Iba a decir desde que yo recuerdo, pero en realidad es sólo desde que tuve la posibilidad de ser asiduo visitante de bibliotecas y librerías, lo que no era fácil viviendo en la periferia de una gran ciudad en los años 70... desde entonces (hasta hace poco) una de mis actividades principales en los ratos de ocio y de estudio ha sido la de pasar literalmente horas escudriñando entre los libros y revistas expuestos en esos dos tipos de establecimientos. No he llegado nunca a ser tan cutre como se cuenta de Josep Pla, que dejaba un billete de metro en el libro que estaba leyendo en la librería antes de devolverlo a su estante, para poder seguir con él al día siguiente, pero he andado cerca, y seguro que los libreros no me consideraban como su cliente ejemplar, teniendo en cuenta la relación entre el tiempo que pasaba en sus locales y la cantidad de libros que compraba (y eso que compraba mucho más que la media nacional). En parte por eso, y en parte por mi irremediable y acentuada timidez, he solido preferir las bibliotecas a las librerías, y de éstas, las grandes (en las que puedes pasar más desapercibido) a las pequeñas, y deben de contarse con los dedos de una mano las veces que en los últimos 30 años me he armado de valor lo suficiente como para pedirle una recomendación a un librero o a un bibliotecario. (Para el caso, también soy de los que prefiere vivir en bloques grandes y anónimos, en los que no sea muy necesario tener que dar la charla a los vecinos).
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Pero de lo que quiero hablar hoy es del hecho de que, a pesar de mi preferencia por las bibliotecas frente a las librerías (y eso que las dos me gustan una barbaridad), hay algo en lo que las segundas se llevan la palma para mí: generalmente, me han dado muchas más ganas de leer los libros que veo expuestos en las mesas de las librerías, que los que encuentro colocados en los estantes de las bibliotecas. Supongo que no debo de ser muy original en este, como lo llamo, "efecto mesa-vs.-estante", pero como no he visto que se mencione a menudo, me atrevo a distraer un poco el barco con esta reflexión.
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Naturalmente, es un mero efecto psicológico: a menudo los libros son exactamente los mismos; el expositor con novedades y recomendaciones que hay en muchas bibliotecas es una forma de intentar replicar (aunque no con el mismo éxito) lo que consiguen las librerías. El efecto de ver el libro nuevecito, apoyado en una pila de varios ejemplares idénticos, es muy fuerte, a veces irresistible (mi propia estantería es testigo de ello). Podía pasar dos horas deambulando por los pasillos de la biblioteca sin encontrar nada que me
apeteciera leer (el apetito es la palabra clave), mientras que con sólo diez minutos en una librería ya me entraban ganas de llevarme cinco o diez libros distintos.
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¡ Síncreible que diría Forges, me pasa exactamente lo mismo! Mi mujer dice que el 99% de las veces que entro en una librería a mirar salgo con un libro en la mano.
ResponderEliminarLa verdad es que en mi caso, si te fijas verás que el artículo está escrito en pasado: desde que uso los lectores electrónicos, casi todo lo que leo y compro es electrónico (y además, ya casi no me caben los libros en casa).
ResponderEliminarBueno, con lo que vas a ganar con Regalo de Reyes y las nuevas aventuras que escribirás te puedes comprar otra casa y llenarla.
ResponderEliminar¡Como no sea una casa de muñecas! :-)
ResponderEliminarEse es el problema de los e-books u otra clase de libros que se leen en ordenador u otros soportes electrónicos. No se pueden agarrar, oler, tirar, hojear, etc. La verdad que cuando estoy en mi cuarto y paso por mi estante, al ver los grandes libros que me cambiaron la vida, tengo una sensación muy agradable, creo que inefable.
ResponderEliminarSaludos.