17 de mayo de 2010

INFERENCIALISMO (2). EL PROBLEMA DE LOS CONCEPTOS TEÓRICOS (1)

Hace ya casi dos meses prometí comenzar una serie sobre el inferencialismo, mi teoría del conocimiento (...and beyond!) favorita. Entonces abrí boca con dos referencias teatrales que glosan la humana capacidad de sacar consecuencias, capacidad sobre la que se basa la teoría (o perspectiva) a la que me estoy refiriendo.
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Pero hoy, en lugar de ir directamente al meollo (al fin y al cabo, se trata de ir tirando de una madeja, o de varias), presentaré un asunto que viene al hilo (o varios) de la discusión que teníamos hace unos días en la entrada sobre el constructivismo. Se trata, por un lado, de la cuestión que planteaba Freman sobre si la filosofía sirve para algo (por cierto, algunos recordaréis mi entrada sobre la naturaleza de la filosofía), y por otro, de la cuestión planteada por Héctor sobre la "carga teórica de las observaciones".
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Como la mayoría sabréis, uno de los temas principales de la filosofía de la ciencia es el llamado "problema de los términos (o conceptos) teóricos". El positivismo lógico (bisabuelo de nuestra profesión) intentó explicar en qué consiste eso a lo que intuitivamente nos referimos al decir que "el conocimiento científico se basa en la experiencia", y lo intentó explicar haciendo una distinción entre dos tipos de conceptos: los conceptos observacionales y los conceptos teóricos. Las primeras versiones del positivismo lógico eran más bien fundamentalistas en su definición de "observacional": un concepto científico es observacional si puede aplicarse directamente en función del contenido de nuestros datos empíricos; lo cual tendía a reducir los conceptos observacionales a cosas como "aquí, ahora, rojo", o, un poco más sofisticado, "cuando el reloj marcaba las 11:43, la aguja de este indicador marcaba el número 25". O bien, todavía más sofisticado, añadiendo la referencia a quién es el que hace esa observación: "protocolo de Jesús a las 11:43: la aguja del indicador X marca el número 25" (esta es la versión de los "enunciados observacionales" -o "enunciados protocolarios", o "protocolos de observación"- popularizada por el armador de nuestro buque, el gran Otto Neurath).
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En las versiones más maduras del positivismo lógico, autores como Carnap y Hempel terminaron por admitir que la noción de "concepto observacional" es más bien pragmática, y no requiere ninguna relación explícita y directa con "el contenido de los datos sensoriales" (que es, a la postre, un constructo de lo más teórico), sino que más bien, en el análisis de la ciencia se han de tomar como "conceptos observacionales" todos aquellos que los científicos consideren que son "lo suficientemente observacionales", es decir, aquellos conceptos sobre los cuales los miembros de la comunidad científica relevante estén de acuerdo en que hay unos procedimientos de medición u observación "relativamente simples y directos". Es decir, un concepto sería "observacional" en una cierta disciplina científica cuando los científicos piensan que los datos empíricos que se describen mediante ese concepto son no-problemáticos.
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El problema más importante para los positivistas no era, de todas formas, el de cómo definir los conceptos teóricos, es decir, los que NO son observacionales, aquellos para los que no está claro que los datos nos informen "directamente". Como expresó el gran Carl Hempel, el problema es que los conceptos teóricos, o bien contribuyen a incrementar las consecuencias empíricamente observables de la teoría que los contiene, o bien no. Si ocurre lo primero, eso quiere decir que, en lugar de la teoría que contiene dichos términos, podríamos quedarnos con la "teoría" consistente en el conjunto de todas las consecuencias observables de la primera teoría (llamemos a esta parte observacional "el contenido empírico de la teoría"), y ambas teorías (o sea, la teoría en cuestión, y su contenido empírico) son, por hipótesis, empíricamente equivalentes; los términos teóricos, por lo tanto, "sobran". Si ocurre lo segundo, es decir, si los conceptos teóricos no añaden ninguna consecuencia empíricamente observable a la teoría, entonces son inútiles. ¡Así que los conceptos teóricos son inútiles en cualquier caso!
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Hempel, y como él los otros grandes del positivismo lógico, ante esta preocupante consecuencia, apunta de nuevo hacia el papel pragmático de los términos teóricos (términos como "campo", "proteína", "placa tectónica", "spin", "electrón"): son útiles en la medida en que la teoría que los contiene sea mucho más manejable que la teoría (empíricamente equivalente a la primera) que no los contiene. Incluso puede suceder que el contenido empírico de una teoría no sea manejable en absoluto, es decir, resulte tan complicada al haberle quitado los términos teóricos, que no haya manera humana de utilizarla para extraer consecuencias (o sea, para derivar "predicciones" a partir de "datos"). Los conceptos teóricos se consideran, pues, como "meras herramientas" para facilitar las predicciones, sin más contenido "ontológico" que el que puedan tener el resto de los formalismos utilizados en una teoría (p.ej., los símbolos para las derivadas, matrices, hamiltonianos, etc.).
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En definitiva, la epistemología empirista en la que se basaban los positivistas lógicos terminó conduciéndoles a una especie de pragmatismo instrumentalista, o instrumentalismo pragmático, según el cual TODO el contenido cognitivamente importante de las teorías científicas era lo que ellas podían decirnos sobre sucesos que se pudieran describir mediante el exclusivo uso de conceptos observacionales. Este intrumentalismo pragmático no es ajeno a mi propia postura (los curiosos pueden ver esta discusión sobre los modelos como "prótesis inferenciales"), aunque también con severos matices.
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De todas formas, el posterior asalto a la "tesis de distinción teórico-observacional" (pero ojo, que no es pa'tanto) puso todo patas arriba, como veremos en la próxima entrada de la serie, dedicada a los argumentos de Karl Popper y Joseph Sneed.
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El problema de los conceptos teóricos (2).
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6 comentarios:

