Tomo el último tren de la noche. Entro a un vagón vacío. Elijo un asiento al azar. Intento mirar por la ventana, pero sólo veo mi reflejo desdibujado. Al cabo, oigo pasos. Alguien se sienta en el asiento que hay detrás del mío. Escucho su respiración, pero me da vergüenza volverme, así que me quedo sin verlo, y no puedo describir su aspecto. No han trascurrido muchos segundos, cuando se dirige a mí.
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H: Eres un gilipollas.
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J: ¡Ah, Heróstrato, eres tú! Yo también te quiero.
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H: Yo no. No te quiero a ti, y no me quiero a mí.
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J: Por eso te quiero yo.
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H: Pero tú además eres un cobarde de mierda. ¿Cuándo vas a quemar el Bernabeu?
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J: Te lo he explicado un montón de veces. No arde tan bien como el templo de Artemisa. Además, en nuestro mundo, eso me daría fama por unos meses, poco más. Los imitadores no somos tan recordados como lo sois los originales.
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H: ¿Y pretendes sustituir ese lance con la chorrada de tu blog?
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J: Tampoco. Hasta el bloguero más famoso es flor de un día; ¿qué no seremos los blogueros intrahistóricos?
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H: Ya, pero tú eres un gilipollas. A pesar de saber que el negocio de los blogs no te hará ingresar en el club de la historia...
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J: ...en el que te ganas tu miserable vida inmortal como portero de noche...
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H: ¡No me cortes, imbécil!
J: Perdón.
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H: Te digo, pedazo de manteca tonsurado, que a pesar de que eres consciente de que no ingresarás en mi club escribiendo este estúpido blog, has tenido que traerme a colación en una de tus mamarrachadas.
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J: Eso no va contra nuestro pacto.
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H: ¿Qué pacto, idiota? Yo no tengo ningún pacto contigo ni con nadie. Yo no necesito pactar. Hago lo que me sale del bálano.
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J: Sí, sí que hicimos un pacto. Y, como dirá tu amigo Íñiguez, tú sabes que los pactos están para cumplirlos.
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H: ¡Ja, ja, ja! [perdón, era una risa mucho más violenta, pero no encuentro forma de transcribirla; Héctor, ayúdame e inventa en juego de lenguaje para la ocasión]. No sé de quién me hablas, ni me importa. El caso es que eres un imbécil. Te había dado esperanzas de permitir que te colaras en el club, a cambio de que me consagraras una novela o un ensayo, algo grande, algo que la gente recordase cuando casi toda tu miserable edad hubiera caído en el olvido. Te había soplado el argumento. ¡Te lo había puesto a huevo, cabrón!
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J: No es tan fácil.
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H: ¡Y tú me conviertes en una ridícula entrada de un insignificante blog, que dentro de unos meses será menos que un electrón en una aguja en el pajar del multiverso de google!
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J: No es una entrada, es una serie. Y pienso continuarla.
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H: ¿Para seguir poniéndome en ridículo? Olvídalo. Eso es querer meter el mar en un agujero en la arena de la playa.
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J: Pero google vivirá para siempre. Es eterno. Los libros desaparecerán comidos por los hongos. Si quieres seguir siendo inmortal, debes permitirnos a algunos dejar tus semillas en el ciberespacio.
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H: ¡Pamplinas! Tú y dos miserables más por década, a lo largo de tres mil años, dedicándome una serie de entradas en estúpidos blogs, ¿dónde me situarán? En algo tan ignorado como Lobsang Rampa.
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J: No recuerdo quién era ese.
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H: Mejor.
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algo tan ignorado como Lobsang Rampa
ResponderEliminar¿Ignorado? Hace tres semanas me hablaron encomiásticamente del pavo. Ni se habían tomado la molestia de mirar en la Wiki.
La memoria del Mal es superior a la del Bien, desengáñate. La del primero es como la de Mary la Elefanta, y la del segundo, como la de Dory.
Yo creo que cada vez que uno nombra a Heróstrato este le debería conceder un favor, al fin y al cabo lo seguimos "inmortalizando" a ese que cuyo único logro fue quemar un templo.
ResponderEliminarPorque si no lo concede no lo nombramos más....
Asi que quiero ganar el Loto el próximo fin de semana.
Kewois
Kewois,
ResponderEliminares que el tío tiene mucho sex-appeal