muy brevemente: la conveniencia es una cuestión de fondo que podría formularse del siguiente modo ¿A quién conviene una toma de decisiones positivista?. La segunda, en la que debo extenderme unas líneas más es la educación. Si las decisiones que se toman en cuanto a la forma de educar a los sujetos de nuestra sociedad no se basan en criterios científicos, es muy dificil que, además de incrementar la eficiencia del sistema educativo, logremos que el positivismo cobre fuerza como visión epistemológica. Y esto dificulta que las decisiones que se toman en el ámbito educativo se basen en criterios científicos. Un círculo vicioso. Intuyo que el positivismo conlleva una postura epistemológica que implica el debilitamiento de los prejuicios que sesgan el conocimiento, y un fortalecimiento de la disciplina intelectual que hace a quienes adoptan esta postura menos permeables a argumentacioes que contienen falacias lógicas. Existen dos grandes poderes en nuestra sociedad: el político y el económico (quizás solo uno). Ambos encuentran un apoyo resistente en la utilización de falacias lógicas para ganar apoyos entre la ciudadanía. Consecuentemente, a ninguno de estos dos grandes poderes puede parecerle interesante que esta postura epistemológica se difunda. Creo que el problema del positivismo no es su virtud en la consecución de sus fines, sino la pertinencia que se le atribuye desde los poderes sociales.
    Gracias.

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  7. Si por "toma de decisiones positivista" te refieres a tomar una decisión después de haber averiguado lo mejor posible la probabilidad de las posibles consecuencias de la decisión, entonces, obviamente, una "toma de decisiones positivista" le conviene a todo el mundo que tenga que decidir algo, incluso si lo que intenta el que toma la decisión es engañar a otra persona o aprovecharse de ella.
    .
    Eso sí, a los políticos posiblemente no les conviene que los votantes tomen su decisión de a quién votar "de manera positivista", efectivamente.

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