  1. tercus interruptus17 de mayo de 2010, 18:19

    jesus

    de q va en concreto el "mal de escuela" q te acabas de leer?

    gracias

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  2. Tercus:
    es un relato autobiográfico, rememorando el autor su época como alumno zoquete, y aderezándolo con reflexiones sobre la enseñanza cuando se tiene en cuenta alumnos reales, y no ideales.

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  3. O estoy muy cansado o verdaderamente hago bien en suscribir las ideas a las que finalmente ha ido llegando el "positivismo"

    Porque si TODO el contenido cognitivamente importante de las teorías científicas era lo que ellas podían decirnos sobre sucesos que se pudieran describir mediante el exclusivo uso de conceptos observacionales entonces todo conocimiento de lo real se circunscribe exclusivamente a sucesos empíricamente observables por lo que toda especulación ontológica, i.e, toda enunciación de hechos existentes sin necesidad de la mediación de una cognición humana para su codeterminación, se torna imposible. (Insisto en el concepto "enunciación" y no "existencia" que me libra de abocarme a un solipsismo que jamás he suscrito)

    Todo esto me lleva a pedir respuesta a una duda: ¿en qué momento esa evolución (innegable, ¿no?) del positivismo empírico se trunca y no alcanza al constructivismo radical?

    ¿Habrá que esperar a más posts para matices anticonstructivistas?

    Más interesante para ti, supongo, será ésta polémica: ¿dónde está la tésis Dunhem-Quine? Yo no la veo re-formulada por ningún lado

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  4. "Mal de escuela" a mi me gustó mucho.
    Sería todavía más interesante si después de su época de alumno zoquete el autor se hubiera hecho profe de matemáticas en lugar de de lengua y literatura.
    Lo digo porque enseñar matemáticas bien me parece más difícil que enseñar bien otras cosas, y me huiera gustado ver contada la experiencia de alguien que parece haber sido un muy buen profesor.
    Pero claro, los profesores de matemáticas son menos dados a escribir literatura.

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